19 de junio de 2024

Colaboración: "Reguetón", el prontuario vitalista de Luis León Barreto (I)

 Miércoles, 19 de junio. 

Victoriano Santana*

Hay obras que requieren de toda una vida para ser compuestas. No hablo de libros que se han aplazado durante años por vaya uno a saber qué razones personales o profesionales de sus autores, sino de títulos que, para que adquieran la consistencia conceptual, estilística y retórica necesarias, precisan de unas condiciones que solo se pueden obtener después de haberse recorrido una larga trayectoria vital y creativa. Este es el caso de Reguetón (Mercurio Editorial, 2024); una novela que, desde su mismo enunciado, acoge con intensidad el hondo significado de la locución latina carpe diem (‘aprovecha el día’), presente en tantas manifestaciones artísticas y literarias de Occidente desde su aparición en las Odas (I a. C.) de Horacio y referente principal de unas páginas que nos invitan a celebrar la vida —como se lee al comienzo y al final de la historia—; a sacar provecho de todos y cada uno de los instantes que dan color a nuestra existencia y que logran mitigar, aunque solo sea en parte, la espesura de las sombras que nos cubren diariamente en forma de tristeza, desdicha, incomodidades e incertidumbres: «Anímate, pues; y aunque no estés contento, lo importante es disimularlo», nos llegará a decir el narrador.
Reguetón, que toma del género musical la habitual actitud desenfadada y desinhibida que ofrece el estilo, es una revisión honesta, humilde, sin dogmatismos ni asperezas, de lo que son y de lo que, a juicio de la voz narrativa, deberían ser las prioridades en nuestros días. De tal manera es esto así que, se mire por donde se mire, esta larga reflexión sobre la actualidad y los acontecimientos condicionantes adquiere, a medida que se lee la obra, las formas de un grato recetario sobre cómo intentar alcanzar la felicidad, entendida como un modo de estar de acuerdo a lo que la situación personal demanda en función de las circunstancias; o, para ser más precisos y acordes a lo que señala el personaje de Anna Vilà, quizás sería más coherente utilizar la palabra “bienestar”, un vocablo que ella considera menos pretenciosa. Por eso reitera el narrador que no basta con sobrevivir, sino que hay que hacerlo en condiciones.
La novela, con esta dirección, se erige como un vademécum donde se recogen impresiones sobre la vida, pautas para analizarla y sopesar las decisiones más adecuadas para hacerla llevadera. No hay una voluntad de exigencia o mandato, sino de planteamiento y cesión a los lectores, como no puede ser de otro modo, para que sean ellos quienes opten por aquello más ajustado a su manera de interpretar el mundo. Se prescinde del dogmatismo y se opta por un muestrario de observaciones y reflexiones que promueven el debate. En este sentido, ¡qué gran novela para llevar a un club de lectura!
Para lograr el propósito divulgativo que, en el fondo del fondo, sostiene la voluntad compositiva del autor, este se vale de tres elementos fundamentales: el estilo narrativo, la estructura y los personajes. Quienes se acerquen a la obra detectarán con facilidad las formas que constituyen el primero: oraciones sencillas y claras, búsqueda de la precisión en la exposición de cada cuestión particular que aborda, disposición de la información de manera que sea asequible el acceso a los diversos temas que propone la voz narrativa, reiteración de asuntos y fórmulas expresivas en los capítulos que sirve para cohesionar los contenidos; desenfado en el tratamiento de los temas, alejamiento de la expresión que connote trascendentalismo, a pesar de que lo abordado está alejado de cualquier consideración de banalidad…
La novela distribuye su materia a lo largo de trece capítulos. Cada uno representa un momento concreto del narrador en el que los temas que aborda (los hay específicos —episódicos— y los hay generales, presentes en toda la obra) se exponen desde la perspectiva sincrónica en la que se halla. Por eso, creo que es un error concebir la novela como un proceso sujeto a la estructura de planteamiento, nudo y desenlace, aunque algunas subtramas internas, puntuales, sí respondan a este desarrollo: la desaparición de Silvana Estruch o el cambio de estatus de Aythami Artiles, por ejemplo.
La evolución aquí es la del tiempo en el que se ubican las percepciones del narrador, esos pasajes de pensamiento que se han agrupado a posteriori y que se ofrecen a los lectores de un modo disperso. El narrador observa y, en función de lo que ve y oye, piensa, pero sus ideas no obedecen a un patrón estructurado. No tiene sentido que así fuera. Nosotros no actuamos así salvo en las ocasiones en las que hemos de sujetarnos a una formalidad expresiva dada la singularidad del acto comunicativo. El narrador de nuestra novela divaga, y va de un tema a otro, y se recrea en un diálogo puntual que, quizás, en su circunstancialidad, pueda parecer que carece de sustento conceptual; pero eso da igual. Está en medio de una prolongada reunión de amigos (con independencia del acontecimiento que los convoque o el canal que utilice) que representan una alegoría sobre las diferentes maneras de vivir. Él analiza sin prejuicios y sin obligaciones. Opina con profundidad sobre algún tema y, al rato, como cansado del asunto, pasa a otro.
