Antonio Morales*
Santa Lucía, Ingenio y Agüimes agotan en estos días un año de celebraciones. La Mancomunidad del Sureste convocó el pasado 20 de octubre a sus antiguos presidentes, miembros de las juntas, funcionarios que han participado en su gestión, cargos públicos de otras instituciones y un amplio espectro de la ciudadanía, para celebrar su cumpleaños. Cumple veinticinco años de fructífera tarea y lo hace celebrando los logros compartidos, después de que en 1990 diera el paso formal de convertir en realidad oficial un proyecto de trabajo que ya se venía esbozando y que se intuía imprescindible. Pero su andadura es antigua. El Sureste carga sobre sus espaldas siglos de caminos entrelazados. De labrar historias sobre unas tierras fértiles que forjaron experiencias y familias que luego se esparcieron por la isla para contribuir a su poblamiento. Sí, porque de aquí provienen una parte importante de los genes de la población grancanaria actual.
Hace siglos, muchos siglos ya eran un solo pueblo. Algunas crónicas apuntan que ya desde el siglo VI conformaban una comunidad. Por Guayadeque, Ansite, Balos, Temisas o Agüimes, la historia nos muestra a personajes como Maninidra, Egenenacar o Bentejuí, referencias de un importante poblamiento de hombres y mujeres indígenas que vivían de la agricultura, la ganadería y la pesca, compartiendo esta comarca natural de la isla de Gran Canaria y rechazando la llegada de los conquistadores hasta que ya no se pudo más. Narran las crónicas la resistencia de Artemi contra Juan de Bethencourt y batallas ganadas como las libradas contra el obispo Diego López de Illescas, el capitán general Alonso de Cabrera, Diego de Herrera, Hernández Cabrón o, en 1741, a una avanzadilla inglesa que pretendía asaltar las naves ancladas en la Bahía de Gando. O cuando, al mando de Maninidra, la gente del Sureste se apostó en los aledaños de la Torre de Gando, hartos de que les saqueasen el ganado y, disfrazándose con sus uniformes, acabaron con los desmanes de los españoles allí apostados.
Tras la conquista, el 20 de enero de 1487, los Reyes Católicos dictaron una Real Cédula por la que se concedía a la Iglesia estas tierras del Sureste como Señorío Episcopal. Sus dominios comprendían todo el territorio de Agüimes, Ingenio y gran parte de la Santa Lucía actual. Fueron años de prosperidad, de impulso económico y cultural y también de grandes momentos históricos como cuando protagonizamos juntos los primeros levantamientos campesinos de la historia moderna de Canarias, en 1708 primero, aunque es posible que existieran otros antes, y en el célebre Motín de Agüimes de 1718 después, al que siempre recurro porque lo simboliza todo: una comarca en pie para defender sus derechos sobre la propiedad de la tierra que el terrateniente Francisco de Amoreto pretendía usurpar. En aquel momento vecinos de Sardina, Agüimes e Ingenio, “con hachas y otros elementos contundentes”, así lo describen las crónicas de la época, consiguieron frenar sus ansias usurpadoras y cambiaron el curso de la historia. Lo que pudo haber sido una tragedia de enormes dimensiones al estar a punto de disparar a los amotinados el capitán general, se convirtió en la primera gran victoria campesina de Canarias al recuperar las tierras las personas que las labraban.
En los primeros años del siglo XIX, el absolutismo de Fernando VII condujo a la elaboración de un nuevo mapa de municipios que en esta zona derivó en la constitución de los términos de Ingenio y Santa Lucía, rompiéndose la unidad existente hasta ese momento. Y la verdad es que nos separaron y por diversas circunstancias fuimos a peor: vendrían después más de dos siglos de crisis profunda y de soportar sobre nosotros el estigma con el que se nos denominó más tarde de “triángulo de la pobreza”.
