Miércoles, 4 de enero.
Entrevista de Domingo-Luis Hernández al colaborador de Noticias de Agüimes, Victoriano Santana, a propósito de la publicación de "Soltadas Dos", en la que se aborda la figura del crítico literario y de la prensa como difusora de contenidos culturales, entre otros asuntos.
Victoriano Santana Sanjurjo persiste en "Soltadas Dos" en la pericia crítica que desplegó en la entrega anterior, "Soltadas Uno"; acredita ahí la continuidad que expuso y anuncia al final del trabajo los contenidos de los que será la tercera entrega de la serie.
Lo que caracteriza a esta espléndida obra, sin duda una de las mejoras tareas de la crítica en Canarias, es la actualidad, primoroso y detallado repaso de las propuestas más recientes de los autores de las islas. Con otra condición: la estima de lo leído con añadidos sustanciales de autores eximios del exterior. Porque le dan a la estampa estas propuestas no es solo recoger lo que en su momento el autor dio a conocer en las hojas culturales de la prensa, lo que capacita a las entregas es la argucia de la refundación y el montaje en libro, las propuestas en orden.
Y eso es lo que le da enjundia a estos textos atractivos y singulares. Por eso nos pareció oportuno hablar con Victoriano Santana Sanjurjo sobre aspectos esenciales que afectan al particular, como su concepción de la crítica o la construcción de esos mensajes.
Lo que define a Soltadas 2 (como a la primera entrega) es la crítica. ¿Pero cómo desvelar a ese sector de la escritura, cómo definir a la crítica literaria?
Todo lector, por el mero hecho de serlo, posee la condición de crítico literario. Desde el instante mismo de la selección de lecturas, desde el momento de la aceptación de un título y el rechazo de otros (por supuesto, bajo sus propios parámetros) ya está asumiendo el rol de crítico. Tiene motivos —compartidos o no— para ensalzar un producto, apostar por él; y, a la vez, para denostar otros. Si además de elegir, se pronuncia públicamente sobre la elección, su función de crítico se afianza aún más, con independencia de la conexión que seamos capaces de mantener con su posición ante el título del que nos habla. Podrán parecernos pueriles sus argumentos o pobres sus razones; podremos no compartir su opinión porque no nos resulta convincente la defensa que hace de una obra o lo contrario: aplaudir la confluencia de pareceres que hay entre sus observaciones y las que nos ha generado la lectura de una obra compartida. Da lo mismo, el lector que habla de lo leído ya está haciendo un ejercicio de crítica literaria; está posicionándose, está situándose ante el producto en un lugar determinado. Sus palabras animarán a unos o disuadirán a otros. En este sentido, la crítica literaria vendría a ser la acción que empuja a un individuo a opinar acerca de un texto.
Un lector avezado, un lector con un bagaje elevado de lecturas en el haber de su intelecto, sean de la índole que sea —un especialista—, será capaz de configurar sobre lo leído observaciones singulares, rigurosas, sólidas en su argumentación, mientras que uno sin tanta formación reduciría de un modo considerable su ámbito de precisión. Le pongo un ejemplo: un catedrático de literatura y un estudiante de bachillerato pueden coincidir a la hora de afirmar las excelencias de una novela como La historia interminable de Michael Ende. El qué está claro: la obra del alemán es muy recomendable; lo que cambia es el cómo: el especialista, atento a su preparación y al oficio, formulará su defensa de un modo muy diferente al alumno.
La crítica literaria, pues, es una actividad inherente a la lectura; es más, toda lectura no deja de ser en el fondo un quehacer para la crítica literaria. Otra cosa bien distinta es si se comparten o no las impresiones y, cuando se ofrecen, cómo se entregan para que otros lectores, a su vez —en un fascinante juego de espejos—, también hagan de críticos de la crítica. Como lector, soy crítico literario. ¿Qué tipo de crítico? De algún modo, eso lo decidirán quienes me lean. Ese es el parámetro básico —superficial, si se quiere— en el que sustento la noción de “crítica literaria” tomando como referencia la formulación de su pregunta. Ni que decir tiene que no ahondo en las consideraciones de la crítica como parte de un quehacer académico sujeto a los criterios propios de las ciencias humanísticas.
La crítica literaria es un compromiso particular que atiende a eso que se llama leer, que es un ejercicio singular y único. Aquí, además, lo que se produce es compartir la lectura, que resulta reflexión por lo leído. ¿Cómo se comparte la lectura?
