Martes, 6 de septiembre.
Antonio Morales*
La fiesta del Pino es el encuentro, así en toda su dimensión, sin restricciones. Lo deseábamos, esperanzados, los hombres y mujeres de Gran Canaria. Este año la vamos a poder celebrar con una especial significación, porque la retomamos después de dos años de cancelaciones, algo que nunca había ocurrido desde los años 50. Y viviremos la fiesta, como siempre, aunque no debemos bajar la guardia del todo, a pesar de que padecemos realidades nuevas y duras, que se suman a las que ya venimos padeciendo, a las que tenemos que hacer frente desde la unidad y con un mayor compromiso como comunidad, como colectivo. Y tal vez por eso la celebración de Teror y de toda la isla es un encuentro necesario para recuperar la confianza, reponer energías y afianzar sentimientos colectivos que, afortunadamente, permanecen presentes en nuestra sociedad.
En los últimos años hemos vivido diversas y difíciles pruebas debido a las grandes crisis que han trastocado nuestro camino. La pandemia primero y después una inflación galopante, a la que se ha sumado la guerra en Ucrania y las crisis energética y alimentaria derivadas de este conflicto bélico, han sido los momentos históricos más difíciles que hemos sufrido en los últimos años y han desestabilizado todo el panorama económico, social y político internacional. Sus consecuencias, como una gran marea imparable, afectan a toda la ciudadanía y repercuten en cada sector y en cada rincón de nuestra isla por lo que estar unidos es ahora más necesario que nunca.
La fiesta -con el especial significado que tiene para la isla- es una gran oportunidad para renovar objetivos, compartir ilusiones y expresar las convicciones de un pueblo como el nuestro que afronta unido sus retos esenciales de justicia social, progreso e identidad. Porque en los momentos de mayor incertidumbre es esta comunión de sentimientos y objetivos la que ha de guiarnos para que caminemos juntos y juntas hacia un futuro de progreso. Tenemos que garantizar derechos sociales que nos igualen y permitan el bienestar común y avanzar en ese modelo de ecoísla para Gran Canaria que nos garantiza un presente y un futuro sin dependencias externas que puedan poner en riesgo nuestro pequeño pero afortunado territorio. Casi nada el reto que tenemos por delante para seguir impulsando el empleo, la lucha contra la pobreza y la igualdad. Para garantizar las soberanías energética (con renovables) y alimentaria y la seguridad hídrica que asegure nuestra supervivencia. Para profundizar en un modelo de desarrollo diversificado ligado a un turismo de calidad y sostenible, a las economías azul, verde y circular, a la investigación y la innovación, a la producción audiovisual, a la reforestación y a la adaptación y mitigación de los efectos del cambio climático…
La celebración de las fiestas de la Patrona de Gran Canaria, de la Diócesis de Canarias, coincide este año con el setenta aniversario de la primera romería del Pino con el diseño del querido Néstor Álamo y el patrocinio principal del Cabildo de Gran Canaria. Gracias a las aportaciones de nuestro compositor, escritor y autor de algunas de las canciones que identifican a la isla, se produjo un cambio que implicó al conjunto de municipios y sectores sociales. Se convirtió en la gran fiesta de Gran Canaria. Se guió por las premisas y elementos que conforman el tapiz del otro gran Néstor, en este caso Martín-Fernández de la Torre titulado ‘Cortejo de la tradición. Una boda en Teror’, para establecer la festividad de la Virgen del Pino como un ejemplo de tipismo, de exaltación de la canariedad a través de los productos de la isla, las singularidades locales, su folclore y sus tradiciones.
Por ello, hablar de la romería y de la festividad del Pino en Gran Canaria es rememorar y exaltar la cultura popular construida durante siglos. Y también es celebrar los orígenes del culto, al vincular la imagen mariana en el bosque de Teror, un lugar sagrado para los antiguos canarios, donde destacaba un sorprendente ejemplar de pino canario -rodeado de dragos- bajo los cuales nacía un manantial de aguas medicinales.