La convocatoria de las primeras elecciones municipales democráticas, después de la dictadura franquista, posibilitó que en los tres municipios del Sureste grancanario se conformaran candidaturas de opciones progresistas integradas en su mayoría por jóvenes que se negaban a continuar soportando la pesada losa de la marginación y la desidia. Fue el comienzo de una “plural aventura” que en muy poco tiempo provocó una catarsis, pasando de ser una población resignada a las carencias, a ser una ciudadanía formada, exigente y comprometida. Los hijos de los aparceros comienzan a ocupar las tierras y a cultivarlas; se pone en marcha un proceso industrial y comercial de enorme peso en el PIB de Canarias; se apuesta por la cultura y la educación y empezamos a tener las cotas más altas de universitarios… y surge hace veinticinco años la Mancomunidad Intermunicipal del Sureste que pone en marcha la revolución hidráulica y renovable más importante de Canarias en el último siglo y diseña una propuesta de desarrollo alternativo innovador, con la sostenibilidad ambiental como norte. Me cabe el inmenso honor de haber hilvanado hace 25 años con Juan Espino y Carmelo Ramírez, y el apoyo de las corporaciones locales de la época, este tapiz de trabajos, logros y esperanzas. Afrontamos el reto de trabajar sin tutelas, asumimos la responsabilidad de ser la administración más cercana a la ciudadanía, la más eficaz, la más innovadora, la más comprometida con la consolidación de un sistema democrático de participación ciudadana.
Nada ni nadie ha podido hacernos renunciar a pelear cada día por conseguir una auténtica transformación social y económica que pase por la educación y la formación; por la búsqueda de la igualdad de oportunidades; por un nuevo modelo económico apoyado en la sostenibilidad, que apueste por la conservación del territorio, las renovables, una nueva concepción del turismo, la lucha contra el despilfarro y el agotamiento de los recursos; por un nuevo diseño productivo apoyado en el conocimiento, la investigación y la implantación de nuevas tecnologías; por la recuperación de un sector primario consustancial a nuestra identidad como pueblo; por defender lo público frente al acoso de los “mercados”; por potenciar la democracia y la participación ciudadana en estos momentos en un franco y peligroso retroceso; por profundizar en la cohesión social, la integración y el trabajo compartido. Por defender lo que consideramos justo llegamos a encerrarnos en la presidencia del Gobierno de Canarias o a cortar la autopista…
Ha sido el triunfo de una comarca que en los albores de la democracia no era sino un territorio de polvo, viento y sol. De un territorio de aparcería feudal, analfabetismo y desigualdad que se rebeló contra esa situación plantando cara a los últimos años del franquismo para ganar las instituciones y romper las ataduras con un pasado oscuro y sustituirlo por un espacio de esperanza y futuro. Como dije en mi toma de posesión en el Cabildo de Gran Canaria, debemos aprovechar este momento para hacer un reconocimiento público a los que han luchado en estas décadas para defender e impulsar la democracia que tanto nos costó alcanzar. A los que pusieron todo su esfuerzo para hacer posible que sus hijos vivieran mejor que ellos. A mis padres, a tantos padres y madres que se quedaron en el camino sin ver sus sueños hechos realidad y a tantos otros que han podido compartir el fruto de sus esfuerzos. Nuestro compromiso debe ser no dilapidar ni un ápice la herencia que nos legaron, hacerles sentir que su esfuerzo y su sacrificio merecieron la pena. Un recuerdo y homenaje entrañable a nuestros padres y a nuestros abuelos, que decidieron abrir, para salir de los años del oscurantismo y la infamia, entre todas las que les eran ofrecidas, la puerta que llevaba a la construcción de una sociedad más justa y solidaria, al progreso y al futuro, la puerta que les proponían precisamente sus hijos más jóvenes.
Hoy esta mancomunidad, esta comarca, se ha convertido en una referencia mundial. Ha sido premiada a nivel internacional por la ONU en distintas ocasiones. También a nivel estatal y a nivel local. Trabaja con institutos científicos y universidades de todo el mundo. Pero lo más importante es que se ha convertido en un sentimiento. Hoy los más de ciento treinta mil habitantes de esta comarca se sienten del Sureste. Ha recuperado la memoria y la acción de sus antepasados. Les puede el orgullo de pertenencia. De ser por lo que han sido. Por lo que han luchado. Y por lo que serán. Porque confían en su futuro.
Larga vida a la mancomunidad, a sus instituciones y a su gente. Y sobre todo a lo que representan: la lucha de un pueblo por su supervivencia, por superar obstáculos, por no rendirse, por no renunciar a su dignidad. Por defender un futuro mejor para a sus hijos. Es un claro ejemplo por el que transitar. Por eso, el Cabildo de Gran Canaria ha puesto en marcha un ambicioso programa de apoyo a las mancomunidades de Gran Canaria. A la del Norte, la de Medianías y la del Sureste. Un Plan de Inversiones de 12 millones de euros para cuatro años para posibilitar actuaciones incentivadoras de la economía y la creación de empleo de carácter comarcal. Es el camino.
*Antonio Morales es Presidente del Cabildo de Gran Canaria. (www.antoniomorales-blog.com)