25 de diciembre de 2012

Opinión: "Bajemos la temperatura"

Martes, 25 de diciembre.

Antonio Morales*
La cumbre del clima de Doha (Qatar) ha resultado un fiasco. Una decepción que se suma a la de las realizadas en Montreal, Bali, Copenhague, Cancún o Durban. Era de esperar. No auguraba nada bueno su celebración en uno de los países más contaminantes del mundo. A última hora se pudo conseguir prorrogar Kioto hasta el año 2020, pero en el camino se fueron descolgando Japón, Canadá y Rusia y ni se dejaron ver Estados Unidos y China, que emiten el 45% del CO2 mundial. En 1997, cuando se aprobó el primer tratado, se sumaron el 45% de los países y ahora, en esta última cumbre, apenas se comprometen un 15% (la UE, Australia y una decena de pequeños países como Suiza y Noruega). Mientras el objetivo inicial era reducir en un 5,2% la generación de dióxido de carbono, lo cierto es que en la actualidad ha aumentado en un 2,6%. Detrás, como siempre, una cruenta batalla entre las grandes potencias económicas y los países emergentes que no quieren perder supremacía o pretenden luchar para alcanzar las mismas cotas de riqueza.
Desde hace varias décadas se nos viene advirtiendo de que la deriva suicida del planeta parece no tener fin. Un amplio plantel de científicos, respaldados por el Club de Roma, confeccionó un estudio en 1972 (“Los límites del crecimiento”. Y después vendrían “Más allá de los límites del crecimiento en 1991 y “Los límites del crecimiento 30 años después”) que avisaba de los riesgos de agotamiento de un planeta finito. El Fondo Mundial para la Conservación de la Naturaleza, el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPPC), el Panel para la Sostenibilidad Global, Objetivos del Milenio 2015 y tantos otros no paran de advertirnos que si continúa el deterioro al ritmo actual el planeta no será capaz de sostener la vida del modo que la conocemos. Que corremos el riesgo de un colapso repentino si no somos capaces de cambiar los fundamentos en que se basa el modelo económico actual.
Pero los informes no dejan de sucederse. Hace apenas un mes la Organización Meteorológica Mundial nos alertaba del incremento de dióxido de carbono, metano y óxido nitroso -principales causantes del calentamiento global- que permanecerán en la atmósfera durante siglos y que la concentración de CO2 es un 140% superior a la de la era preindustrial. La Agencia Europea de Medio Ambiente acaba de difundir el informe “Cambio Climático, Impactos y Vulnerabilidad” en el que concluye que la última década fue la más calurosa jamás registrada en el Viejo Continente. El Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma), en su informe GEO-5 advierte sobre cambios “sin precedentes” en la Tierra y sostiene que los compromisos actuales no bastan para frenar el proceso de deterioro. Price Watherhouse ha publicado recientemente un estudio que nos dice que la meta de frenar una subida mundial de dos grados de temperatura es irreal: para revertir esta situación la economía mundial debería reducir un 5,1% anual la intensidad energética.
Y podría seguir citando y citando a investigadores y organizaciones medioambientalistas y ecologistas mundiales que nos enumeran repetidamente los riesgos de la voracidad en el consumo de los recursos y del crecimiento sin fin en los que estamos instalados, pero quiero detenerme en el último informe del Banco Mundial, nada sospechoso de ecosocialismo. En su publicación “Bajemos la temperatura: Por qué se debe evitar un planeta 4ºC más cálido”, se concluye que los escenarios de cuatro grados centígrados de aumento de la temperatura son devastadores: inundaciones en las ciudades costeras; aumento de la malnutrición por los riesgos relativos a la producción de alimentos; olas de calor sin precedentes; considerable aumento de la escasez de agua en muchas regiones; aumento de la frecuencia de los ciclones tropicales de gran intensidad y pérdida irreversible de la biodiversidad; riesgos muy serios relativos a la vida humana en torno a los alimentos, el agua, los ecosistemas y la salud y perturbaciones y desplazamientos masivos.
Para profundizar más en todo esto y en sus nefastas consecuencias para la humanidad y la naturaleza les recomiendo la lectura de “Guerras climáticas. Por qué matamos (y nos matarán) en el siglo XXI”, de Harald Welzer, editado en Katz. Para el autor (me detendré mas en este texto en otra ocasión) estamos ante el renacimiento de viejos conflictos de fe, violencia, clases, recursos y de la erosión de la democracia. Aumentará el número de personas que morirán de hambre o de sed y se incrementarán los conflictos bélicos ocasionados por las disputas por la posesión de los recursos. Al cambio climático se suma la sobreexplotación de los medios de subsistencia (la pesca, el suelo, el agua…). Welzer plantea un cambio cultural que permita salir de la lógica mortal del crecimiento incesante y el consumo ilimitado sin que eso tenga que experimentarse necesariamente como una renuncia. Las consecuencias “no solo cambiarán al mundo y establecerán condiciones diferentes a las que conocimos hasta ahora; también constituirán el fin de la Ilustración y su idea de libertad”.
En unas declaraciones a José Andrés Rojo, en Metrópolis, el sociólogo y politólogo alemán afirma que “lo que no sirve ya es el modelo de sociedad. Y si fuimos nosotros los que lo creamos, nos toca a nosotros desmontarlo. A cada uno de nosotros. Hace falta cambiar de enfoque, desarrollar otra manera de vivir, otra economía, otra manera se mirarnos. Es una responsabilidad ineludible”.
En EEUU, el huracán Sandy ha hecho que las autoridades de Nueva York hayan pedido medidas urgentes sobre el clima, venciendo al negacionismo financiado por los grandes oligopolios energéticos ligados al gas y al petróleo. Viniéndonos más cerca, según un grupo de científicos reunidos en Canarias en el pasado mes de octubre, existe el temor a que el aumento de las temperaturas afecte a la vida isleña, destacando la presencia de peces y algas de aguas más cálidas en los últimos años. También esta misma semana el Instituto Español de Oceanografía nos ha demostrado que la temperatura del mar de Canarias ha aumentado cuatro veces más en quince años. Paradójicamente, el secretario de Estado de Medio Ambiente español, Federico Ramos, ha declarado recientemente -muy en la línea de FAES y de Aznar que participa de un poderoso centro de pensamiento negacionista internacional- que el conocimiento científico sobre el cambio climático “es incierto”. Por eso se le ha dado un hachazo a las renovables para seguir profundizando en la dependencia energética española del exterior (casi en un 80%) y en el consumo de las energías fósiles impuestas por los cárteles locales e internacionales y se huye de la eficiencia y el ahorro necesarios. Y no se le puede echar la culpa de esto a la crisis. Es otra cosa. Se trata de ideología ultraconservadora pura y dura.
*Antonio Morales es Alcalde de Agüimes. (www.antoniomorales-blog.com)