Corría el mes de junio del año 1851 cuando el cólera morbo vendría a sitiar a Gran Canaria. La epidemia se extendería desde el barrio capitalino de San José, donde una lavandera, doña María de la Luz Guzmán, contrajera el bacilo, dejando a su paso 6.000 muertos en la propia isla, de las casi 60.000 almas que la habitaran. Tanto es así, que en este centenario de la muerte de don Benito Pérez Galdós -aprovechando que el Covid pasa por Canarias-, su sobrina nieta, Caridad Pérez Galdós, nos contaría que también el autor de Tristana estaría confinado durante 6 meses de aquel año en la finca familiar de los Lirios, en el Monte Lentiscal.
El cólera morbo azotaría la isla de Gran Canaria desde aquel mes de junio de 1851 hasta el mes de septiembre del mismo año, cuando se contabiliza la última muerte oficial, no levantándose las restricciones a las comunicaciones con la isla hasta el mes de diciembre del año 1851. Y sería esta misma epidemia de cólera morbo la que dotaría al conjunto del archipiélago de su instrumento jurídico-tributario más conocido, el Real Decreto de Puertos Francos de 1852, del liberal, Juan Bravo Murillo. Hecho este, el del azote de la epidemia como justificación para la implantación del régimen de puertos francos, que es reflejado en la propia Exposición de Motivos del Real Decreto de Puertos Francos de 1852.
Así, el puerto-franquismo(fruto, a su vez, de los regímenes fiscales históricos del archipiélago que nacerían como el Fuero de Gran Canaria de 1487) emana de la necesidad cierta del archipiélago de superar una crisis estructural que lo aleja de los mercados de tránsito internacionales y, con ello, de los mercados de mercancías y capitales de la época. Canarias necesita del puerto-franquismo, de su histórica diferenciación fiscal, para atraer buques mercantes que conozcan en Canarias mercados de favorable fiscalidad para que, a su vez, el archipiélago pueda llenar esas embarcaciones, de vuelta o en tránsito, de sus bienes exportables. De esta manera, el puerto-franquismono solo atrae mercancías a buen precio a los necesitados mercados canarios, sino que atrae capitales (capital inglés del siglo XIX), inversiones, coloca nuestros exportables y, en definitiva, dinamiza nuestra estructura económica entera. Consecuencia directa del régimen puerto-franquista, de este trasiego de mercancías y capitales, nos encontramos con el dato objetivo: al comienzo de la guerra civil española, Tenerife, con 2.743.653 pesetas oro, constituía la mayor reserva de las sucursales del banco de España, estando en tercer lugar la sucursal de Las Palmas, con más de un millón. En el caso de la plata Las Palmas ocuparía la segunda posición en reservas de pesetas en este metal, seguida por la provincia de Santa Cruz de Tenerife.[1]
Aterrizando en este mes de mayo de 2020, mientras el SARS-COV-2 asola Europa y hace que el 40% de nuestra riqueza vuele de nuestras fronteras, Canarias necesita (como ocurriera a mediados del siglo XIX) acudir a sus instrumentos históricos -y presentes- de fiscalidad y de relaciones internacionales. Y ahí es donde ha de entrar en liza nuestro Régimen Económico y Fiscal que cuenta con elementos como la Zona Especial Canarias (ZEC), instrumento de baja fiscalidad pero sujeto a un número limitado de actividades y con importantes barreras de entrada, que lo convierten en una herramienta tan in-útil (en el sentido de la utilidad real) como ineficiente.
La Canarias post-Covid necesita de una reforma urgente de esta zona ZEC, necesitamos eliminar su limitación de actividades y las limitaciones de capital inicial. Se trata, en definitiva, de suprimir todas las barreras de entrada con las que cuenta. Debemos pasar de una Zona Especial Canaria a una Tributación Especial Canaria (de la ZEC a la TEC). Una tributación especial canaria para el siglo XXI, que atraiga capitales internacionales que faciliten la necesaria, y tan cacareada, diversificación de la economía canaria. Una tributación especial canaria que financie nuestra reconversión verde y sostenible, que invierta en la modernización de nuestras obsoletas infraestructuras turísticas, que sea atractiva para empresas tecnológicas y de conocimiento y que nos abra las puertas del África occidental (con quien no tenemos ni una sola línea marítima comercial). Una tributación especial canaria que case con nuestras necesidades y con nuestra historia.
El archipiélago del Cambuyón, del bisne, del Canary Wharf, de los Puertos Francos, de las divisas, la Canarias librecambista, ahora vive de espaldas a los Amazon, al comercio electrónico internacional y a los mercados de capitales. Es el momento de re-conocer y re-utilizar nuestros instrumentos históricos. Hagamos lo que ya funciona en otros archipiélagos del mundo. Se trata de mirar más a Malta -en tanto que realidad archipielágica- y menos a Castilla-La Mancha.
[1] Extraído de: Ricardo A. Guerra Palmero (2009). Guerras y economía canaria (1936-1945). Nota pie de página. Página 14.
*Lorenzo Méndez es Gestor Administrativo y Graduado Social (Asesoría Menceyes de Cruce de Arinaga).