Antonio Morales*
La cumbre del clima de Doha (Qatar) ha resultado un fiasco. Una
decepción que se suma a la de las realizadas en Montreal, Bali,
Copenhague, Cancún o Durban. Era de esperar. No auguraba nada bueno su
celebración en uno de los países más contaminantes del mundo. A última
hora se pudo conseguir prorrogar Kioto hasta el año 2020, pero en el
camino se fueron descolgando Japón, Canadá y Rusia y ni se dejaron ver
Estados Unidos y China, que emiten el 45% del CO2 mundial. En 1997,
cuando se aprobó el primer tratado, se sumaron el 45% de los países y
ahora, en esta última cumbre, apenas se comprometen un 15% (la UE,
Australia y una decena de pequeños países como Suiza y Noruega).
Mientras el objetivo inicial era reducir en un 5,2% la generación de
dióxido de carbono, lo cierto es que en la actualidad ha aumentado en un
2,6%. Detrás, como siempre, una cruenta batalla entre las grandes
potencias económicas y los países emergentes que no quieren perder
supremacía o pretenden luchar para alcanzar las mismas cotas de riqueza.
Desde hace varias décadas se nos viene advirtiendo de que la deriva
suicida del planeta parece no tener fin. Un amplio plantel de
científicos, respaldados por el Club de Roma, confeccionó un estudio en
1972 (“Los límites del crecimiento”. Y después vendrían “Más allá de los
límites del crecimiento en 1991 y “Los límites del crecimiento 30 años
después”) que avisaba de los riesgos de agotamiento de un planeta
finito. El Fondo Mundial para la Conservación de la Naturaleza, el Panel
Intergubernamental para el Cambio Climático (IPPC), el Panel para la
Sostenibilidad Global, Objetivos del Milenio 2015 y tantos otros no
paran de advertirnos que si continúa el deterioro al ritmo actual el
planeta no será capaz de sostener la vida del modo que la conocemos.
Que corremos el riesgo de un colapso repentino si no somos capaces de
cambiar los fundamentos en que se basa el modelo económico actual.
Pero los informes no dejan de sucederse. Hace apenas un mes la
Organización Meteorológica Mundial nos alertaba del incremento de
dióxido de carbono, metano y óxido nitroso -principales causantes del
calentamiento global- que permanecerán en la atmósfera durante siglos y
que la concentración de CO2 es un 140% superior a la de la era
preindustrial. La Agencia Europea de Medio Ambiente acaba de difundir el
informe “Cambio Climático, Impactos y Vulnerabilidad” en el que
concluye que la última década fue la más calurosa jamás registrada en
el Viejo Continente. El Programa de Naciones Unidas para el Medio
Ambiente (Pnuma), en su informe GEO-5 advierte sobre cambios “sin
precedentes” en la Tierra y sostiene que los compromisos actuales no
bastan para frenar el proceso de deterioro. Price Watherhouse ha
publicado recientemente un estudio que nos dice que la meta de frenar
una subida mundial de dos grados de temperatura es irreal: para revertir
esta situación la economía mundial debería reducir un 5,1% anual la
intensidad energética.
Y podría seguir citando y citando a investigadores y organizaciones
medioambientalistas y ecologistas mundiales que nos enumeran
repetidamente los riesgos de la voracidad en el consumo de los recursos y
del crecimiento sin fin en los que estamos instalados, pero quiero
detenerme en el último informe del Banco Mundial, nada sospechoso de
ecosocialismo. En su publicación “Bajemos la temperatura: Por qué se
debe evitar un planeta 4ºC más cálido”, se concluye que los escenarios
de cuatro grados centígrados de aumento de la temperatura son
devastadores: inundaciones en las ciudades costeras; aumento de la
malnutrición por los riesgos relativos a la producción de alimentos;
olas de calor sin precedentes; considerable aumento de la escasez de
agua en muchas regiones; aumento de la frecuencia de los ciclones
tropicales de gran intensidad y pérdida irreversible de la
biodiversidad; riesgos muy serios relativos a la vida humana en torno a
los alimentos, el agua, los ecosistemas y la salud y perturbaciones y
desplazamientos masivos.
Para profundizar más en todo esto y en sus nefastas consecuencias
para la humanidad y la naturaleza les recomiendo la lectura de “Guerras
climáticas. Por qué matamos (y nos matarán) en el siglo XXI”, de Harald
Welzer, editado en Katz. Para el autor (me detendré mas en este texto en
otra ocasión) estamos ante el renacimiento de viejos conflictos de fe,
violencia, clases, recursos y de la erosión de la democracia. Aumentará
el número de personas que morirán de hambre o de sed y se incrementarán
los conflictos bélicos ocasionados por las disputas por la posesión de
los recursos. Al cambio climático se suma la sobreexplotación de los
medios de subsistencia (la pesca, el suelo, el agua…). Welzer plantea un
cambio cultural que permita salir de la lógica mortal del crecimiento
incesante y el consumo ilimitado sin que eso tenga que experimentarse
necesariamente como una renuncia. Las consecuencias “no solo cambiarán
al mundo y establecerán condiciones diferentes a las que conocimos hasta
ahora; también constituirán el fin de la Ilustración y su idea de
libertad”.
En unas declaraciones a José Andrés Rojo, en Metrópolis, el sociólogo
y politólogo alemán afirma que “lo que no sirve ya es el modelo de
sociedad. Y si fuimos nosotros los que lo creamos, nos toca a nosotros
desmontarlo. A cada uno de nosotros. Hace falta cambiar de enfoque,
desarrollar otra manera de vivir, otra economía, otra manera se
mirarnos. Es una responsabilidad ineludible”.
En EEUU, el huracán Sandy ha hecho que las autoridades de Nueva York
hayan pedido medidas urgentes sobre el clima, venciendo al negacionismo
financiado por los grandes oligopolios energéticos ligados al gas y al
petróleo. Viniéndonos más cerca, según un grupo de científicos reunidos
en Canarias en el pasado mes de octubre, existe el temor a que el
aumento de las temperaturas afecte a la vida isleña, destacando la
presencia de peces y algas de aguas más cálidas en los últimos años.
También esta misma semana el Instituto Español de Oceanografía nos ha
demostrado que la temperatura del mar de Canarias ha aumentado cuatro
veces más en quince años. Paradójicamente, el secretario de Estado de
Medio Ambiente español, Federico Ramos, ha declarado recientemente -muy
en la línea de FAES y de Aznar que participa de un poderoso centro de
pensamiento negacionista internacional- que el conocimiento científico
sobre el cambio climático “es incierto”. Por eso se le ha dado un
hachazo a las renovables para seguir profundizando en la dependencia
energética española del exterior (casi en un 80%) y en el consumo de las
energías fósiles impuestas por los cárteles locales e internacionales y
se huye de la eficiencia y el ahorro necesarios. Y no se le puede echar
la culpa de esto a la crisis. Es otra cosa. Se trata de ideología
ultraconservadora pura y dura.
*Antonio Morales es Alcalde de Agüimes. (www.antoniomorales-blog.com)