La clave está en el verbo de la pregunta: “compartir”. Hacer partícipe a alguien de algo que es tuyo, que podías no haber ofrecido, que podías haberte guardado para ti, que podías no haber anunciado nunca, pero que una vez entregado, mostrado, dado, se convierte en un compromiso que vincula a emisor y receptor. Yo he decidido en Soltadas que ese acto no sea hostil; al contrario, creo que el mismo espíritu de convite —de «mira, lee esto, considero que merece la pena»— que poseen las antologías debe estar presente en las reflexiones que se ofrecen sobre las lecturas realizadas. Esta actitud transforma al crítico en un tipo amable que solo se pronuncia cuando desea mostrar aquello que, a su juicio, ha de ser ser atendido de un modo especial. El proceso es bien sencillo: alguien lee algo que le gusta y que le parece importante, le apena que se pueda perder entre las numerosas desatenciones culturales por su desconocimiento, y decide invertir un tiempo y unas energías en componer algo que sirva para defender la validez de la pieza literaria de turno con el único propósito de que otros la conozcan y sientan, gracias a sus argumentos, interés por acercarse a ella. Punto. No hay más ni debería haberlo.
En mi universo particular, la crítica literaria sujeta al espíritu de Soltadas es así se simple. ¿Por qué? Porque en el fondo subyace una convicción: la lectura placentera no es forzosa, como no lo son la música o el arte, en general. Es recomendable; y mucho, sin duda (al menos para mí). Saber leer debería ser obligatorio; disfrutar con la lectura, no. Siempre que puedo, cuando la circunstancia es propicia para ello, sugiero el Quijote. Es una novela en la que, de una manera u otra, todo el que la lee siente que algo de lo que contiene es afín a él. Parece, en ocasiones, haberse escrito para cualquiera de nosotros. Pero no leer este título de Cervantes no te convierte en peor persona, en un mal ciudadano, en un ser que merezca recibir el mayor de los repudios. Que alguien no conozca el Quijote no me provoca rechazo; en cambio, que no pague sus impuestos, sí. Se puede despreciar a quienes incumplen las leyes, pero no a los que no han oído alguna pieza conocida de Mozart, Beethoven o Wagner. Creo que no cabe sentir animadversión hacia los que las ignoran; en todo caso, desear que pronto puedan disfrutar de algo tan bello.
¿La crítica literaria puede interpretarse como un complot con la obra literaria o la crítica literaria, como la obra en sí, es una entidad independiente y no comprometida?
Como tengo claro lo apuntado sobre lo que denomino “espíritu de convite”, considero que todo ejercicio de crítica literaria, para que sea tal, ha de venir de un compromiso libre del autor. Del mismo modo que sería un mal anfitrión si me viera obligado a ser amable con mis invitados sin quererlo, mal crítico no dejaría de ser si me viera forzado a escribir sobre lo que no me apetece. Así lo veo yo; máxime, porque nadie me impone el juzgar una obra literaria. Las novelas, por ejemplo, se componen para ser leídas y tienen como finalidad el que puedan conceder al lector un rato de esparcimiento gratificante. No se elaboran para ser estudiadas, no se llevan a cabo para que sean el leitmotiv de una reseña. Las escrituras sobre un título son una consecuencia de un estímulo inesperado: una obra asimilada bajo unas circunstancias personales, creativas, situacionales, etc., conlleva una necesidad comunicativa que formalizamos en un texto y que damos a difundir por diferentes canales.
Entre el autor y el crítico no debe haber más relación, en este sentido, que la propia de dos intelectuales que asumen dos enriquecedoras perspectivas sobre el producto creativo que uno de los dos ha elaborado. Por eso, sostengo que la crítica literaria ha de ser una entidad independiente y no comprometida, entendiendo este desapego al compromiso como la necesidad de no escribir por escribir; o sea, porque X es un amigo que ha publicado un libro y considero mi deber hacia la amistad que tenemos el escribir una reseña favorable acerca de su título (aunque la obra sea infumable). O el caso contrario: Z es un “adversario” de mi amigo X, ha sacado un excelente producto literario y siento la obligación de hacer lo posible por desacreditar el valor de lo que ha hecho con el fin de afianzar mis vínculos con X. Si el libro merece la pena, escríbase sobre él e invítese a los lectores a que lo lean; si no, un prudente silencio es lo que conviene.
