Sábado, 26 de noviembre.
José Armas Barber
Si no fuésemos capaces de hacer eso, entonces viviríamos como seres dependientes, sin ninguna posibilidad de generar conocimiento, tal como lo concebimos actualmente.
Tales podía haber cambiado el final de la historia con un: pobre vaca, se murió por designio divino. Pero bueno, al fin y al cabo, Dios le dio la vida y Dios se la quitó. Él sabrá las razones, yo no soy nadie para intentar explicarlas. LOS CAMINOS DE DIOS SON INEXCRUTABLES.
Sin embargo, optó por dar una versión puramente racional del acontecimiento y, por si fuera poco, sacar conclusiones al margen de la muerte de la pobre vaca. He aquí la diferencia.
Regirnos por los designios de dios nos mantendría eternamente en la ignorancia. A lo mejor todavía estaríamos pensando en el universo como un grupo de cosas redondas que daban vueltas alrededor de la tierra, trazando círculos perfectos. O estaríamos temblando de miedo pensando en las calderas del infierno, azuzados por el tridente de Satanás. O pensando en que nuestros hijos nacen con un pecado manchando su alma impura por el mero hecho de nacer, pobrecitos.
Nacemos marcados. Tanto por una culpa que evidentemente no tiene el neonato, como por la sumisión a una serie de personas que nos dicen que están capacitadas para eliminarla. No tenemos ninguna posibilidad de conocer si es cierto lo que nos dicen, simplemente tenemos que creérnoslo. Además, nos dicen lo que está bien y lo que está mal. Se arrogan una autoridad que no se sabe quién la da. O te lo crees o te condenas. Y menuda es la condena con que nos amenazan. ¡Eso sí que es una cadena perpetua!
Se pretende volver a sustituir el delito por el pecado y que la argumentación vuelva a sustituirse por las órdenes “venidas de arriba”. Se promueve la esencia de un código totalmente revelado, no generado por la razón del ser humano mediante los acuerdos y la contrastación de opiniones. La opinión debe desaparecer y dar paso a las verdades emanadas del dogma. La sociedad civil debe ser sustituida por la religiosa. Me imagino proponiendo matrimonio a alguien y, en lugar de responderme sí, me contestase amén.
Es decir, estaríamos dentro de la cueva de la ignorancia, de la superstición. En las tinieblas donde el miedo es lo que funciona como estimulante para el comportamiento humano. No tanto el miedo al infierno, sino el temor a equivocarse. La anulación de la autoestima. Es decir, la anulación de las capacidades por medio de las cuales los seres humanos explicamos lo que nos sucede y lo que nos rodea.
La iglesia católica, parapetada en el avance del conservadurismo en España, se atreve a participar en las cuestiones que competen al parlamento. Es decir, interviene en la vida política, pretendiendo introducir códigos de comportamiento basados en el catolicismo. Con todo el respeto que me merecen las creencias individuales, sean religiosas o no, tratar de imponer una pauta basada en la doctrina de una iglesia determinada, compromete la libertad de los demás.
Un ejemplo clarísimo es el del matrimonio entre personas del mismo sexo. A cualquier persona que se le pregunte, sería muy difícil que no reconociera que dos personas que se quieran puedan casarse si así lo deciden. Luego, cuando se dice que el matrimonio es entre dos personas del mismo sexo, ya empiezan las divisiones. Hay gente que opina que es inmoral que dos personas del mismo sexo puedan tener los mismos derechos que una pareja heterosexual. Aun no me han explicado bien el porqué. Parece ser que, después de buscar con gran entusiasmo y no encontrar nada objetivo que llevarse a la boca para luego decirlo, se han sacado un argumento etéreo y atemporal. “Ese tipo de matrimonios acabará con la familia tal como la conocemos en la actualidad”. Antes de nada, ¿quién dice que la familia tiene que ser como la conocemos ahora? ¿Es que la iglesia católica es como era? ¿Es que la iglesia católica es como era hace quince años? Pero también es interesante preguntar si las monjas son como eran las de hace veinte años. O los curas. O si los papas son como los de hace seis o siete siglos. ¿Cuándo era la iglesia verdadera, antes o ahora? ¿Cuándo la santa inquisición quemaba a los “herejes” actuaba correctamente? Si no era así, ¿a qué espera la iglesia para condenar a Torquemada? Este señor, ¿dónde estará? ¿Acaso estará en el infierno quemándose (qué cruel sería su destino) o en el cielo tocando una lira y con dos alitas en la espalda?
La familia ha ido cambiando, las estructuras del estado también, los curas han cambiado. Las ciudades ya tienen alcantarillado, es decir, han cambiado. Las monjas han cambiado; no voy a decir que gracias a dios, pero los católicos sí lo dirían. Gracias a dios las cosas cambian, se modifican. ¿Por qué no la familia?
En cualquier caso, la familia que habría cambiado sería la formada por las personas que la componen. Por ejemplo, ya se han casado varios hombres con otros hombres, igualmente varias mujeres. Mi familia no ha cambiado nada. Seguramente alguien pensará que la familia a la que pertenezco es muy rara. Ante esa posibilidad, he mirado con mucho interés a las familias de mi alrededor. Pues bien, tampoco han cambiado. De paso he comprobado que la mía es muy normalita. Y lo sigue siendo. Si no hay afección a los derechos de los demás, ¿cuál es la razón de tanto revuelo? ¿Por qué alguien se opone a la plasmación de un derecho, si no afecta negativamente a ninguna otra persona? A mí solamente se me ocurre que es para mantener una hegemonía moral que se le había ido de las manos. Solo puede significar que hay miedo a perder poderío moral, a perder un monopolio que viene renqueando desde hace más de tres siglos: desde que los seres humanos decidieron tomar las riendas de su destino; o sea, desde que el ser humano decidió ejercer como tal.
Esa autonomía molesta a quienes pretenden tener sometidas a las personas a través de arrogarse el papel de intermediarios del jefe supremo. Ni se entiende ni se soporta intelectualmente que alguien diga de sí mismo que tiene la verdad absoluta. O yo o el diluvio, o Sodoma y Gomorra. O, lo que es peor, la hoguera eterna. La religión es incompatible con la razón y la democracia. Con la razón porque no hay posibilidad alguna de concluir racionalmente que existe un ser superior que lo ha creado todo, que es omnipotente, que es omnipresente y que lo sabe todo, incluso el futuro. En realidad, hablamos de un ser que posee todas las virtudes infinitamente.
Democráticamente tampoco es admisible el planteamiento religioso, porque la realidad no puede ser concebida desde principios inmutables, desde verdades dogmáticas y únicas. Es como si se intentara volver a los tiempos en que la sociedad estaba invadida de preceptos morales emanados desde una sola alternativa. No ya los católicos, sino las religiones en general, pretenden que todos vivamos tal como ellos plantean. De hecho la salvación solo es viable desde sus puntos de vista, tan sectarios por otro lado. Todo esto cambió, como decíamos antes, hace algunos siglos.