Fernando T. Romero.
Los resultados de la elecciones
europeas del pasado 25 de mayo, como se preveía, han dejado el escenario político
europeo más o menos como estaba, salvo las novedades esperadas respecto al
fortalecimiento de la ultraderecha en algunos países y el surgimiento, con
mayor o menor fortuna, de nuevas organizaciones políticas.
En nuestro país, tal y como se
esperaba, se produjo también una multiplicación muy importante de apoyo a
Izquierda Unida, pero lo más sorprendente fue la irrupción destacada de Podemos
en el escenario político nacional.
Por su parte el bipartidismo,
aunque triunfante, vio mermado notablemente su apoyo popular con una pérdida
global de unos cinco millones de votos. Juntos, no han superado el 50% del
apoyo ciudadano, lo que les ha puesto muy nerviosos y ha hecho que sonaran las
alarmas en ambas organizaciones. En el PP lo han tratado de disimular sin éxito,
y en el PSOE se ha abierto la “caja de pandora” con la renuncia de su
secretario general.
Por primera vez, el bipartidismo
ha sentido moverse el suelo bajo sus pies con cierta preocupación. De ahí, sus
ataques casi inmediatos y al unísono contra Podemos, que se ha convertido en la
bestia negra y en el enemigo a batir por ambos. ¡Por algo será…!
Esta nueva formación política, ha
acertado de pleno a la hora de conectar con los problemas e intereses de la
ciudadanía. Su nueva manera de entender y propiciar la participación ciudadana
en la vida política, ha dejado en evidencia ante la sociedad los caducos métodos
del PP y PSOE.
El bipartidismo es consciente de
que los cimientos de sus tradicionales “aparatos” de partido, como ejes de su
funcionamiento, pueden tambalearse si esta nueva organización política consigue
implantarse territorialmente y consolidar su estructura participativa tan
atractiva para los ciudadanos.
Y si a eso se añade alguna fórmula
de colaboración estratégica de Podemos con otras organizaciones progresistas
como Izquierda Unida, Equo, Compromís, etc., el vértigo del bipartidismo sería
de órdago. Uno desearía que estos procesos de confluencia progresista
culminaran alguna vez con éxito en una alternativa clara de gobierno para este
país.
Sin embargo, a los pocos días
surge la noticia de la abdicación del rey. Inmediatamente, determinadas
organizaciones políticas y ciudadanas aprovechan la ocasión para demandar un
referéndum sobre la forma de Estado.
A la misma vez, el bipartidismo
se enroca con la “intocable” Constitución y cae en la cuenta de que después de
36 años no han hecho los deberes, por lo que se ponen a toda prisa a elaborar,
vía urgencia, una ley de abdicación.
Y de nuevo aparece el doble
lenguaje de los que no dudaron en reformar con urgencia la Constitución porque
lo exigía un pacto de estabilidad impuesto desde fuera. Y estos mismos,
proclaman ahora que la Constitución es intocable y desautorizan a quienes
proponen reformarla para darle un sentido más democrático, aclarar determinados
aspectos caducos y despojarla de aforamientos políticos y otros privilegios.
De pronto, el bipartidismo decide
mirar siempre para atrás, refugiarse en el pasado y defender una democracia estática
e inmovilista: la surgida en la etapa de la transición. Como si después de casi
40 años nuestra sociedad fuera la misma de entonces. Incluso el PSOE renuncia a
su histórico republicanismo para ejercer públicamente como partido dinástico y
defensor a ultranza de la monarquía, a semejanza del bipartidismo caciquil de
la Restauración que defendía la Constitución de 1876.
Mientras tanto, los comentaristas
y tertulianos supuestamente “expertos” sobre la monarquía y la persona del rey,
comienzan rápidamente las loas y proclamas masivas. La saturación informativa
de determinadas centrales mediáticas y el exceso laudatorio rozan el baboseo y
el endiosamiento de una familia que, en los últimos tiempos, no ha sido
precisamente ejemplar ante la ciudadanía.
Por otra parte, esos mismos “expertos”
comentaristas proclamaban hace pocos meses que la abdicación no era necesaria.
Y ahora, de repente, defienden todo lo contrario: la conveniencia, la
oportunidad, el buen momento, el acierto de la decisión, etc. Así son de
acomodaticios, oportunistas y manipuladores estos habituales creadores de opinión.
A pesar de ese bombardeo
laudatorio masivo, lo cierto es que después de una semana de la abdicación
real, las encuestas manifestaban que un 53% de la población se mostraba
partidaria de la monarquía y que un 37% apoyaba la república. Y la misma
encuesta ofrecía la cifra de que los partidarios de que se convocara un referéndum
sobre la forma del Estado ascendía al 62% de los ciudadanos. Y uno se pregunta ¿por
qué el gobierno sabiendo que en este momento ganaría la monarquía frente a la
república, no convoca un referéndum y cierra definitivamente este debate?
Es evidente que para los
republicanos, a pesar de su demanda de referéndum, es mejor que en este momento
no se convoque, pues lo perderían. No obstante, algún día habrá que preguntarle
a los ciudadanos la forma de Estado que prefieren, pues la sociedad evoluciona
y la democracia es dinámica.
Sin embargo, este proceso de
sucesión monárquica ha servido, paradójicamente, para que los ciudadanos
empiecen a hablar sin tabúes sobre la república y para visualizar públicamente
con normalidad y sin apasionamiento la enseña republicana. En algo hemos
avanzado…
Pero el gobierno también ha
tenido suerte por la coincidencia del Mundial de Fútbol por lo que supone para
muchos aficionados este evento deportivo, a pesar de la desastrosa actuación de
la selección española. Y por otra parte, lo que supone también para los
seguidores del mundo rosa los fastos de la proclamación de Felipe VI. Estos
hechos desvían la atención y hacen que los ciudadanos no se concentren en la
actividad del gobierno, que astutamente ha aprovechado para continuar con su
agenda privatizadora.
Así, por ejemplo, ha decidido
privatizar AENA, empresa que gestiona la red de aeropuertos y que tanta
importancia estratégica tiene para Canarias. Por ahora se privatiza
parcialmente, es decir, el 49% y en dos fases. Sin embargo, si nadie lo
remedia, más pronto que tarde, veremos sus repercusiones para los ciudadanos en
el transporte aéreo. Como suele ocurrir, el Estado ha saneado esta empresa y
ahora que empieza a dar beneficios se privatiza para que esos beneficios no
reviertan en el Estado. Lo mismo se ha hecho con la “liberalización” del
transporte ferroviario de viajeros en el corredor del Levante.
Pero, volviendo al asunto
anterior, añadimos que nadie niega la importante contribución del propio rey
Juan Carlos y del pueblo español a la apertura del país a la Europa democrática.
Precisamente por eso, actualmente deberían poder plantearse, también democráticamente,
ciertas cosas, incluido el cómo queremos seguir gobernándonos.
Además, en una sociedad plural
del siglo XXI, en la que existen corrientes muy críticas, tenemos que ser
conscientes de que la convivencia no se ganó de una vez y para siempre en 1978.
Por eso, no tiene ningún sentido la resistencia numantina a abrir un proceso de
diálogo sobre las reformas o los cambios necesarios de cualquier nivel o
transcendencia política o social.
*Fernando T. Romero es miembro de la Mesa de Roque Aguayro.