23 de mayo de 2012

Opinión: "La democracia y sus enemigos íntimos"

Miércoles, 23 de mayo.

Antonio Morales*
En los últimos años son muchos los pensadores europeos que nos vienen advirtiendo acerca de la peligrosa deriva de la democracia en el Viejo Continente. Eruditos de distintos lugares como Vidal-Beneyto, Guy Hermet, Emmanuel Tood, Hilary Wainwright, Luigi Ferrajoli o Tony Judt, entre otros, han profundizado recientemente en la pérdida de los valores democráticos y en  la degeneración de la democracia nacida de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial. En esa línea de pensamiento, uno de los mayores intelectuales europeos, el filósofo búlgaro Tzvetan Todorov, acaba de publicar un libro ("Los enemigos íntimos de la democracia". Galaxia Gutenberg/ Círculo de Lectores) en el que disecciona  los peligros que acechan a las democracias occidentales. Para este premio Príncipe de Asturias  de Ciencias Sociales de 2008,  los riesgos no provienen de la cultura árabe o china, sino que nacen de nosotros mismos: "los enemigos íntimos no son cuerpos extraños que se ha colado en ese territorio, sino algo intrínseco a la democracia del país, algo que forma parte de ella y que es, a la vez, una perversión de la misma". Según Todorov,  el mayor riesgo para la democracia en estos días proviene  del mesianismo (el afán de imponer por la fuerza la democracia en otros lugares con distintas intenciones, como ha sucedido en Afganistán, Irak o Libia), el ultraliberalismo (que ha puesto a la política y a los gobiernos al servicio de la economía de mercado y que está destruyendo el Estado de bienestar) y el populismo (que echa mano de la xenofobia y el nacionalismo excluyente para culpar a los demás de los males que nos aquejan).
Para el también medalla de la Orden de las Artes y  de las Letras en Francia, la  democracia  tiene como objetivo mejorar el orden social por el esfuerzo de la voluntad colectiva y procura un mundo más justo y solidario desde la separación de poderes, medios de comunicación plurales y la independencia de la economía y el Gobierno. "El pueblo, la libertad y el progreso son elementos constitutivos de la democracia, pero si uno de ellos rompe su vínculo con los demás escapa a todo intento de limitación y se erige en principio único, esos elementos se convierten en peligros: populismo, ultraliberalismo y mesianismo, los enemigos íntimos de la democracia".
Según Todorov, el mesianismo sitúa a la política frente a la moral y la justicia y "las masacres cometidas en nombre de la democracia no son más difíciles de soportar que las que provoca la fidelidad a Dios, a Alá, al guía o al partido. Tanto las unas como las otras llevan a los mismos desastres de la guerra", y así se justifican las intervenciones a los países, generando un movimiento entusiasta con la excusa de mejorar la suerte de la humanidad.  La violencia de los medios empleados  anula la nobleza de los fines, pero no dudan en imponer un modelo a "los que son incapaces de dirigirse por si mismos". Desde luego, siempre serán los Estados débiles los salvados y sus salvadores jamás rendirán cuentas: "la moral y la justicia al servicio de la política de los Estados perjudican la moral y la justicia, porque las convierten en simples instrumentos en manos de los poderosos y las hacen aparecer como un velo hipócrita que oculta la defensas de sus intereses". Y vale todo, vale la tortura, la masacre de civiles, los bombardeos masivos, las ocupaciones. Para ser liberados hay que someterse antes. Y se  corre entonces el riesgo de "empañar la democracia ante los que deben beneficiarse de ella, y también de erosionar los principios de los mismos que la defienden".
Habla de Bastiat, que en la Francia de 1848, sostenía que si se favorece demasiado la solidaridad entre todos, se corre el riego de debilitar la responsabilidad y matar la iniciativa. Si los hombres no interfirieran el curso natural de las cosas, si el Estado no interviene para corregir los efectos indeseables, entonces es cuando fluye sin menor obstáculo la libre competencia. Y cita a Hayek: "lo que en el pasado hizo posible que se desarrollara la civilización fue la sumisión del hombre a las fuerzas impersonales del mercado". Se afianza así el segundo enemigo íntimo de la democracia: un neoliberalismo que nace para oponerse al comunismo y se convierte en ultraliberalismo tras los atentados del 11 de septiembre de 2001. Los beneficios se individualizan y los riesgos se socializan adquiriendo así los rasgos del discurso totalitario desde el radicalismo y el maniqueísmo que lo acompañan. "Toda influencia de la colectividad en los deseos individuales se asimila inmediatamente al gulag" y la economía devenida en global, "ya no está sometida al control político de los Estados. Todo lo contrario. Son los Estados los que se han puesto al servicio de la economía (…). Lo único que queda de la democracia es el nombre, porque ya no es el pueblo el que detenta el poder". Cada vez el margen de la política es menor y no hay más alternativa que el consumo y la deshumanización. Se forman oligarquías político-económicas que descartan "a los perdedores, auténticos despojos del sistema, condenados a la pobreza y al desprecio". La ciencia cuando es concebida para exprimir los recursos se convierte, en sus manos, en una amenaza y "los elementos que teníamos para siempre como el agua, el aire y la tierra se han vuelto vulnerables: no es la aspiración del conocimiento sino el deseo de enriquecerse lo que motiva el uso inmediato y sin moderación de las nuevas tecnologías",  sin tener en cuenta el futuro del planeta. Y  en todo esto desde luego juegan un papel importantísimo los medios de comunicación, mediatizados por el poder  económico, que cuando persuaden y manipulan hacen sustituir la democracia por una plutocracia: "la libertad de expresión es muy valiosa como contrapoder, pero como poder debe limitarse" y no basta con el derecho a expresarse, sino que hay que tener la posibilidad se hacerlo, dado que la libre expresión de los poderosos puede ser peligrosa para los que no tiene voz.
Y  alimentado por todo esto, aparece entonces el tercer enemigo íntimo de la democracia: el populismo y la xenofobia, que se sustentan de las pérdidas de las referencias tradicionales, la disolución de los vínculos sociales, la globalización económica y el individualismo. Se produce una alianza entre los partidos de la extrema derecha y los populistas que, en general, no considera Todorov ni fascistas ni nazis. Apelan a la demagogia, recurren a lo cotidiano frente a los valores sublimes de la democracia y acuden al miedo, que cala en mayor medida en las personas menos formadas. Se escudan en la identidad nacional para propiciar un ataque a la multiculturalidad y no dudan en echar mano o incentivar la violencia para alcanzar sus fines. Muchas veces, también, se apropian de la palabra libertad para vender su ideario: el Partido de la Libertad, en Holanda; el Partido Austríaco de la Libertad; el Pueblo de la Libertad de Berlusconi; el Svoboda (Libertad) de Ucrania… Se sublima igualmente el discurso individualista y en este punto el autor no duda en hacer una llamada a la potenciación del papel regulador de  la familia para evitar más llamadas populistas a reforzar la policía, a construir más cárceles, a castigar con más dureza…
Aunque Teodorov es pesimista y piensa que la democracia puede quedar radicalmente devaluada,  también cree que es posible seguir luchando por equilibrar sus grandes principios: "poder del pueblo, fe en el progreso, libertades individuales, economía de mercado, derechos naturales y sacralización de lo humano". Defiende que Europa tiene ante sí la posibilidad de refundar la democracia y apela a una "primavera europea" que devuelva "todo su sentido a la aventura democrática que emprendimos hace varios cientos de años". No en vano, "el futuro depende de las voluntades humanas".
*Antonio Morales es Alcalde de Agüimes.