5 de marzo de 2020

Colaboración: ¿Hace más quien quiere que quien puede?

Jueves, 5 de marzo.

José López Cazorla (Pepe el de Guayadeque)
¡Muchas felicidades! Un día como hoy, en 1927, nacía D. Bartolomé Rodríguez López en Montaña las Tierras (Barranco de Guayadeque). Hijo de Felipe Rodríguez y Francisca López, hacía el número ocho de diez hermanos. Sus padres eran de los más pudientes en aquellos tiempos, con terrenos y árboles frutales.
Fue un niño que se crió en las faenas del campo como cualquier otro de su época, acompañando a sus padres y a sus hermanos a realizar los trabajos del lugar, bien en las medianías de Zamora, en las Cabezadas o en cualquier otro punto del barranco en el que tuviesen propiedades.
Por los años cincuenta del pasado siglo, decide casarse con Francisca Bordón, la mujer de su vida, con la que tuvo tres hijas y dos hijos, y pudo construir su casa-cueva junto a la de sus padres.
Luego comienza la andadura de toda pareja cuando contrae matrimonio, que en aquella época era tener una res vacuna y dos o tres cabras con las que empezar a construir una nueva familia siguiendo las rutinas del campo, bajando a los pueblos más cercanos con cestos de frutas, cargas de leña o el queso de la semana para venderlo y hacer el trueque de las compras y, sobre todo, ganando algún jornal arando con su mulo, cargando estiércol o cavando cuevas. ¡Qué trabajos aquellos para la persona a la que dedico el artículo o cualquier otro barranquero!
Tengo en mi memoria la imagen de D. Bartolomé cuando venía los martes  al alba del día con su mulo hasta Cueva Bermeja para ir a Agüimes y, desde ahí, compartir taxi con sus primos, hoy en día todos, desgraciadamente, ausentes.
Pero al amigo Bartolo, que siempre le gustó más el comercio que las labores del campo, y con la llegada del asfalto a Montaña las Tierras, allá por 1976, decide abrir un bar en el corazón de la montaña sin imaginar que la obra le fuese a llevar al mundo del triunfo y la fama. 
La suerte se pone de su lado, la cosa comienza a funcionar bien y él, siempre muy independiente, sabía que su negocio dependía de algo más rápido y fuerte que las patas de una bestia y en los años ochenta decide sacar el carnet de conducir y cambiar las riendas por el volante pero sin dejar de trabajar. Posteriormente sigue construyendo grandes comedores en los que cada mesa está bautizada con nombres aborígenes.
¡Qué bonito el como ha sabido construir y mimar todo su negocio llevando el vocabulario de nuestros antepasados para dar nombre hasta a su propio negocio, el Restaurante Tagoror!
Con el transcurso de los años, D. Bartolo funda una asociación de vecinos-as de la que fue presidente algunas décadas y, aunque le quitaba tiempo, empieza también a cambiar los olores de los animales por los del buen pan de horno de leña, los braseros de chuletas y demás comidas; también cambian los balidos de las cabras y el bramar de las vacas por el sonar del timple y el jolgorio de los clientes,
Así pasan los días y empiezan a llegar los reconocimientos turísticos por su negocio y organización, aunque cuando empezó el éxito y la fama no faltaban a su alrededor palanquines golosos y aprovechados, pero D. Bartolo sabía qué cabras tenía que alimentar, aunque no cabe la menor duda que siempre se posara alguna mosca en sitios difíciles de atajar. Su negocio sigue caminando y decide construir casas-cuevas rurales en la misma zona, sumando hasta una veintena de empleados-as.
Quiero aprovechar el momento para felicitarle por su 93 años, por los logros conseguidos en su vida y, sobre todo, por su talento y personalidad, por saber estar junto a las personas, sean humildes o no. Muchas felicidades, Bartolito, que es como le trato cariñosamente. Que cumpla usted muchos años más y no pierda su talento. Todo un honor.