3 de febrero de 2021

"El reloj de Clío" de González Déniz. Un espejo (brillante) para novelistas (2 de 4)

 Miércoles, 3 de febrero.                                                                                                 

Victoriano Santana*

Apunte 3. Sobre el autor, el protagonista y los narradores
Las anotaciones de este tercer bloque giran en torno a las voces que sostienen la narración, que en "El reloj de Clío" percibo supeditadas a una mayor que va más allá de los límites del objeto de lectura. Retomo la mención al carácter metaliterario para formular una pregunta que considero clave en mi análisis de la novela: ¿hasta qué punto, cuando analizamos la conciencia creativa, deudora de la experiencia compositiva, es posible dejar al margen al autor tal y como suele hacerse (y conviene hacer) cuando se establecen las fronteras entre autoría y narración? En el caso que nos ocupa, creo que el valor del componente metaliterario de la novela adquiere una dimensión más sólida cuando asumo que González Déniz no deja de estar presente, lo que es coherente con el propósito didáctico de la novela y su razón de ser como ejemplo del arte de componerlas, aunque nuestro autor no haya declarado explícitamente su función pedagógica.
El maestro interviene desde el mismo instante en que declara su intención de jugar con las identidades. De alguna manera, no va a permanecer al margen de lo que suceda en las páginas que nos ofrece. ¿En qué momento se formaliza esta voluntad? En tres certeras citas que pone al principio y que conviene no desatender, como todas las que se insertan en las obras literarias y que muchos lectores, por error, optan por no considerarlas parte del texto dándoles en ocasiones un carácter paratextual que las convierte en adornos. La primera, de Baudelaire, aparece antes de la nota del editor, en consecuencia, es un mensaje cuyo ámbito se extiende a toda la novela; dice así: "El mejor truco del diablo es convencernos de que no existe". Las otras dos citas aparecen al principio de la primera búsqueda, que ha sido asignada a Corentio. Son las únicas que proceden de autores diferentes al narrador que toma la palabra, como sucederá con el resto de las búsquedas, que recogen citas de los mismos que abordan el apartado del libro que les corresponde. Los autores de Corentio son dos: por un lado, el omnipresente Jorge Luis Borges con "Un hombre es todos los hombres"; por el otro, Luis Goytisolo, "Tu vida es una historia escrita por otro".
Tres citas, tres avisos que conviene no desatender porque poseen la clave de lo que González Déniz nos propone con su extraordinaria industria literaria: mostrarnos el truco para, aun así, demostrarnos que puede asombrarnos con el prodigio de la palabra. Admira el hecho de que, estando avisados de lo que va a ocurrir, caigamos de lleno en la fascinación de lo sucedido.
Cuando al final de la novela, en la página 304, quien toma la palabra afirma "Quién sabe si Teseo Yedra es yo mismo, o si yo soy él y todos sus hombres", el lector se ve inevitablemente envuelto en el delicioso dilema de si es el narrador de los narradores, el de la nota del editor, quien habla o si, por el contrario, es el propio González Déniz quien ha asumido la doble función de ser creador y contador. ¿Es él, como se lee en esa página, "la única [fuerza narradora] que en ese instante puede dar fin, cabo y cierre a las siete búsquedas?" Esta pregunta, atento a la percepción que obtengo del sentido último de la novela que nos convoca, me conduce a otra: ¿Cuánto del creador hay? Esa es una tarea que obliga a los buenos novelistas a buscar complejos equilibrios entre ese ego que puja por tomar partido de lo que se cuenta y esa cesión del relato a un portavoz, aunque se disfrace de primera persona.
