Antonio Morales*
La pasada semana, mientras escuchaba RNE por la mañana, me topé con una
entrevista de Juan Ramón Lucas a la Vicesecretaria General del PSOE, Elena
Valenciano, sobre distintos aspectos de la actualidad política. En un momento
de la conversación, la número dos socialista afirmó con rotundidad que su
partido debía huir, después de su última derrota, de la "cuevita de la
izquierda", que está muy bien para curarse las heridas, pero aleja de las
mayorías que es donde hay que estar, si se tiene vocación de gobierno. Y no lo
dijo en una sola ocasión, sino que lo repitió varias veces en un tono entre
sobrado y jocoso. Se notó que se resultó ella misma graciosa y ocurrente y muy
segura de lo que quiere. Ante la contestación inmediata de Tomás Gómez,
mostrando su preocupación porque "haya que mirar a la derecha para encontrar
al PSOE", Ramón Jáuregui apoyaba a Valenciano afirmando que su partido no
ganará votos dando respuestas más contundentes que Izquierda Unida, sino desde
una oposición colaboradora.
El domingo 08 de julio, unos días después de este amago de polémica, El País
publicaba una encuesta de Metroscopia en la que se constataba cómo el partido
de Rubalcaba está pagando la crisis más que el PP, bajando casi tres puntos en
un mes, mientras los populares mantienen el respaldo electoral. Según el
análisis del sondeo, la causa de estos resultados está ligada al descrédito
político y a la idea instalada de que "todos son iguales", a la desaprobación
mayoritaria de la labor de oposición socialista y a que sus potenciales
votantes no encuentran motivos para apoyar a este partido, por lo que siguen
abandonándole.
En "Política para apolíticos. Contra la dimisión de los ciudadanos", un
libro coral que ya he citado y que está editado por J.M. Vallés y X. Ballart,
en Ariel, el catedrático de Ciencia Política de la UAB, Joan Botella, analiza en
profundidad esta cuestión. En el capítulo "Confusión. ¿Hay todavía diferencias
entre los partidos políticos?", el profesor catalán nos asegura que una de las
percepciones más molestas para el ciudadano es sospechar que, en el fondo, no
hay diferencias esenciales entre los diversos partidos y que la deformación
fundamental de la democracia sería que las ofertas de estos "dejaran de ser
distintas, coincidieran en las cuestiones esenciales y solo discreparan en los
matices". Asegura que en las políticas económicas y fiscales adoptadas por los
gobiernos españoles entre 1993 y 2010 (acordémonos del pacto reciente para
modificar la constitución con relación al déficit) no ha habido sino semejanzas
y que van más allá aún para coincidir en modos de expresión y estilos de
actuación hasta conseguir una homogeneización formal y una convergencia
política de la que se nos distrae muchas veces con políticas "simbólicas". En
términos democráticos, afirma, se insinúa una conclusión demoledora: "inducen a
sospechar que medidas parecidas adoptadas por gobiernos diferentes no son
realmente decididas por ellos, sino que son dictadas o impuestas por fuerzas
externas ante las cuales los gobiernos se manifiestan impotentes".
No es ni mucho menos una casualidad que la socialdemocracia haya sido
barrida prácticamente del Viejo Continente al distanciarse de sus bases
sociales y de la sociedad y que muchos de sus antiguos votantes, abandonados a
su suerte, hayan alimentado el auge de los partidos populistas y de extrema
derecha que no dejan de aparecer y crecer, convertidos en defensores del pueblo
llano y de los más desprotegidos (no nos olvidemos que así nació el fascismo).
