Antonio Morales*
En los últimos años son muchos los pensadores europeos que nos vienen
advirtiendo acerca de la peligrosa deriva de la democracia en el Viejo
Continente. Eruditos de distintos lugares como Vidal-Beneyto, Guy Hermet,
Emmanuel Tood, Hilary Wainwright, Luigi Ferrajoli o Tony Judt, entre otros, han
profundizado recientemente en la pérdida de los valores democráticos y en
la degeneración de la democracia nacida de las cenizas de la Segunda Guerra
Mundial. En esa línea de pensamiento, uno de los mayores intelectuales
europeos, el filósofo búlgaro Tzvetan Todorov, acaba de publicar un libro ("Los
enemigos íntimos de la democracia". Galaxia Gutenberg/ Círculo de Lectores) en
el que disecciona los peligros que acechan a las democracias
occidentales. Para este premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales
de 2008, los riesgos no provienen de la cultura árabe o china, sino que
nacen de nosotros mismos: "los enemigos íntimos no son cuerpos extraños que se
ha colado en ese territorio, sino algo intrínseco a la democracia del país,
algo que forma parte de ella y que es, a la vez, una perversión de la misma".
Según Todorov, el mayor riesgo para la democracia en estos días
proviene del mesianismo (el afán de imponer por la fuerza la democracia
en otros lugares con distintas intenciones, como ha sucedido en Afganistán,
Irak o Libia), el ultraliberalismo (que ha puesto a la política y a los
gobiernos al servicio de la economía de mercado y que está destruyendo el
Estado de bienestar) y el populismo (que echa mano de la xenofobia y el
nacionalismo excluyente para culpar a los demás de los males que nos aquejan).
Para el también medalla de la
Orden de las Artes y de las Letras en Francia, la
democracia tiene como objetivo mejorar el orden social por el esfuerzo de
la voluntad colectiva y procura un mundo más justo y solidario desde la
separación de poderes, medios de comunicación plurales y la independencia de la
economía y el Gobierno. "El pueblo, la libertad y el progreso son elementos
constitutivos de la democracia, pero si uno de ellos rompe su vínculo con los
demás escapa a todo intento de limitación y se erige en principio único, esos
elementos se convierten en peligros: populismo, ultraliberalismo y mesianismo,
los enemigos íntimos de la democracia".
Según Todorov, el mesianismo sitúa a la política frente a la moral y la
justicia y "las masacres cometidas en nombre de la democracia no son más
difíciles de soportar que las que provoca la fidelidad a Dios, a Alá, al guía o
al partido. Tanto las unas como las otras llevan a los mismos desastres de la
guerra", y así se justifican las intervenciones a los países, generando un
movimiento entusiasta con la excusa de mejorar la suerte de la humanidad.
La violencia de los medios empleados anula la nobleza de los fines, pero
no dudan en imponer un modelo a "los que son incapaces de dirigirse por si
mismos". Desde luego, siempre serán los Estados débiles los salvados y sus
salvadores jamás rendirán cuentas: "la moral y la justicia al servicio de la
política de los Estados perjudican la moral y la justicia, porque las
convierten en simples instrumentos en manos de los poderosos y las hacen
aparecer como un velo hipócrita que oculta la defensas de sus intereses". Y
vale todo, vale la tortura, la masacre de civiles, los bombardeos masivos, las
ocupaciones. Para ser liberados hay que someterse antes. Y se corre
entonces el riesgo de "empañar la democracia ante los que deben beneficiarse de
ella, y también de erosionar los principios de los mismos que la defienden".
