21 de julio de 2021

Colaboración: En un gueto libresco

 Miércoles, 21 de julio.

Victoriano Santana*

Fondos descatalogados. Ediciones difíciles de conseguir. Títulos muy caros disponibles a un módico precio. Libros de segunda mano que tienen una nueva oportunidad para seguir cumpliendo con su razón de ser. Reconozco que me gustan esos “hospicios” de tomos donde habitan aquellos que dejaron de gozar del visto bueno de sus dueños. Al poco de estar contemplándolos, siento sus llamadas y cómo me rodean. Veo sus tapas extendidas y el bailoteo de sus hojas. Abanicos de grafemas. Parecen pedir limosna; pero no, solo reclaman mi atención. «Llévame contigo, aún valgo», dicen los ufanos; «¿Te valgo?», preguntan los humildes con un susurro.
Callan los más viejos y ajados. Entiendo su cansancio. El desmayo de sus formas se vuelve puntualmente atractivo cuando detrás hay una cita bibliográfica pendiente de verificar o muchos años de búsqueda infructuosa. Cuando no, los dejas estar. Muchos se han vuelto ilegibles de senectud. Esconden en su marchitez la gloria de cuando fueron leídos, degustados y compartidos. Están en el mejor sitio, pienso, entre los suyos; y el que me pareció hospicio de libros se convierte ante la escena que contemplo en un cementerio donde cada lomo es una lápida que contiene una vida y la de cuantos la hicieron posible. Los libros se inventaron a imagen y semejanza de los humanos. Aquí me convenzo de esto.
El cementerio vuelve a dar paso al hospicio cuando quienes reclaman mis atenciones son libros nuevos, muy nuevos, demasiado nuevos; o libros que presentan unas excelentes condiciones. «¿Cómo han llegado aquí?», les pregunto. Entre estos, veo libros que, sin duda alguna, de la imprenta han llegado directamente a este lugar. Son libros bisoños, libros que no saben lo que es tener un lector. La lozanía de su aspecto llama la atención. Cuando se les acaricia y se hojea, se mueven con torpeza. ¿Timidez? Posiblemente. Nunca han mantenido ninguna relación.
De todos, los más perturbadores son los que forman el cupo de los despreciados. Es tristísimo tenerles en las manos y leer en sus anteportadas las dedicatorias manuscritas: «A mi querida…», «A quien tanto hizo por mí…», «Con amor…», etc. Son los únicos que aúllan pues perdieron el edén de una biblioteca hogareña.
*Victoriano Santana es Doctor en Filología Española, profesor de Secundaria, escritor y editor.