Jesús Vega*
Tengo sobre la mesa el libro “Me llamo Suleimán” del admirado escritor agüimense Antonio Lozano. Es la historia emotiva de un adolescente que busca salir de la terrible pobreza en la que vive allá, en Mali, para encontrar el paraíso imaginado de Europa. Suleimán vive una cuaresma de incomodidades, miedos y desgracias que da por buenos con tal de alcanzar la meta.
En un viaje parecido andan ahora mismo muchas personas que quieren abandonar su forma egoísta de ver la vida. Sueñan con el día en el que sientan la paz que produce la generosidad y el perdón. A ese viaje lo llaman cuaresma. El camino a la felicidad siempre es duro, pero no necesariamente triste. Todos los padres lo han dicho siempre a sus hijos: Lo que vale, cuesta. Por eso Suleimán se dispuso a atravesar el desierto del Sahara con toda su crudeza. Por eso algunos cristianos inconformes con su estilo de vida lleno de indiferencia hacia los demás deciden libremente atravesar un desierto interior en busca de un cambio.
Andaba yo con estos pensamientos cuando escuché al grupo que cantaba en la plaza: "Ya se van los carnavales/ cosa buena poco dura/ ahora empieza la cuaresma/ el carnaval de los curas".
¿El carnaval de los curas? Yo nunca llamaré carnaval a la cuaresma. Pero es que, además, ¿quién ha dicho que “ya se van los carnavales”? Se van sí, pero a otro pueblo y tan poquito a poco, que conviven bastantes días con la cuaresma. Y tampoco pasa nada. La cuaresma no es, aunque algunos la sigan viendo así, un tiempo para la tristeza y para no sonreír. Un tiempo que, visto desde fuera, puede sonar solamente a sacrificio, pecado, ayuno o no comer carne. Algo casi malvado. Y no, no es así. No hay ningún decreto que obligue a estar triste durante los cuarenta días de la cuaresma. No hay ninguna ley que prohíba la alegría y la diversión en ningún momento del año.
El ayuno que quiere Dios tiene mucho más que ver con la alegría que con la tristeza. La alegría de compartir lo que uno tiene con los más pobres. El gozo inmenso de dar a quien no tiene, de acompañar a un enfermo o ser comprensivo y hospitalario con quien viene de otro lugar. O no tener palabras hirientes para nadie, aunque sea un árbitro de fútbol o el concejal de la oposición. La cuaresma sirve para reconciliarnos con quienes hemos tenido algunas diferencias. Y todo eso produce una alegría profunda. Es la alegría de la cuaresma.
El Papa Francisco que está sembrando mucha ilusión en el mundo, invita a que en este tiempo fortalezcamos el corazón y cambiemos la indiferencia existente. Que encontremos el gozo de la solidaridad porque “estamos saturados de noticias que nos narran el sufrimiento humano y, al mismo tiempo, sentimos toda nuestra incapacidad para intervenir. La cuaresma es un tiempo propicio para mostrar interés por el otro”.
El patrón del cayuco dijo a Suleimán y a los demás acompañantes: Debemos aguantar las incomodidades, tener paciencia. Debemos pensar que este viaje es el precio para cumplir nuestro sueño. Y estas palabras fueron recibidas con aprobación.
Y es que para Suleimán, como para muchos de nosotros, la cuaresma, algún tipo de cuaresma, es el camino para la felicidad que uno quiere.
*Jesús Vega es Vicario Parroquial de Cruce de Arinaga y Arinaga.