Jesús Vega*
Muy cerca de donde vivo, en el sureste de Gran Canaria, está la prisión Las
Palmas 2 que empezó a funcionar hace muy poco tiempo. No resultó fácil su
construcción y no por falta de dinero. Las dificultades vinieron, como se
recordará, por la oposición de algunos ayuntamientos y de no pocos vecinos de
los distintos municipios en donde se planteó. Pero la prisión se hizo, aunque
aún leo cerca de allí algunas pintadas expresando su rechazo. No entro ahora en
las razones que tuvieron los políticos y los vecinos para rechazar su
construcción. El hecho es que la cárcel está ahí y a ella han venido
trasladados muchos canarios que sufrían el doble castigo de estar entre rejas
y, además, a más de mil kilómetros de su familia. Ahora ellos y sus seres
queridos se sienten un poco más felices porque, por lo menos, pueden verse con
más frecuencia.
Comprendo que haya mucha gente que se siente incómoda por la cercanía de una
cárcel o de un centro de toxicómanos o un hogar de menores. Pero en esos
centros hay personas como nosotros, muchas de ellas con la mala suerte de haber
vivido una infancia o adolescencia sin los apoyos o los buenos ejemplos de la
sociedad que entre todos hemos construido. Casi nunca la culpa está sólo
en el que comete un delito. Todos hemos colaborado o colaboramos a construir un
mundo en donde damos la mayor importancia a lo material. Y el egoísmo, el
afán de tener mucho y vivir bien, han hecho que muchas personas hayan caído en
la trampa del delito. Muchos están en la calle y otros menos afortunados están
pagando en la cárcel sus errores. Lo triste es que todos queramos luego
lavarnos las manos como si nada tuviéramos que ver con esas personas e incluso
le neguemos la posibilidad de reinsertarse y demostrar que quieren dar un
giro total a sus vidas. Lo triste es que condenemos al muchacho que por
culpa de la droga que empezó a consumir bajo la ignorancia o la insensatez
le llevó a meterse en otros muchos líos. Lo triste es que rechacemos a
unas personas a los que esta sociedad de la que todos somos responsables,
no ha sabido enseñar más valores que el consumir y vivir bien.
En la cárcel del sur de Gran Canaria hay actualmente 739 presos.
Muchos de ellos fueron nuestros vecinos, tal vez nuestros amigos o son incluso
parte de nuestra familia. Afortunadamente hay un pequeño grupo de voluntarios
que, a través de la pastoral penitenciaria y de otras ONG se hacen presentes
allí para echar una mano en actividades culturales o religiosas. Y para
expresarles que seguimos creyendo en ellos y deseando que puedan volver a
nuestra sociedad con ganas de ser personas nuevas, sin el estigma de haber sido
un delincuente.
Aunque uno en cualquier momento dijera que no a la cárcel en su pueblo,
ahora es distinto. Es el momento de mirar la cárcel con afecto. Aquí, cerca de
mi pueblo o cerca de mi casa hay casi mil personas sin libertad, personas que
pueden seguir delinquiendo o que, ojalá, pueden dar un giro a su vida una
vez que hayan cumplido la condena. El primer paso es aceptar que esos 739
presos son personas que cometieron graves errores en su vida pero que, como
cualquiera de los que estamos fuera de ella, tienen un corazón que sufre, que
ama, que sueña. Hay que querer a las personas que allí están. Hay que querer la
cárcel.
*Jesús Vega es párroco de Cruce de Arinaga y Playa de Arinaga.