Como es imposible determinar dónde empieza uno y termina el otro, nos quedamos con los detalles, con ese dejar caer que ya veremos en qué para cuando nosotros mismos también salgamos del laberinto como lectores, pues "El reloj de Clío" tiene ese punto de reto intelectual que convierte a las obras literarias en joyas fundamentales. La experiencia me condujo a una serie de conexiones que, lo reconozco, hicieron más grata la lectura. Cuando habló de boleros, pensé en su "Boleros para una mujer" (1985) y palpé la posibilidad de estar ante una autobiografía encubierta. Traspasado el umbral de las doscientas páginas, di con un hecho significativo: Teseo había compuesto un libro titulado "Arena caliente", ambientado en la vida en el Sahara Occidental [210]. Una curiosa sensación de certeza me inundó: en 1995, González Déniz publicó una novela titulada "Sahara". Cuando en la página 257 se mencionó el título de "Relatos fétidos", esta convicción adquiría tintes de verdad absoluta: en 2016, nuestro autor publicó en Mercurio Editorial "El tren delantero", una serie de relatos de corte erótico compuestos por una tal Madame Parlourde y traducidos por la coprotagonista de la novela, Vesta Laserre. ¿Todo es un guiño para despistar? Quizás. Lo descarto tanto como lo acepto; pero…
La frontera entre el narrador y el autor está bien definida. Por lo general, nadie se la salta y conviene ser prudentes en este punto, pues se corre el riesgo de interpretar como veraz lo que no pasa de verosímil. Cierto es que, en ocasiones, la cantidad de artificio para el camuflaje puede no ser suficiente cuando nos encontramos con detalles tan llamativos como los expuestos o como este otro que surge en medio del océano textual y que se puede o no atender sin que ello repercuta al sentido último que envuelve el magnífico ejercicio literario que nos ocupa: en la página 222, Omar Ketala afirma que "Igual que en esta novela. Su autor habla de la isla, la capital y el Mar que la rodea, aunque omite, acaso con deliberación, sus nombres propios. Tal vez sea un intento pueril de universalizar la narración. Cualquiera sabe". ¿Que de qué novela habla el narrador de la sexta búsqueda? Pues de El reloj de Clío, mas no creo que del de Teseo, sino el de González Déniz, aunque quizás estemos hablando del mismo libro, ¿no?
Entrar en este terreno tan detectivesco permite abordar la lectura atendiendo al placer de lanzar dardos a diestro y siniestro con el propósito de saber la identidad de los que se esconden detrás de los personajes que se citan. ¿Quién es quién? Tres preguntas a modo de ejemplo: una, ¿cuál es el referente inspirador de ese compañero de Nanda en un periódico local, con quien vive una aventura, que no merece otro calificativo por parte del narrador de "hombrecillo tan gris que ni siquiera tiene nombre en esta novela?" [255]; dos, ¿de quién es, en la vida real, la imagen de ese tal Carlos, marido de Arcadia, que tuvo militancia política en la izquierda y que ahora forma parte de la burguesía? Cambio que cabe interpretar en estos términos: «Es natural, no podía esperarse de él otra cosa que incoherencia. Triunfan los listos, ascienden los incoherentes; los demás, sobreviven» [284]. Y tres: ¿quién es la Salomé que en el mundo real decapitó a un figurado Juan el Bautista y que en la novela ejerce de madama?
¿Curiosidad propia de correveidiles? Sí. ¿Morbo? Sí, vale, lo acepto. Mas interesan las respuestas en la medida que permiten perfilar a la persona real que ha servido de inspiración para configurar a Nanda y, quizás, en una suerte de caída de fichas, se logren descubrir las identidades no ficticias de Laura, Arcadia, Esther, Salomé, Alma… El saber quién inspiró a quién en una novela nos permite conocer la influencia del mundo que rodea a nuestro autor y cómo se ve plasmada en sus escrituras en función de la relación que mantiene con él. Dentro de cien o doscientos años, esta búsqueda de identidades formará parte de relevantes estudios académicos en torno a la novela (que los habrá, por supuesto que los habrá). La importancia que le damos a saber de qué barro se moldeó la figura de Alonso Quijano es equivalente a la que hay, habría y habrá por conocer quiénes están detrás de los personajes de la novela de González Déniz que, por las razones que sean, ahora deben verse como simples creaciones al servicio de la ficción. Buenas serán las pesquisas, pero insisto en la necesidad de ser prudentes si optamos por hacer una lectura de sabuesos, pues el riesgo de caer en conclusiones erróneas es muy elevado cuando se trata de obras maestras como la que nos ocupa.
Del juego de identidades participará Omar Ketala cuando decide dejar a un lado la condición de distante expositor en 3ª persona para asumir la primera e identificarse con todo lo que pasa en la vida de Teseo Yedra. Este cambio es, de alguna manera, homólogo al del autor cuando parece pedirle en ocasiones a su principal narrador que le deje intervenir. En este sentido, en estos cambios de proyección, en lo que podríamos reconocer como ejercicios de alteración de la lectura, cabe ver la esencia de la mejor literatura. González Déniz sabe y nos hace saber que quien maneja la cámara, controla la imagen; y quien habla es el que marca las directrices de lo que el lector puede y debe conocer. Es una tarea de proporciones, como cualquier compuesto químico. Las dosis de narradores y la función que se les atribuya condicionarán la historia y la conciencia que el lector debe asumir sobre su desarrollo.