Concluyo. Ha utilizado en su pregunta una voz clave: “complot”. Es precisa. Ilumina el camino que algunos deciden seguir a la hora de ejercitarse como críticos, una vía que conduce a la endogamia: establecer un acuerdo más o menos explícito entre creadores donde unos hablan sobre otros y viceversa, y siempre en términos favorables, por supuesto. Tal y como yo lo veo, esto es una cabal impostura que enturbia el sustento que, a mi juicio, ampara todo quehacer crítico: al margen de planificaciones y organizaciones preliminares, la escritura ha de tener un componente circunstancial basado en la fascinación por el objeto que la impulsa. Escribir solo para agradar el ego de alguien, por beneficiar a X o perjudicar a Y tiene sentido en un ámbito muy alejado de lo que debería ser la crítica literaria, ya sea la que intento llevar a cabo (la llana, la de andar por casa…) como la de naturaleza académica.
¿Qué busca el crítico literario con la crítica literaria?
Como considero que no hay un solo perfil de crítico literario, sino tantos como lectores, entiendo que los objetivos que cada uno se traza a la hora de abordar sus posiciones sobre un producto son múltiples, difíciles de sintetizar y, por supuesto, imposibles de elevar a una categoría de funciones que a todos cubra. No sé qué resortes empujan a alguien —a usted, por ejemplo— a juzgar una obra creativa, de ahí que lo más razonable sea hablar de lo que busco yo cuando asumo el papel de crítico. En mi caso particular, fundamentalmente, invitar a la lectura de aquello que me ha proporcionado un singular placer: no escribo acerca de todos los libros que me gustan (es imposible), sino sobre los que me agradan de un modo especial y que, disfrutados en un momento concreto de mi cotidianeidad, han logrado activar alguna parcela de inspiración hasta el punto de concluir que es aconsejable y necesario el dedicar un tiempo y unas energías a componer un texto que, con suerte, será leído por unos anónimos destinatarios; y, con más fortuna todavía, podrá estimular el deseo de leer la obra sobre la que se ha escrito o de adoptar alguna posición favorable o no a lo que se expone en la reseña. No hay más.
No busco medrar ni conseguir tratos o atenciones amables por parte de los autores cuyos títulos son objeto de mis intereses compositores: algunos hay que, ante un artículo que he realizado sobre su libro, han sido afables y han tenido a bien agradecérmelo en persona; y hay otros que no lo han hecho, a pesar de que me conocen y saben cómo contactar conmigo. No pasa nada. Los textos elaborados a partir de los títulos de unos y otros tienen para mí la misma validez: necesitaba componerlos porque quería dar forma a mi gratitud por el buen rato que cada uno me ha dado y lo conveniente que es el que se conozcan y se difundan. Ese es el principio en el que fundo mi humilde labor de crítico literario; voz esta —la de “crítico literario” — que me queda muy grande. Lo reconozco.
Si la consigna del leer es el reescribir, ¿qué anuncia la escritura de la crítica?
Todo lector es un escritor en potencia. Rara es la inexistencia de un interés escritor en quienes son lectores, otra cosa bien distinta es que esa existencia luego se vertebre en un texto. Quien lee, imagina; quien imagina, recrea. Todo acto de recreación implica una composición; mental al principio y, si cuadran las circunstancias y las voluntades, sobre soportes: papel, ordenador, etc. El lector recreador es esa figura que traza el narrador del Quijote acerca de un Alonso Quijano que siente el impulso de acabar de algún modo con la Historia de Belianís de Grecia, de Jerónimo Fernández, cuyo final promete su autor sin que se haya dado; y es también ese Víctor Álamo de la Rosa cuando niño, en su querida Restinga herreña, entreteniendo sus horas de obligada reclusión mientras hace la digestión creando situaciones narrativas alternativas a las que se cuentan en sus cómics de superhéroes.
