Escribo mi diario hoy, todavía bajo los efectos de las primeras comuniones del pasado fin de semana. Alegrías, pequeñas anécdotas, faltas de respeto, sonrisas, fe, inocencia… Una gran mezcla de pequeños o grande hechos. Los niños son, sin la menor duda, el mejor recuerdo. Nos transmiten su espontaneidad y sus sonrisas. Cuando les pregunté si leerían el evangelio que les íbamos a regalar, uno de ellos dijo que no. Abiertamente. No cabía más discusión. Sinceridad a tope.
Los mejores, los niños. ¿Y los peores? Los peores algunos invitados que van a la primera comunión totalmente ajenos a lo que allí se celebra. Que andan despistados. Preparados para un banquete pero no para una misa. Hasta ahí se acepta. La pena es que falte el poquito de educación que se necesita para saber respetar un acto en el que se precisa silencio. Y no se les pedía más. Nadie va un cine, por ejemplo, y se pasa todo el tiempo hablando con su acompañante. Aunque la película no te guste.
Algunos chiquillos respondieron a las preguntas del cura diciendo que se parecían a su padre en el mal carácter, o que eran muy nerviosos, o presumida como su madre. O que si se tiene un problema lo mejor es consultar en Google. O que se parecía a su padre en la cara y en las gafas.
Da gusto escuchar a los chiquillos y verlos rezar. O cantar y gesticular para decir que “Jesús está en ti, y está en mí” . O ver cómo se acercan a comulgar con respeto y con emoción. Y los padres y madres, igual. La primera comunión vale la pena aunque unos pocos inconscientes la quieran convertir en un mercadillo.
El domingo pasado, al acabar la misa, ya en la sacristía, entró uno de los niños con un euro en la mano: "Cógelo, Suso". "Pero, ¿para qué me lo das?" "Es para que se lo des a los pobres, a Cáritas"
Los mejores, los niños. ¿Y los peores? Los peores algunos invitados que van a la primera comunión totalmente ajenos a lo que allí se celebra. Que andan despistados. Preparados para un banquete pero no para una misa. Hasta ahí se acepta. La pena es que falte el poquito de educación que se necesita para saber respetar un acto en el que se precisa silencio. Y no se les pedía más. Nadie va un cine, por ejemplo, y se pasa todo el tiempo hablando con su acompañante. Aunque la película no te guste.
Algunos chiquillos respondieron a las preguntas del cura diciendo que se parecían a su padre en el mal carácter, o que eran muy nerviosos, o presumida como su madre. O que si se tiene un problema lo mejor es consultar en Google. O que se parecía a su padre en la cara y en las gafas.
Da gusto escuchar a los chiquillos y verlos rezar. O cantar y gesticular para decir que “Jesús está en ti, y está en mí” . O ver cómo se acercan a comulgar con respeto y con emoción. Y los padres y madres, igual. La primera comunión vale la pena aunque unos pocos inconscientes la quieran convertir en un mercadillo.
El domingo pasado, al acabar la misa, ya en la sacristía, entró uno de los niños con un euro en la mano: "Cógelo, Suso". "Pero, ¿para qué me lo das?" "Es para que se lo des a los pobres, a Cáritas"
Les aseguro que, por un gesto como este y tanta bondad, vale la pena la primera comunión. Es una señal de que, como cantaron los niños el fin de semana pasada, Jesús está en ti, está en mí, y sobre todo está en ustedes, los niños y niñas.
*Jesús Vega es Párroco de San José Obrero de Cruce de Arinaga.