"El reloj de Clío" comienza con un homenaje encubierto al primero de los novelistas en lengua española, Cervantes, con el recurso del manuscrito encontrado, que permite multiplicar las perspectivas del narrador: alguien cuenta lo que alguien ha contado. Esta proyección se enriquece si permitimos que el autor se inmiscuya en el texto que debía trasladar a los lectores un narrador principal y si, para más inri, repartimos la misión de contar los hechos entre varios, que tomarán la palabra cuando reciban del principal la vez. Delicioso intríngulis que permite consolidar la imagen del laberinto en el que se encuentran los creadores cuando aspiran a dar forma lingüística a este complejo universo de relaciones. La alusión a la naturaleza de relato coral estará presente a lo largo la lectura.
"Asomados a la balaustrada de la inmortalidad, seis hombres y una mujer observan al novelista Teseo Yedra, que hoy ha cumplido años con la caída de la tarde" [58]. Los siete ya identificados (¿quién es el sexto hombre?) son los narradores de los bloques de búsqueda que una voz superior irá anunciando; una voz que reconozco como la octava y que, al igual que el resto, tiene clara su función, aunque Kress O’Neill no la tenga presente cuando afirma: "aquí estamos los siete para escribir tus memorias por ti" [135]. Son como los fantasmas de las navidades pasadas que se aparecen a un Teseo “Scrooge” con el único interés de mostrarle cómo ha llegado hasta ese Reloj de Clío que ha entregado a un agente y que ha sido compuesto a lo largo de treinta y tres años. Envuelto en su decepción, uno de ellos le echará en cara por qué están en un bar contemplando cómo él se propone ahogar sus penas:
"Hoy mismo volviste a insistir en la invitación para que todos tus amigos estén presentes en tu cumpleaños. En tu bolsillo espera el frasco de estricnina que vaciarás en los fondos de las copas antes de que el champán se mezcle con la muerte. Acaso te has decidido por ese veneno porque mantiene conscientes a los moribundos hasta el último instante. Cuando por esa puerta entre el primero de ellos, empezará a materializarse tu libertad en su destrucción" [207].
Establezco, llegados a este punto y tras lo expuesto, la siguiente disposición de voces: el escritor González Déniz, consciente de su función y sin dejar de estar presente, cede la palabra a un narrador principal, el de la “nota del editor”, el “acta histriónica” y el del “cierre”; este, a su vez, hace lo propio con otros siete (escritores todos). Entre los ocho, se da cuenta de la vida novelesca (comerciante [76], cargador de ladrillos o empleado municipal [119], profesor [120], periodista…) de Teseo Yedra, alguien que, aspirando a ser un escritor reconocido, buscará durante muchos años entre sus instantes vitales la obra que le consagre y que, de algún modo, sirva para justificar su existencia.
El complejo proceso en el que se adentra el protagonista ya viene marcado en su nombre: "Teseo, buscador de una salida al laberinto; y Yedra, símbolo de la trepa y la adherencia" [54]. Todos los novelistas, nos dicen las voces, habitan en un laberinto:
"No hay mayor laberinto que un papel en blanco. Son tantas y tan variadas las posibilidades de crear, y tan pocas las certezas de encontrar salida, que ejercer de novelista viene a ser la mayor de las osadías que un hombre pueda cometer" [111].
La mención a la idea de «espesura laberíntica del folio en blanco» [244] y el deseo de hallar una salida son recurrentes a lo largo de la novela y toman forma en Teseo Yedra: su nombre formaliza la dificultad; el apellido, la dependencia de esa hiedra llamada “inspiración”.
Para el protagonista, como quizás ocurriera con González Déniz cuando dio vida a Nanda, Salomé, Arcadia, etc., los personajes principales de la novela que anida en sus deseos serán una representación literaria suya: en "Las bienaventuranzas"Teseo Primus es una imagen propia, aunque no deja de reconocer el exceso de proyección autobiográfica [95]. Más adelante, en otra incursión, será Paul-Teseo [241]. El novelista tiene tantas vidas como quiera recrearlas, pero una sola eternidad, nos dice el narrador Kress O’Neill. Su homólogo en la sexta búsqueda, Omar Ketala, afirmará: "Reflejaba de este modo Teseo Yedra sus propias vivencias en la novela; tergiversadas, sin duda, pero suyas a la postre" [241].