Este lector recreador expande el producto original, lo amplifica, lo alarga, lo aumenta con la fijación de contenidos novedosos (reciban o no el visto bueno del autor del arquetipo). La escritura crítica, en cambio, solo engrosa el título que referencia. Crea una suerte de muralla a su alrededor que mantiene intacta la creación y que, de alguna manera, la protege para que pueda ser conocida y difundida. La obra es como es y sobre como es escribimos; en la escritura recreativa, la pieza es como es y, además, como nos gustaría que fuera. Hablo de “proteger”, “conocer” y “difundir” porque esos son, para mí, los verbos principales de toda escritura que aspira a ser crítica. Los «académicos» (“analizar”, “sopesar”, “examinar”, etc.) son inherentes al proceso de composición, pero no son un fin en sí mismo. No hacemos una reseña porque queramos estudiar una obra, la hacemos porque queremos darla a conocer y, en consecuencia, hemos de analizarla
¿Usted considera a la crítica literaria como un género literario?
Sí, al menos la que se contempla desde Soltadas Dos: un género que compartiría las esencias propias del ensayo, que asumiría de algún modo y con innegables particularidades los principios de toda obra académica, y que gozaría de la libertad de un texto narrativo. Estoy ante un híbrido, lo sé. Busco un género que me permita el amparo de una escritura que quiere ser muchas cosas a la vez; y como no existe (o, mejor, yo no lo conozco), le he dado una entidad propia a lo hecho, de ahí la necesidad de crear un neologismo como “soltada” para que sea real. En el prólogo del libro, titulado “Contexto Dos”, ya me pronuncio sobre este “género-mosaico”:
«¿Dónde ubicar este híbrido que tan pronto parece diario —a diestra— y —a la siniestra— crónica, como escrito divulgativo o pieza de fantasía? Si se tira de la etiqueta “ensayo”, aparecen vetas que no dejan de situar el ejercicio en la narrativa y, por determinadas expresiones, hasta en el drama y la comedia; si se jala por la senda del relato de ocio, asaltan el camino las pedantescas filigranas académicas; si se lanza la bagatela, flota la plúmbea filosofía; si el pensamiento se desparrama, la lírica emerge… Es todo un sindiós. Parece que me empeño en que mi estilo sea no tener estilo; y, con ello, que nadie sepa qué hacer con el objeto, dónde colocarlo, qué etiqueta ponerle…, para qué sirve. Soltadas es no-ficción ficcionada y, a la vez, ficción no-ficcionada; o no, o solo un poquito…».
En el fondo, lo que ha de quedar claro desde la perspectiva que proyecta el libro que nos ocupa es que si hay tantos críticos literarios como lectores, inconmensurables han de ser los parámetros en los que se desarrollaría el ejercicio del juicio libresco porque inabarcables son las posiciones que cualquiera puede adoptar ante el estímulo de un texto. Insisto en el punto de vista desde el que enfoco esta respuesta porque hablo de una crítica literaria que no se sujeta de manera exclusiva a los dictámenes de la ciencia. Los géneros convencionales encorsetan, limitan, sirven para clasificar, son un instrumento taxonómico; en suma, ayudan a situar en una compleja estructura el producto, a clarificar su naturaleza. Por eso no sé cómo categorizar Soltadas y, en consecuencia, dónde ubicar mis empresas escritoras ni si son merecedoras de que se las reconozca como integrantes del amplio universo que representa la “crítica literaria”.
Soltadas 1 y Soltadas 2 manifiestan una puntual entrega de Victoriano Santana por seguir milimétricamente la actividad literaria cercana. ¿Cumple con el rigor crítico esa cercanía?
Me interesa muchísimo la literatura que se hace en Canarias; y no tanto porque yo sea de aquí, viva aquí y tenga entre mis perspectivas vitales futuras el morirme aquí, sino porque hay una producción local de mucha calidad, de asombrosa y admirable calidad para lo pequeño que es el territorio y, en consecuencia, lo limitadas que podrían ser las cantidades de obras memorables. Con los años, poco a poco, en un enriquecedor proceso de asimilación constante, he ido descubriendo textos hechos aquí, por gentes de aquí, con claves internas de aquí, con los que me he ido identificando de una manera singular. Estos escritos me han llevado a otros; y estos, a su vez, a otros más. El conjunto final es una iridiscente caja de tesoros que comienza con las endechas a Guillén Peraza y que, de momento, me ha conducido hasta Garañón de Juan José Mendoza o Reparación del horizonte de Víctor Álamo de la Rosa, por ejemplo, que son los títulos que ahora mismo me empujan a una escritura.
