20 de junio de 2014

Opinión: "De las elecciones europeas a Felipe VI"

Viernes, 20 de junio.

Fernando T. Romero.
Los resultados de la elecciones europeas del pasado 25 de mayo, como se preveía, han dejado el escenario político europeo más o menos como estaba, salvo las novedades esperadas respecto al fortalecimiento de la ultraderecha en algunos países y el surgimiento, con mayor o menor fortuna, de nuevas organizaciones políticas.
En nuestro país, tal y como se esperaba, se produjo también una multiplicación muy importante de apoyo a Izquierda Unida, pero lo más sorprendente fue la irrupción destacada de Podemos en el escenario político nacional.
Por su parte el bipartidismo, aunque triunfante, vio mermado notablemente su apoyo popular con una pérdida global de unos cinco millones de votos. Juntos, no han superado el 50% del apoyo ciudadano, lo que les ha puesto muy nerviosos y ha hecho que sonaran las alarmas en ambas organizaciones. En el PP lo han tratado de disimular sin éxito, y en el PSOE se ha abierto la “caja de pandora” con la renuncia de su secretario general.
Por primera vez, el bipartidismo ha sentido moverse el suelo bajo sus pies con cierta preocupación. De ahí, sus ataques casi inmediatos y al unísono contra Podemos, que se ha convertido en la bestia negra y en el enemigo a batir por ambos. ¡Por algo será…!
Esta nueva formación política, ha acertado de pleno a la hora de conectar con los problemas e intereses de la ciudadanía. Su nueva manera de entender y propiciar la participación ciudadana en la vida política, ha dejado en evidencia ante la sociedad los caducos métodos del PP y PSOE.
El bipartidismo es consciente de que los cimientos de sus tradicionales “aparatos” de partido, como ejes de su funcionamiento, pueden tambalearse si esta nueva organización política consigue implantarse territorialmente y consolidar su estructura participativa tan atractiva para los ciudadanos.
Y si a eso se añade alguna fórmula de colaboración estratégica de Podemos con otras organizaciones progresistas como Izquierda Unida, Equo, Compromís, etc., el vértigo del bipartidismo sería de órdago. Uno desearía que estos procesos de confluencia progresista culminaran alguna vez con éxito en una alternativa clara de gobierno para este país.
Sin embargo, a los pocos días surge la noticia de la abdicación del rey. Inmediatamente, determinadas organizaciones políticas y ciudadanas aprovechan la ocasión para demandar un referéndum sobre la forma de Estado.
A la misma vez, el bipartidismo se enroca con la “intocable” Constitución y cae en la cuenta de que después de 36 años no han hecho los deberes, por lo que se ponen a toda prisa a elaborar, vía urgencia, una ley de abdicación.
Y de nuevo aparece el doble lenguaje de los que no dudaron en reformar con urgencia la Constitución porque lo exigía un pacto de estabilidad impuesto desde fuera. Y estos mismos, proclaman ahora que la Constitución es intocable y desautorizan a quienes proponen reformarla para darle un sentido más democrático, aclarar determinados aspectos caducos y despojarla de aforamientos políticos y otros privilegios.
De pronto, el bipartidismo decide mirar siempre para atrás, refugiarse en el pasado y defender una democracia estática e inmovilista: la surgida en la etapa de la transición. Como si después de casi 40 años nuestra sociedad fuera la misma de entonces. Incluso el PSOE renuncia a su histórico republicanismo para ejercer públicamente como partido dinástico y defensor a ultranza de la monarquía, a semejanza del bipartidismo caciquil de la Restauración que defendía la Constitución de 1876.
Mientras tanto, los comentaristas y tertulianos supuestamente “expertos” sobre la monarquía y la persona del rey, comienzan rápidamente las loas y proclamas masivas. La saturación informativa de determinadas centrales mediáticas y el exceso laudatorio rozan el baboseo y el endiosamiento de una familia que, en los últimos tiempos, no ha sido precisamente ejemplar ante la ciudadanía.
Por otra parte, esos mismos “expertos” comentaristas proclamaban hace pocos meses que la abdicación no era necesaria. Y ahora, de repente, defienden todo lo contrario: la conveniencia, la oportunidad, el buen momento, el acierto de la decisión, etc. Así son de acomodaticios, oportunistas y manipuladores estos habituales creadores de opinión.
A pesar de ese bombardeo laudatorio masivo, lo cierto es que después de una semana de la abdicación real, las encuestas manifestaban que un 53% de la población se mostraba partidaria de la monarquía y que un 37% apoyaba la república. Y la misma encuesta ofrecía la cifra de que los partidarios de que se convocara un referéndum sobre la forma del Estado ascendía al 62% de los ciudadanos. Y uno se pregunta ¿por qué el gobierno sabiendo que en este momento ganaría la monarquía frente a la república, no convoca un referéndum y cierra definitivamente este debate?
Es evidente que para los republicanos, a pesar de su demanda de referéndum, es mejor que en este momento no se convoque, pues lo perderían. No obstante, algún día habrá que preguntarle a los ciudadanos la forma de Estado que prefieren, pues la sociedad evoluciona y la democracia es dinámica.
Sin embargo, este proceso de sucesión monárquica ha servido, paradójicamente, para que los ciudadanos empiecen a hablar sin tabúes sobre la república y para visualizar públicamente con normalidad y sin apasionamiento la enseña republicana. En algo hemos avanzado…
Pero el gobierno también ha tenido suerte por la coincidencia del Mundial de Fútbol por lo que supone para muchos aficionados este evento deportivo, a pesar de la desastrosa actuación de la selección española. Y por otra parte, lo que supone también para los seguidores del mundo rosa los fastos de la proclamación de Felipe VI. Estos hechos desvían la atención y hacen que los ciudadanos no se concentren en la actividad del gobierno, que astutamente ha aprovechado para continuar con su agenda privatizadora.
Así, por ejemplo, ha decidido privatizar AENA, empresa que gestiona la red de aeropuertos y que tanta importancia estratégica tiene para Canarias. Por ahora se privatiza parcialmente, es decir, el 49% y en dos fases. Sin embargo, si nadie lo remedia, más pronto que tarde, veremos sus repercusiones para los ciudadanos en el transporte aéreo. Como suele ocurrir, el Estado ha saneado esta empresa y ahora que empieza a dar beneficios se privatiza para que esos beneficios no reviertan en el Estado. Lo mismo se ha hecho con la “liberalización” del transporte ferroviario de viajeros en el corredor del Levante.
Pero, volviendo al asunto anterior, añadimos que nadie niega la importante contribución del propio rey Juan Carlos y del pueblo español a la apertura del país a la Europa democrática. Precisamente por eso, actualmente deberían poder plantearse, también democráticamente, ciertas cosas, incluido el cómo queremos seguir gobernándonos.
Además, en una sociedad plural del siglo XXI, en la que existen corrientes muy críticas, tenemos que ser conscientes de que la convivencia no se ganó de una vez y para siempre en 1978. Por eso, no tiene ningún sentido la resistencia numantina a abrir un proceso de diálogo sobre las reformas o los cambios necesarios de cualquier nivel o transcendencia política o social.
*Fernando T. Romero es miembro de la Mesa de Roque Aguayro.