Escultura del Siervo de Dios Antonio Vicente González, junto a su casa natal en Agüimes |
Redacción
Mañana se cumple el 168 aniversario de la muerte del Siervo de Dios Antonio Vicente González y como recuerdo a su vida ejemplar hoy tendrá lugar, a las 19.30 horas en la Iglesia de San Sebastián de Agüimes, y tras la celebración de la Eucaristía, una breve exposición de la marcha de su proceso de beatificación a cargo del responsable diocesano de la causa, el Reverendo D. Higinio Sánchez.
En 2011 se informaba que el Obispado de Canarias investigaba, con la aprobación del Vaticano, un presunto milagro ocurrido entre 2005 y 2006, atribuido a este Siervo de Dios que murió en la capital grancanaria el 22 de junio de 1851 infectado de cólera y a quien se encomendó una familia de la isla , cinco años antes, para salvar la vida a uno de sus miembros, aquejado de un aneurisma de cuarto grado que le mantuvo dos meses en coma.
Para asombro de sus médicos, que le daban por desahuciado, el enfermo finalmente se recuperó, pese a no haber recibido ningún tratamiento debido a lo irreversible de su dolencia, siempre según los documentos que acumula el gobierno diocesano.
Desde su ordenación como sacerdote en 1845 por parte del Obispo Romo, Antonio Vicente González, natural de Agüimes, fue responsable de la parroquia de Santo Domingo, en Vegueta, pero el destino quiso que su labor religiosa se viera perturbada dramáticamente por dos episodios históricos, de consecuencias nefastas para la población grancanaria de la época: una tremenda hambruna y la posterior epidemia de cólera que dejó un reguero de muerte en la Isla.
Quienes optaron por quedarse, como el sacerdote Antonio Vicente González, fueron testigos de cómo el cólera alcanzaba el señorial barrio de Triana y, poco a poco, impregnó de muerte el resto de la ciudad. "Aquello fue terrible", relataba entonces el responsable del preceso, D. Juan Artiles. "Las crónicas detallan cómo las calles estaban llenas de cadáveres putrefactos, abandonados allí porque la población estaba huida", aseguraba.
Para fortuna de algunos, ahí estaba el religioso Antonio Vicente Gómez, "que primero trató de alimentar a los más necesitados y, ya con la plaga de cólera encima, se dedicó a hacer de médico, de padre, de hermano y de sacerdote", explicaba Artiles. "Él era un buen jinete y en vez de dar la espalda a quienes le necesitaban, se desplazaba con su caballo a visitar a los más enfermos, acompañándoles y proporcionándoles oración y consuelo, ya que muchos habían sido abandonados por sus propias familias, temerosas de contagiarse. De González cuentan sus coetáneos en distintos textos que, con sus propias manos, recogía los cadáveres de la calle y los apilaba en un carro, el carro de la muerte", indicaba Artiles, "para luego darles sepultura y poder frenar la propagación".
Pero no tuvo suerte. La epidemia alcanzó hasta Tenoya o San Lorenzo, localidad esta última donde, por poner solo un ejemplo, murieron en julio de ese año 103 personas a causa del cólera. Miles en toda la isla en sólo unos meses.
Uno de ellos fue este Siervo de Dios al que se le atribuye un presunto milagro. "Un día que se dirigía a caballo hacia el Hospital de San Martín", relataba el vicario grancanario, "se vino abajo de la montura, cayó, resultó herido y murió a los pocos días, también infectado de cólera". Como suele suceder, su dedicación pasó algo desapercibida, pero el destino quiso que con motivo de la conmemoración del centenario en honor a las víctimas de aquella epidemia, su legado se valorara aún más "y ya ahí se le empieza a venerar en la parroquia de Santo Domingo y hasta en países de Latinoamérica, a donde llegó su legado", aseguraba Artiles.