No me fascinan las obras porque sean canarias, sino porque son fascinantes, por eso en mis “textos sobre lecturas” hay lugar para autores que no se vinculan a nuestros lares: Anna Staronibets, Javier Sachez, Cristina Fallarás, José Saramago, Luis Landero, Amélie Nothomb, etc. Lo que sucede es que durante mucho tiempo he ido dando con una generosa serie de escritores y de títulos cercanos en el espacio, próximos en la identidad, afines en los rasgos estéticos que los caracterizan, y me ha resultado imposible no sentir una conexión especial con ellos. Por eso, en Soltadas Dos, hay un artículo dedicado a la denominación de “Literatura canaria”. Es una tentativa por asir este sentimiento y esta apetencia lectora que me vincula a un colectivo cuyos márgenes de actuación poética quedan formalizados en los límites de Canarias. En la referida soltada, la decimotercera, he intentado demostrar las dificultades que conlleva para mí trazar el significado de un concepto como el de Literatura canaria sin poder evitar la sensación de que en mi ánimo y voluntad hay una suerte de analogía con la ley de gravitación universal: la inconmensurable masa del patrimonio literario de nuestras letras y la escasa masa de mis variadas y exógenas lecturas mantienen una atracción mutua. La cortedad de la distancia que las separa (lo que desde el punto de vista metafórico vendría a ser la influencia del espacio) convierte en un inevitable gozo el que me sienta atraído por ese gran cuerpo celeste que representa la literatura de Canarias
¿Podría explicarnos el título Soltadas?, ¿qué cumple con lo suelto, los libros que se leen o la reflexión que se acredita?
Todo está suelto. Los libros que leo tienen solo dos nexos comunes: la lengua en la que están escritos y la voluntad del destinatario por buscarles un lugar en su cosmovisión. Pero mi dominio del idioma no es absoluto ni mi deseo puede cumplirse en los términos que me gustaría. Por eso siento que los libros arrojan sus mensajes al pozo de mi entendimiento sin dejar que los aprehenda en su totalidad; y trato de nutrirme como sea, de manera suelta, sin lograr la sensación de saciedad, bebiendo en ellos el agua vivificadora que contienen. En consecuencia, me veo abocado a leer suelto lo que suelto luego escribo, lo que percibo como semillas dispersas que se echan en una tierra sin el convencimiento de que vayan a germinar.
En Soltadas Uno inserté una entrada, la décima, titulada “Muestras para un diccionario sadalónico”, en la que ofrecía la definición de una voz que me ha cautivado siempre: “Incompletitud”. No la recoge el lexicón de la Real Academia, pero existe. Es un término que, en mi universo particular —en ese marco que he venido a denominar “sadalone.org”—, significa esto: ‘Cualidad inherente a todo lo que se escribe y que viene a determinar que todo texto es necesariamente incompleto, aunque dé la impresión de que está acabado. Toda obra es susceptible de ser continuada indefinidamente y toda obra, vista con la debida perspectiva, no comienza por el principio, sino por un precedente que el narrador conoce y el lector intuye’.
Esta palabra ha servido de inspiración para formalizar la noción de “soltada”, que en la citada “Muestras…”, definí como: ‘Sustantivo que procede del participio del verbo “soltar” y cuyo significado denotativo es: reflexión de naturaleza improvisada y descontextualizada que se recoge en una porción de texto escrito en prosa y que suele atender, en su contenido, a las inquietudes creativas propias del género ensayístico y, en sus formas, evocadoras en ocasiones de la lengua oral, a la voluntad estética que anhela la expresión lírica’. Volvemos a los términos antes expuestos al hilo de la cuestión sobre si considero la “crítica literaria” como un género literario.
Lo que sustancian los dos libros citados es que Victoriano Santana mantiene una relación eminente con las secciones culturales de la prensa. ¿Análisis o difusión?
Análisis y difusión a la vez. No son incompatibles. Lo que chocan son extensión y canal, pero nada que no haya logrado resolver el entorno digital. La prensa en soporte papel me permite ofrecer un avance de mis lecturas, pero son los digitales los que facilitan la reproducción del texto completo, del mensaje cuya longitud, en muchas ocasiones, excede los límites del objeto que manejará el lector. Hay un proceso de conjunción entre ambos términos que, tal y como yo lo veo, los vuelve inseparables: el análisis atañe a la escritura, a la composición, a la voluntad divulgativa de dar luz donde hay sombras. Este deseo, el de iluminar, solo es posible con el interés por la difusión, por la expansión del conocimiento.