Engrandece esta situación el hecho de que cada narrador apunta a un recorrido de la vida de Teseo Yedra que mantiene alguna relación con el trayecto vital que ellos mismos han tenido y sobre el que se viene a dar cuenta en el preliminar de cada bloque de búsqueda gracias a la intervención del narrador principal, el octavo, el “primus inter pares”. Por eso, cada voz se siente autorizada, atenta a lo que ha sido su parte en la novela, a proponer al protagonista, en el enunciado “Destrucción de destrucciones”, el último de nuestra obra, un final alternativo, que llegará a contradecirse con el que sugieren los otros: el veneno de este será el agua destilada de aquel; el abandono del local se contrapone al happy end de Ketala, etc. [302].
Publicar libros satisface en parte la necesidad, pero nunca es suficiente. La gran obra es el proyecto que siempre está en el horizonte y al que se aspira a llegar; mientras tanto, se van cubriendo pequeñas parcelas del tramo con la esperanza de que sirvan para hacer factible el principal objetivo:
"La quema de 'El Anticristo' en la pira de la corrección fue una muestra más de mis deseos de gloria. Una novela mediocre no debe salir a la luz, para eso estaban las novelitas de aprendizaje que tenía escritas. Ahora la obra habría de ser sólida, maciza, indeformable por los siglos" [218].
Más adelante, el Indio de Avellaneda, el último narrador, declarará tomando a Nanda como referencia:
"Ella sabía que las obras conocidas de Teseo no eran más que ejercicios de aprendizaje. La gran novela de Teseo Yedra se estaba escribiendo hacía veinte años, y siempre acababa en una pira o en un basurero" [281].
Sin su participación, jamás se hubiera puesto el punto final. Un día se enteró de que había sido premiado un título suyo, "Las siete búsquedas", sin que lo hubiera enviado a ningún concurso, y supo que había sido ella la responsable:
"Mecanografié al pie de la letra la ilegible copia que me enviaste y la presenté al premio. Como no tenía título, lo puse por mi cuenta. Me pareció que tu vida, como en el mito, está enmarcada en las siete búsquedas que están reflejadas en tu novela. Así que ya la has acabado, eres libre para crear lo que quieras sin tener que arrastrar la rémora de tus frustraciones" [299].
La imagen del laberinto se complementa en "El reloj de Clío" con la de una matrioska: dentro de la novela que firma nuestro autor están las piezas de cada narrador que, a su vez, incluyen algunos fragmentos compuestas por Teseo. En el fondo, esta representación encaja con la visión de la vida como un conjunto jerarquizado y abigarrado de decisiones, percepciones, sentimientos, expectativas… que habitan en los apartamentos del azar y del libre albedrío que tenemos los humanos. González Déniz sabe de la importancia de no desvincular el fenómeno vital del hecho narrativo; de ahí que arroje a su protagonista al foso de una búsqueda (la que le ha de permitir la composición del relato final) que solo va a poder fructificar cuando haya asimilado la otra gran búsqueda: la de saber quién es como individuo. Aquí es donde entran el amor y la vida, los dos grandes conceptos existenciales que nos amparan y, en consecuencia, que son objeto de atenciones por parte de quienes, como creadores, sean en el arte que sea, elaboran aquello con lo que hemos de sentirnos identificados.
Los grandes temas novelescos, abordados desde las diferentes casuísticas que los envuelven (aceptación y rechazo en el amor; tránsito y muerte en la vida), están presentes en nuestra obra, como cabe esperar de este particular manual sobre cómo novelar que nos ha preparado González Déniz. Son el fundamento de la escritura. Davinia Lovell, la única mujer narradora, lo declara: "El amor y la muerte son los pilares donde se asienta gran parte de la literatura, por no decir toda" [117]. A estos asuntos se le añadirán otros que reconoce bajo la denominación de trucos de novelista. Teseo los padece, los asimila y los proyecta en la escritura que va conformando. La decepción que asola al protagonista no es más que el resultado de una conclusión universal profundamente humana: tanto hecho para acabar igual que el resto, tal y como sabíamos que iba a ser.
En este conjunto de incertidumbres y certezas, aparece la muerte, que en un texto literario puede tener como símbolo el punto final. ¿Cuándo ponerlo? ¿Cómo saber que el proceso ya debe acabar? El problema adquiere en Teseo un rasgo de mortificación absoluta porque la asociación entre vida y novela le expone a cambiar permanentemente la escritura a medida que pasa el tiempo; de ahí que Nanda recomendara con firmeza:
"Ponle ya punto final, de lo contrario, puedes pasarte escribiéndola toda tu vida. Tal y como tú la quieres, no podrás conseguirla en estado vegetativo porque el último capítulo será tu muerte y el epílogo tu entierro" [281].