Esto, que puede alterar nuestras nociones de lo que es la linealidad del discurso y nuestra particular zona de confort como lectores de ficción, está muy bien pensado, está hecho adrede, es una genialidad que se refuerza, en una suerte de analogía indirecta, con las ideas sobre la naturaleza que, en mayor o menor medida, a todos nos afecta: «la naturaleza es hermosa, aunque esté llena de defectos. Hay que extraer de ella tres ideas básicas: nada es perfecto, ni permanente, ni está completo».
Asumida la naturaleza tal y como es, solo nos resta «festejar lo inexacto o inacabado», y la voz narrativa, atenta a la posición que tiene de dominadora de la comunicación, configura sus palabras de acuerdo a sus características; de ahí que parezca que habla al golpito, cambiando de temas y entrelazando asuntos. La novela en este sentido es como la vida; y la vida, como leemos en Reguetón, «no tiene un fluir apacible, sino que se compone de una sucesión de cascadas y despeñaderos».
Por otro lado, la variedad de cuestiones abordadas y reiteradas aconseja que estas se vayan distribuyendo de manera ordenada, pero nunca sujetas al rigor que demanda el lenguaje escrito sostenido sobre el propósito del didacticismo, sino el oral que busca compartir con el destinatario aquello que considera oportuno para el desahogo de sus inquietudes emocionales e intelectuales, y es aquí donde adquiere entidad propia una imagen del conjunto que pasa desapercibida por la distribución capitular de la obra: su condición de diario. Reguetón es, de algún modo, un gran conjunto de extractos del dietario que Cornelia la Maga —curioso personaje— le recomendó al protagonista que fuera componiendo antes de irse a dormir. Adán Khoury, la omnisciente voz narrativa en primera persona —qué genial combinación— tiene cáncer de colon y ha asumido su final teniendo presente, por una parte, unas palabras de su abuelo: «Yo tendré que irme para que otra persona como tú ocupe mi sitio y pueda ser feliz. Les pasa a los animales, a los árboles, a todos los objetos que existen, que han de finalizar su vida para que otros los reemplacen […] Es algo natural y no pasará nada. Porque tú tienes que sucederme a mí, con mis cosas buenas y con mis cosas menos buenas»; y, por la otra, el hecho de que la muerte a todos nos iguala: tan muerte es la de una niña que no ha tenido ocasión de disfrutar de la vida como la de un anciano que la ha vivido a tope. Por eso, no hay que virarle la cara: «hay que recibirla con buena predisposición. Incluso con alegría, con infinita armonía. Hay que prepararse a liberar las sombras de las malas experiencias».
La escritura supone la revisión de episodios de su vida y, sobre todo, el planteamiento, a partir de ellos, de una honda reflexión acerca de lo que es estar vivo. Es importante, en este sentido, su declaración de intenciones, que formula en estos términos: «Mantengo el estado de positividad, pues es el primer argumento en contra del monstruo. El ánimo sereno, el espíritu optimista, como me he mandado a mí mismo desde el primer momento del padecimiento. Tienes que seguir en tu línea de lucha y de empuje, solo de este modo vas a salir adelante. Nunca mires hacia atrás, el pasado no existe»; y no existe el pasado porque no se puede rehacer, como dirá el protagonista. Sí, en cambio, es posible volver a empezar; en otras palabras: se le puede y se le debe dar a la vida siempre segundas oportunidades para que sea mejor que la versión precedente. El motor que empuja esta convicción es una afirmación: «Nunca está todo definitivamente perdido».
Estas numerosas consideraciones que se atienden en la obra se vertebran en la mayoría de los casos sobre situaciones dialógicas y ello obliga a que haya un número elevado de personajes que mantienen vínculos entre sí y que comparten el mismo rango de importancia, lo que también me resulta llamativo. Una veintena de nombres —la mayoría emparejados— configura el corpus de personajes principales de la novela, o sea, de intervinientes que están presentes a lo largo del título en mayor o menor medida. Los secundarios son muy escasos. Irrelevantes. Es normal que así sea: en esta suerte de diario, Khoury recoge lo más significativo de sus interacciones con las personas que tratan con él, un círculo reducido que, por otro lado, es descrito con suma precisión. Otro aspecto que conviene no desatender. Estas descripciones abarcan matices psicológicos y físicos. Son como un retrato del que se espera que no deje recoger el más mínimo detalle. Esta exactitud es pareja con una voluntad de hacer que el personaje no quede al albur de la interpretación de los destinatarios. Es un interés que empuja a pensar en los referentes reales que inspiraron al escritor para componer la descripción. ¿Quién en la vida de nuestro autor se parece a Anna Vilà o sirvió de modelo para trazar la personalidad de Javier Martín, por ejemplo? ¡Qué interesante pregunta detectivesca para lograr entender lo que —desde el ámbito de la autoría— hay detrás de este vademécum sobre la supervivencia!