Jueves, 15 de septiembre.
Fernando T. Romero*
Comienza el actual curso escolar con la novedad de la aplicación en los cursos impares de la nueva Ley de Educación: la LOMLOE o Ley Celaá. Se trata de una reforma parcial que, aunque corrige algunas deficiencias de la LOMCE (el diseño curricular, la estructura de los ciclos y el funcionamiento de los centros), deja sin abordar el modelo y la estructura del sistema educativo o la situación del profesorado, a la que solo se alude en una disposición adicional para un desarrollo posterior.
Sin embargo, las leyes educativas, siendo muy importantes, no lo son todo en el funcionamiento de la educación. Muchas veces, la existencia de un entramado positivo de funcionamiento y colaboración entre los padres/madres, profesores/as y alumnado, en el contexto de la realidad familiar y social de cada centro, pueden conseguir más y mejores objetivos que los estrictamente establecidos por la propia ley.
Afortunadamente, no son muchos, pero en esta ocasión nos vamos a referir a esa minoría, a algunos padres que, en su afán por proteger a sus hijos de todo lo feo y malo de este mundo, tienden a convertir su infancia y adolescencia en una burbuja, en un permanente y alegre parque temático. Por ejemplo, se dan situaciones en que basta con que el niño o la niña desee cualquier capricho (no importa lo caro y extravagante que sea), para que, por arte de magia, algunos padres lo materialicen.
Y eso está muy bien y cría niños muy felices. Pero, como ha publicado recientemente la escritora Carmen Posadas, “crecer en Eurodisney (o en Los mundos de Yupi) tiene un precio: el no preparar adecuadamente a estos niños y adolescentes para enfrentarse a la vida y a la sociedad al convertirse en adultos”.
Por ello, alguien debería recordarles con alguna frecuencia que la vida real, además de las legítimas e ilusionantes aspiraciones personales, va también de otras cosas: va de desencuentros, celos, envidias, trampas y de golpes bajos que hay que sortear y superar. Y, por supuesto, no basta solo con desear algo para obtenerlo. Debemos concienciar a nuestros niños y niñas de que la vida exige compromiso, es arriesgada, imprevisible y, a veces, injusta.
Con lo dicho, no estamos descubriendo nada nuevo. Y, por supuesto, los padres saben todo esto. Igualmente, estamos seguros de que las familias son conscientes de que educar no es hacer de Papá Noel o de Rey Mago los trescientos sesenta y cinco días del año. Y estamos convencidos de que saben, también, que educar es dotar a los hijos de herramientas que los ayuden y preparen para moverse y buscarse el futuro en una sociedad que, a veces, resulta bastante hostil.
Sin embargo, aun así, algunos padres, afortunadamente pocos, prefieren abstenerse, no actuar, y terminan lanzando al mundo a adolescentes que se creen con derecho a todo, que no aceptan un “no” por respuesta, incapaces de dialogar con argumentos, chicos y chicas (algunos), los menos, que no saben qué es el esfuerzo personal, el respeto, la tolerancia y otros valores necesarios para la convivencia.
Es por ello que, si no actuamos en las etapas adecuadas sobre nuestros niños y niñas, tendremos, más pronto que tarde, algunos jóvenes personalmente frustrados y socialmente inadaptados.
Por todo ello, es necesario que eduquemos siempre con corazón, con mucho, con muchísimo corazón; pero también con cabeza.
Feliz curso académico 2022-23.
*Fernando T. Romero es profesor y colaborador de Radio Agüimes Onda Libre.