Fue en 1481, hace 541 años, cuando se originó el culto en el que la naturaleza de la isla tenía el papel principal. Así lo recoge nuestro inolvidable historiador Antonio Bethencourt y Massieu, fallecido hace cinco años y uno de los padres indiscutibles de la historiografía de Canarias. En el pregón que ofreció para las fiestas terorenses de 1956, cuando era profesor adjunto en la Universidad de Santiago de Compostela, Bethencourt Massieu recuerda que aquel bosque comenzó a ser objeto de un “hambre de tierra” y era codiciado por la “sociedad de la madera”, contribuyendo a la progresiva desaparición del bosque de Doramas en un proceso que se mantuvo hasta mediados del siglo pasado, cuando el Cabildo inició la reforestación de las cumbres y también comenzó la recuperación de la laurisilva. Entre los hitos de este proceso destaca la compra de la finca de Osorio por nuestra institución, lo que posibilitó el inicio de programas de restauración forestal cuyos frutos ya son visibles y que estamos decididos a seguir ampliando.
La advocación de la Virgen del Pino, llamada el ‘imán de Teror’ por el escritor Pancho Guerra, se mantiene hasta nuestros días en la creencia popular que ha hecho de esta figura motivo de devoción como “medianera de la tribulación isleña”.
Hoy vivimos una sucesión interminable de amenazas en forma de guerras y crisis económica, sanitaria y climática que nos recuerda la fragilidad de nuestra tierra ante los fenómenos naturales. Esta dura realidad tenemos que afrontarla con soluciones, decisiones, compromisos sociales, políticos y económicos. Los canarios, que sabemos de adversidades, hemos vivido la fiesta a lo largo de los siglos, como nos enseñan las investigaciones del filósofo Felipe Bermúdez, como la expresión colectiva de nuestras posibilidades de resistir, recuperarnos y afrontar unidos los retos que tenemos que resolver. No vamos a la fiesta para ocultar la realidad, sino para apostar por la resiliencia y la confianza en nosotros mismos.
Nuestro pueblo siempre ha acudido a Teror también para convertir este encuentro en la fiesta más cantada de las islas, con sus parrandas de timples, bailes y este año, además, con el reencuentro tras dos años de restricciones y suspensiones.
Por ello, esta Romería de Nuestra Señora del Pino -en su 70 aniversario-, se presenta como una celebración histórica, por su efeméride y por el esfuerzo de nuestra comunidad para lograr la vuelta a la ‘normalidad’ tras una pandemia que sigue presente, lo que nos exige un grado de responsabilidad muy alto.
El Cabildo de Gran Canaria mantiene su compromiso con la organización de esta celebración, con la participación de los 21 municipios de la isla y de colectivos e instituciones de otros territorios insulares, a través de la Fundación Nanino Díaz Cutillas. Este año, la Corporación Insular llevará en su propia ofrenda una representación denominada “Gran Canaria, esencia de tierra y mar” como reflejo de la frase acuñada por Domingo Doreste al definir nuestro territorio aislado como ‘Continente en miniatura’. Por eso, en la cristalera del Cabildo se expondrá el bote ‘Tomás Morales’, como homenaje también por el centenario del fallecimiento del poeta grancanario.
La alegoría de este 70 aniversario, diseñada por Fernando Benítez, será un homenaje a los municipios costeros de la isla y a un deporte autóctono como la vela latina. El barquillo ‘Gran Canaria’ desfilará tirado por pescadores ataviados con vestimenta tradicional, cargado con productos de nuestra tierra seleccionados por la Consejería de Agricultura, Ganadería y Pesca.
Estas fiestas del Pino vuelven cargadas de emociones y sentimientos. Les deseo una participación alegre y responsable para que sea posible el reencuentro entre los pueblos de Gran Canaria. Nos deben servir, al mismo tiempo, para tomar fuerzas y afianzar la voluntad colectiva de progreso y de un futuro sostenible como legado para la isla y las generaciones futuras.