Cuando los ensayos que usted ha publicado en la prensa pasan al libro, ¿pasan transformados, apura usted los rasgos formales o eruditos para el segundo caso?
Sí, es inevitable que así sea. De hecho, yo suelo hacer reseñas muy extensas (cinco mil palabras, seis mil, etc.) porque considero que sobre una obra leída y analizada no puedo, no debo ni quiero trazarme límites. Escribo hasta que una voz interior me dice: «basta ya, todo cuanto tenías que decir ya está dicho “por el momento”». Entrecomillo ese “por el momento” porque siempre dejo abierta la puerta a cualquier cambio posterior: ampliación, supresión y/o modificación de lo compuesto. El acceso a la versión definitiva lo representa Soltadas. Lo que publique dentro de este proyecto ya no se va a tocar más. Esa es la voluntad. Obviamente, si en futuras reimpresiones conviene llevar a cabo ciertas correcciones (alguna palabra mal escrita, alguna coma, alguna letra trocada, etc.), se hacen y punto; pero el mensaje, el sustento del pensamiento, no se volverá a modificar. En consecuencia, el final de un escrito para mí no lo determina su publicación en un periódico, en una revista, en un blog…, no; sino la versión que aparezca en Soltadas.
Hasta que llegue a este último estadio del texto hay varios procesos de transformación en lo compuesto que, de alguna manera, implican alteraciones sustanciales en el mensaje: desde un punto de vista sincrónico, de la pieza grande ha de salir una más pequeña para los medios en soporte papel y para ciertos digitales que no desean ofrecer a sus lectores artículos tan extensos. Aquí ya hay cambios que proceden de las disyuntivas que empujan a decidir qué quitar y qué mantener. Luego están las intervenciones diacrónicas: toda revisión de lo hecho siempre conduce a transformaciones. Siempre. Cada vez que releo lo que he compuesto hace unas semanas, no puedo evitar la introducción de modificaciones más o menos significativas; y nada digo si por medio han transcurrido varios años.
Me pasó en Soltadas Dos con la entrada catorce: “Para una despedida de González de Bobadilla”, el autor de Ninfas y pastores de Henares (1587). Escritor y novela fueron objeto de mi tesis doctoral, defendida en febrero de 2003. Desde entonces para acá, he publicado diferentes trabajos a partir de los distintos apartados de mi proyecto académico, pero he tenido que encontrarme frente a lo que significa Soltadas Dos para hacer un reajuste profundo del conjunto: corregí numerosas erratas que, por indolencia, seguían visibles, revisé bibliografía, contenidos, puntos de vista… De lo hecho, han salido cinco extensos artículos —cinco rancajos, como los denomino— que ahora sí me representan y que, sin dejar de mostrar el quehacer académico de entonces, dan cuenta en este momento de una evolución hacia lo intocable. Esto solo ha sido posible gracias al paso del tiempo y sus consecuencias: soy dos décadas más viejo y observo lo hecho con otros ojos, otro entendimiento y, por supuesto, otras aspiraciones.
Prensa y libro, ¿son distintos? En todo caso, ¿en qué modo se comprometería lo segundo, el libro, con lo primero?
La diferencia está en la difusión y en el espacio que determina la reproducción de la pieza. Los libros recogen el producto en su totalidad. Permiten que el mensaje adquiera todas las dimensiones que la inspiración y el talento han sido capaces de componer, y conceden además al texto lo que podríamos denominar la virtud del nicho o de la tumba: los “restos”, lo que queda tras el proceso de creación, tiene siempre muchas más posibilidades de estar localizado que en la prensa, a la que cabría atribuirle, en este sentido, el defecto del osario o de la fosa común. Toda esta imagen que separa a un medio de otro se hace tomando en consideración el soporte papel.
En el entorno digital, las virtudes del hallazgo y la extensión se igualan en ambos canales; si bien, hay periódicos “online” que siguen operando con la misma mentalidad que sus homólogos impresos. En principio, nada ha de impedir dar con un autor y un texto en el océano de internet. Las diferencias, atento a su pregunta, vienen determinadas por un hecho que, a mi entender, usted y yo compartimos: no publicamos nuestras obras pensando en libros digitales, sino en los que se imprimen en papel. Seguimos apostando por una industria que da de comer a muchas familias y que nos une a una tradición literaria que sigue resultándonos sumamente atractiva: la del objeto que tocamos, olemos, hojeamos; y que permite que nos aislemos por completo del mundo sin distracciones periféricas, dándonos la licencia para, con un lápiz en la mano, ir subrayando o poniendo anotaciones en los márgenes de las páginas. En estos rituales de lectura se fundan los deseos por ver impresas nuestras obras y por aparcar, aunque sea por un instante, todo impulso por verlas digitalizadas y disponibles en la red.