Plantear el momento conduce a la toma de decisiones que pueden llegar a condicionar el futuro de la novela; por ejemplo, decidir si se deja abierta o cerrada, como se apunta en la página 296. En cualquier caso, el autor siempre está condenado a escribir sobre su vida y sobre todas las vidas; y, en consecuencia, a no cesar en la búsqueda [304]. Solo la muerte física del novelista permitirá la certeza absoluta del punto final, aunque el narrador principal, portavoz de González Déniz, declare como aviso urbi et orbi que "nadie debe añadir palabra alguna después de mi cervantino “vale”; así que cerrado queda el texto, para que ningún desaprensivo pueda cometer la torpeza de apostillar lo que en este punto finalizo. Si algo hubiera después, no será cosa mía" [305].
Una posición esta, por otro lado, que encaja con la de Cervantes cuando, en el prólogo de la segunda parte de la más célebre de sus novelas, afirma: "te doy a don Quijote dilatado, y finalmente muerto y sepultado, porque ninguno se atreva a levantarle nuevos testimonios".
Apunte 4. Sobre los tiempos
Los tiempos vitales de Teseo están contenidos en los de cada narrador que da cuenta sobre los vaivenes del novelista. A su vez, estos relatores están supeditados al que marca el narrador principal, cuyo estilo se confunde con la voz de Corentio, la primera de todas las voces y quien, bajo la influencia de la constelación de Virgo, contempla al ebrio autor de "Las bienaventuranzas", luego intituladas "Los inmortales", después "Las siete búsquedas", más tarde "El reloj de Clío", en un bar llamado Límite, antes denominado Utopía, la víspera de su trigésimo tercer cumpleaños, justo el día que envió a su agente el manuscrito encontrado tres décadas después, el mismo que sirve de fundamento para la novela:
"Hoy es ese gran momento esperado y temido durante años y resulta que no percibes sensación especial alguna. Una pena. Tanto Borges, tanto invalidar el tiempo, tanto jugar al gato y al ratón con el reloj de la musa Clío… Para nada; es este un anochecer de octubre sin sello que lo diferencie […] En realidad, cumples años; los días no se cumplen, pasan" [47].
Años después de la entrega del original, aparece de nuevo el texto y el narrador principal da cuenta de las notas biográficas de Teseo siguiendo una linealidad temporal relativa, pues queda supeditada a los saltos que hay dentro de cada bloque de búsqueda. Las referencias a Ben-Hur (1959) y el Mundial de Fútbol de Chile (1962), por ejemplo, son acontecimientos que sucedieron durante la infancia de nuestro protagonista y que lo sitúan en un marco histórico veraz que, junto con otros que irán apareciendo a lo largo de la novela (el mayo francés, la muerte del dictador en 1975, por ejemplo), servirá para afianzar la exigencia de verosimilitud que demanda el conocimiento de la vida de un novelista cuyo trabajo podía haber sido objeto de una tesis doctoral, como deja caer el Corentio que pulula por la constelación de Piscis [21].
Sin tiempo, no solo no hay relato, sino que no habría absolutamente nada. Esta magnitud física da sentido a lo que existe sometiéndolo a constantes transformaciones. Teseo cambia porque evoluciona como personaje y en cada metamorfosis, que lo envejece más, se acerca hacia lo que ha podido ser aquello que diera sentido a su existencia: la gran novela reescrita.
"Le había dicho Cecilio Nuez que cada siete u ocho años se renuevan por completo todas las células del cuerpo, así que a los ocho, dieciséis, veinticuatro, treinta y dos y en todos los años que sean múltiplos de ocho sería un nuevo Teseo Yedra […] Hace apenas un año, el treinta y dos, comenzó a vivir su quinto cuerpo […] paradoja: el cuerpo se le hacía cada vez más viejo, a pesar de la renovación tan predicada" [83]
Este “renacimiento” da pie a considerar que se está ante reiterados comienzos en organismos ya iniciados. No es nuevo lo viejo, solo lo parece. Las paradojas temporales se convierten en un necesario ejercicio creativo que ha de afrontarse cuando se aspira a domar las proporciones entre lo que es y lo que da la impresión de que es. Mas ese es otro frente que exige, en estas humildes anotaciones, unas observaciones como las que a continuación voy a compartir contigo.
*Victoriano Santana es Doctor en Filología Española, profesor de Secundaria, escritor y editor.