Habla de Bastiat, que en la
Francia de 1848, sostenía que si se favorece demasiado la
solidaridad entre todos, se corre el riego de debilitar la responsabilidad y
matar la iniciativa. Si los hombres no interfirieran el curso natural de las
cosas, si el Estado no interviene para corregir los efectos indeseables,
entonces es cuando fluye sin menor obstáculo la libre competencia. Y cita a
Hayek: "lo que en el pasado hizo posible que se desarrollara la civilización
fue la sumisión del hombre a las fuerzas impersonales del mercado". Se afianza
así el segundo enemigo íntimo de la democracia: un neoliberalismo que nace para
oponerse al comunismo y se convierte en ultraliberalismo tras los atentados del
11 de septiembre de 2001. Los beneficios se individualizan y los riesgos se
socializan adquiriendo así los rasgos del discurso totalitario desde el
radicalismo y el maniqueísmo que lo acompañan. "Toda influencia de la
colectividad en los deseos individuales se asimila inmediatamente al gulag" y
la economía devenida en global, "ya no está sometida al control político de los
Estados. Todo lo contrario. Son los Estados los que se han puesto al servicio
de la economía (…). Lo único que queda de la democracia es el nombre, porque ya
no es el pueblo el que detenta el poder". Cada vez el margen de la política es
menor y no hay más alternativa que el consumo y la deshumanización. Se forman
oligarquías político-económicas que descartan "a los perdedores, auténticos
despojos del sistema, condenados a la pobreza y al desprecio". La ciencia
cuando es concebida para exprimir los recursos se convierte, en sus manos, en
una amenaza y "los elementos que teníamos para siempre como el agua, el aire y
la tierra se han vuelto vulnerables: no es la aspiración del conocimiento sino
el deseo de enriquecerse lo que motiva el uso inmediato y sin moderación de las
nuevas tecnologías", sin tener en cuenta el futuro del planeta. Y
en todo esto desde luego juegan un papel importantísimo los medios de
comunicación, mediatizados por el poder económico, que cuando persuaden y
manipulan hacen sustituir la democracia por una plutocracia: "la libertad de
expresión es muy valiosa como contrapoder, pero como poder debe limitarse" y no
basta con el derecho a expresarse, sino que hay que tener la posibilidad se
hacerlo, dado que la libre expresión de los poderosos puede ser peligrosa para
los que no tiene voz.
Y alimentado por todo esto, aparece entonces el tercer enemigo íntimo
de la democracia: el populismo y la xenofobia, que se sustentan de las pérdidas
de las referencias tradicionales, la disolución de los vínculos sociales, la
globalización económica y el individualismo. Se produce una alianza entre los
partidos de la extrema derecha y los populistas que, en general, no considera
Todorov ni fascistas ni nazis. Apelan a la demagogia, recurren a lo cotidiano
frente a los valores sublimes de la democracia y acuden al miedo, que cala en
mayor medida en las personas menos formadas. Se escudan en la identidad
nacional para propiciar un ataque a la multiculturalidad y no dudan en echar
mano o incentivar la violencia para alcanzar sus fines. Muchas veces, también,
se apropian de la palabra libertad para vender su ideario: el Partido de la Libertad, en Holanda; el
Partido Austríaco de la
Libertad; el Pueblo de la Libertad de Berlusconi; el Svoboda (Libertad) de
Ucrania… Se sublima igualmente el discurso individualista y en este punto el
autor no duda en hacer una llamada a la potenciación del papel regulador
de la familia para evitar más llamadas populistas a reforzar la policía,
a construir más cárceles, a castigar con más dureza…
Aunque Teodorov es pesimista y piensa que la democracia puede quedar
radicalmente devaluada, también cree que es posible seguir luchando por
equilibrar sus grandes principios: "poder del pueblo, fe en el progreso,
libertades individuales, economía de mercado, derechos naturales y
sacralización de lo humano". Defiende que Europa tiene ante sí la posibilidad
de refundar la democracia y apela a una "primavera europea" que devuelva "todo
su sentido a la aventura democrática que emprendimos hace varios cientos de
años". No en vano, "el futuro depende de las voluntades humanas".
*Antonio Morales es Alcalde de Agüimes.