¿Qué es Soltadas y por qué se ha comprometido usted con Soltadas en continuidad?
Soltadas tiene mucho de crónica puntual de una actividad escritora que va ya para tres décadas y que ha sido muy variopinta. He abordado en todo este tiempo una buena cantidad de temas diferentes porque soy incapaz de ceñirme a uno solo. En el prólogo de mi libro afirmo:
«Aunque anhelo la virtud de la polivalencia y la polimatía, y me entrego con curiosidad y cariño en los asuntos que me ocupan y preocupan, no paso de ser un tipo que va de flor en flor y que logra que el refrán “aprendiz de todo, maestro de nada” le encaje con más precisión de lo deseado. En este libro hablo sobre todo de literatura porque ese ha sido y es el principal ámbito de desarrollo de mi faceta compositora, de ahí que acompañe al Soltadas del título un ilustrativo [de literatura]; pero también me ocupo de asuntos políticos, históricos, educativos, etc., que, en el citado enunciado, quedan supuestos con la conjunción copulativa y los puntos suspensivos: [y…]».
Desde hace mucho tiempo, un buen número de personas afines a mí en el afecto me han aconsejado que me ciña a una línea de trabajo específica con el fin de conseguir una voz singular con mi producción. Lo he intentado (con Cervantes, por ejemplo), pero debo reconocer que no puedo evitar ser como soy ni el sentirme atraído por hacer hueco en mis creaciones lingüísticas a tantos asuntos estimulantes. Soltadas es, de alguna manera, un proyecto que refleja cómo soy y cómo la escritura se ha convertido para mí en un medicamentoso instrumento para dar forma a pensamientos que temo ver desaparecer en el limbo de los olvidos. A veces me veo como un Pigmalión que busca en cada texto una Galatea con la que sentirse reconfortado como juntaletras inmerso en un mundo tan heterogéneo. En esta imagen, Soltadas vendría a ser la galería que contiene todas las esculturas de variadas formas y distintas naturalezas a las que he amado dándoles mi tiempo, mis energías y, de algún modo, lo mejor de mí; y en las que me veo reflejado como hijas de mi talento que son, con independencia del alcance que este tenga.
¿Soltadas sería un libro infinito si usted fuera eterno, fuera inmortal?
Con sinceridad, no lo sé. No sé cuántas etapas vitales tendría esa inmortalidad ni si los quehaceres intelectuales irían por rachas o, por el contrario, serían uniformes, estables y jamás dejaría de hacer lo que hago. Repito, no lo sé. Para los inmortales, el futuro también es incierto, aunque la certeza de la muerte ya no sea tal. Miro con perspectiva la pregunta, el producto que la ocasiona, mi naturaleza y lo que me impulsó a comenzar este periplo editorial y la primera respuesta que se me ocurre es que no, que Soltadas no sería un libro infinito si yo fuera eterno. El porqué creo que está relacionado con el hecho de que la iniciativa nació principalmente de un deseo por ofrecer las versiones definitivas de todo cuanto he compuesto, aunque las reseñas sean actuales y, novedosos, no pocos textos. En algún momento (en el tomo cinco, o en el sexto, o…, vaya uno a saber), en algún instante, repito, ya habré resuelto esta suerte de “opera omnia” que nació, como señalo en el prólogo, para que me represente cuando ya no esté. Si lo mira con la debida proyección, esta industria que nos convoca tiene ahora mismo una validez relativa, pues se compuso más como legado que como obra de consumo actual. Por tanto, su existencia se justifica sobre una incuestionable verdad: que en algún momento del futuro, no sé cuándo aún, yo dejaré de estar vivo. Cuando eso suceda, sería muy conveniente que todo lo que se desea que perdure esté lo más acorde posible al particular canon estético, ideológico, cultural, académico, etc., con el que ahora mismo concibo que he de llegar a la desembocadura del río.