Viernes, 4 de abril.
Victoriano Santana*
Reconozco que me encanta la palabra “pedagogía”. Suena bien y significa mejor aún, pues está relacionada con dos maravillosos verbos: “enseñar” y “educar”. ¿Que si mi complacencia por la voz obedece al uso profesional? Quizás. Supongo que del mucho transitar en el ámbito docente algo se me habrá pegado. Por eso, cuando el presidente del Gobierno apunta a la necesidad de hacer “pedagogía” para explicar el gasto militar que, a su juicio, debe realizar España, yo no puedo más que alegrarme por ello porque sí, no lo niego, lo declaro, lo proclamo: me gustaría conocer con precisión en qué consiste ese desembolso que no se vincula con voces que lo reclaman con insistencia, como “sanidad”, “educación”, “cultura”, “servicios sociales”, etc., sino con un término (“militar”) que contiene en su campo léxico, entre otras menos impactantes, vocablos como “guerra”, “destrucción”, “crueldad”, “dolor”, “muerte”.
Quiero que hagan conmigo “pedagogía” en este asunto y quiero que me convenzan, claro que sí, pues eso significa que los argumentos ofrecidos son irrefutables y, en consecuencia, que por encima de todos los intereses particulares y colectivos de dudosa ética, y derrames políticos manipulados y manipulables, ha vencido el entendimiento; o sea, la inteligencia provechosa, la útil, la que sirve para avanzar como sociedad. De eso va la ciencia. No deseo recibir una opinión (que será subjetiva y, por tanto, discutible) sobre el “gasto militar”; ni una declaración insultante de la que se infiera que nos consideran idiotas porque nos arrojan justificaciones idiotas; ni inmoral («si el sino de los tiempos es el derramamiento de sangre, pues qué se le va a hacer»). No. Eso no. Aspiro a una explicación convincente, razonable, bien compuesta, bien estudiada, con datos fiables, contrastados, procedentes de fuentes rigurosas y obtenidos por personas desideologizadas, conscientes de lo importante que es la verdad científica para tomar buenas decisiones.
Porque si se habla de «retirada del paraguas protector de Estados Unidos», lo que uno imagina es a los yanquis soltando un «ahí se quedan, apáñenselas como puedan» mientras regresan del suelo europeo armígeras tropas (desprovistas de libros, de esas poderosas armas «cargadas de futuro») acompañadas de aviones y barcos repletos de chismes pirotécnicos, a cuál más devastador. Y uno quiere conocer la relación que hay entre esta posible marcha y el machacón hasta la sospecha «no vamos a entrar en una carrera armamentística», nada de «rearmar» y nada de «discursos belicistas», sentencias que, por insistentes, acaban generando un efecto contrario al previsto: dudar de la franqueza del emisor. Excusatio non petita…
Porque si el riesgo de España, como se deja caer, «no es tanto un problema de defensa como un reto de seguridad» y para ello conviene invertir en tecnología y desarrollo industrial «para reforzar las seguridades frente a los ciberataques», y en atender a la emergencia climática, y el mejorar las comunicaciones satelitales…, entonces está claro que la expresión “gasto militar” en realidad significa ‘gasto en educación’; y ahí sí, ahí se me vuelve más luminosa la pedagogía. Balas, no; libros, sí. Cuarteles, no; centros educativos, sí. Dicho así, más didáctico, imposible.
Quiero que hagan conmigo “pedagogía” en este asunto y quiero que me convenzan, claro que sí, pues eso significa que los argumentos ofrecidos son irrefutables y, en consecuencia, que por encima de todos los intereses particulares y colectivos de dudosa ética, y derrames políticos manipulados y manipulables, ha vencido el entendimiento; o sea, la inteligencia provechosa, la útil, la que sirve para avanzar como sociedad. De eso va la ciencia. No deseo recibir una opinión (que será subjetiva y, por tanto, discutible) sobre el “gasto militar”; ni una declaración insultante de la que se infiera que nos consideran idiotas porque nos arrojan justificaciones idiotas; ni inmoral («si el sino de los tiempos es el derramamiento de sangre, pues qué se le va a hacer»). No. Eso no. Aspiro a una explicación convincente, razonable, bien compuesta, bien estudiada, con datos fiables, contrastados, procedentes de fuentes rigurosas y obtenidos por personas desideologizadas, conscientes de lo importante que es la verdad científica para tomar buenas decisiones.
Porque si se habla de «retirada del paraguas protector de Estados Unidos», lo que uno imagina es a los yanquis soltando un «ahí se quedan, apáñenselas como puedan» mientras regresan del suelo europeo armígeras tropas (desprovistas de libros, de esas poderosas armas «cargadas de futuro») acompañadas de aviones y barcos repletos de chismes pirotécnicos, a cuál más devastador. Y uno quiere conocer la relación que hay entre esta posible marcha y el machacón hasta la sospecha «no vamos a entrar en una carrera armamentística», nada de «rearmar» y nada de «discursos belicistas», sentencias que, por insistentes, acaban generando un efecto contrario al previsto: dudar de la franqueza del emisor. Excusatio non petita…
Porque si el riesgo de España, como se deja caer, «no es tanto un problema de defensa como un reto de seguridad» y para ello conviene invertir en tecnología y desarrollo industrial «para reforzar las seguridades frente a los ciberataques», y en atender a la emergencia climática, y el mejorar las comunicaciones satelitales…, entonces está claro que la expresión “gasto militar” en realidad significa ‘gasto en educación’; y ahí sí, ahí se me vuelve más luminosa la pedagogía. Balas, no; libros, sí. Cuarteles, no; centros educativos, sí. Dicho así, más didáctico, imposible.
*Victoriano Santana es Doctor en Filología Española, profesor de Secundaria, escritor y editor.