El Estado de Bienestar, como hemos comentado en otras ocasiones, se cimentó en
un gran pacto tras la
Segunda Guerra Mundial entre la derecha tradicional,
democristianos, nacionalistas y socialdemócratas, pero el embate del
neoliberalismo les llevó a encadenarse a sus propuestas, a la complicidad y a
la renuncia a sus posiciones ideológicas, a rendirse ante "los mercados", a
claudicar en la defensa de la autonomía de los Estados, a nadar en la
superficie a la hora de plantear alternativas a los ataques a la democracia y
garantizar una verdadera equidad social protegiendo a los más débiles. La Tercera Vía, bautizada
en España como Nueva Vía, no fue sino el soporte con el que se dotó para dar
pábulo y abrazar la globalización y la desregulación que nos ha traído hasta
este momento de crisis e injusticia planetaria. Y no estoy diciendo que no haya
que pactar y provocar consensos ante determinadas situaciones extremas, pero
está clarísimo que no hay diferencias a la hora de traicionar el mandato
ciudadano con la excusa de que lo obliga Bruselas y de escenificar los mismos
compromisos con la banca y los lobbies patronales.
Para Zygmunt Bauman, Premio Príncipe de Asturias y uno de los grandes
teóricos de la socialdemocracia, ésta ha olvidado su compromiso de defender a
los pobres, los humillados, los abandonados o los discriminados. Ha olvidado
que la comunidad tiene el deber de asegurar a cualquiera de sus miembros y que
la calidad de la sociedad se debe medir por el bienestar de sus partes más
débiles y, en lugar de eso, compite con la derecha política por allanar el
camino al gobierno de los mercados, a pesar de la creciente injusticia, la
desigualdad y el sufrimiento que ello conlleva.
Es lo mismo que sostiene el socialista y lingüista Raffaele Simone ("El
monstruo amable. ¿El mundo se vuelve de derechas?" E. Taurus ). Para el
ensayista italiano, "esta izquierda huele a derechas en actitudes y
comportamientos. Está muy alejada de la calle y teme hasta presentarse como
izquierda. Ha sido incapaz de entender en las últimas dos décadas qué era el
mundo globalizado. Es un indicio preocupante, porque quiere decir que los
mecanismos de la democracia han dejado de interesarnos y podríamos acabar por
no querer partidos". Se ha decidido, además, a renunciar a sus viejas
aspiraciones, a sus ideales de siempre para abrazar un discurso genérico y
pactista. Anclada en la derrota ideológica, sin haber sabido superar el pasado,
sin identidad política, mantiene un alegato minimalista, contagiado del consumo
y sin una verdadera visión de conjunto. "Mientras la Neoderecha se presenta
moderna, afable y trendy, la
Izquierda se ve polvorienta, aburrida y out (…) Bajo el
rostro amable todo será fluido, divertido, fun…"
En el prólogo a este libro, Joaquín Estefanía nos dice que "la crisis
económica, el último combate por ahora, ha pillado a la izquierda sin una época
propia, con su contenedor vacío y maltrecho por los golpes de quienes intentan
evitar que se vuelva a levantar (…) puede que la socialdemocracia esté en una
crisis terminal (o puede que no) pero no así las ideas de izquierda, que
combinan un grado limitado de desigualdad con la búsqueda del bienestar
general, la solidaridad, la instrucción y, naturalmente, la libertad".
Frente al desprecio a la "cuevita de la izquierda", o frente a alternativas
como las se planteaba no hace mucho, a través de la iniciativa Progreso Global,
que cuenta con el empuje de personajes como Clinton, Blair y Felipe González,
todos ellos en estos momentos en la nómina de grandes grupos económicos
mundiales, es necesario recobrar la confianza en la posibilidad de que,
venciendo eternos cainismos, es hoy necesario, no sé si más que nunca,
defender la vieja idea de que cambiar el mundo es posible, de que es viable
recuperar la autonomía de la política y la democracia frente al ultraliberalismo,
que debemos defender la justicia social, la igualdad y la equidad, que no
podemos renunciar a la defensa del medio ambiente, de la solidaridad y de los
valores y los principios humanistas y ciudadanistas frente al intento de
convertirnos en individuos aislados y programados para el consumo.
*Antonio Morales es Alcalde de Agüimes.