28 de marzo de 2022

Colaboración: Otro matrimonio que se va para descansar en la eternidad de este bello lugar

 Lunes, 28 de marzo.

Felipe Rodríguez y Antonia Cazorla camino de Montaña Las Tierras
José López (Pepe el de Guayadeque)

Barranco de Guayadeque. Qué tristeza, cada día son menos los guayadenses que lo habitan, donde solo van quedando sus recuerdos, sus historias, es decir, sus vidas en nuestras memorias. Hoy recordamos a dos personas que habitaron toda su vida en este maravilloso y entrañable barranco, Don Felipe Rodríguez López, que nació en Montaña las Tierras el 15 de junio de 1929, y Doña Antonia Cazorla Martel, que nació en Cuevas Muchas el 13 de junio de 1934. Ambos contrajeron matrimonio en la Iglesia de La Candelaria de Ingenio el 23 de julio de 1962 y permanecieron 52 años siempre juntos, a la vera uno del otro. Está claro que ni todo bueno ni todo malo, que, hasta las rosas, como todos sabemos, tienen espinas. Desgraciadamente el 26 de noviembre de 2014 la muerte los separó. Ese triste día el bendito Dios decidió que tía Antonia se fuese al cielo a descansar a sus 80 años de edad y luego, 8 años después volvieron a reencontrarse de nuevo en la nueva vida el 29 de enero de 2022 cuando falleció tío Felipe a sus 92 años de edad. Ahora sí, en el reino de los cielos, juntos para toda la eternidad.
Esos sí fueron dos admirables seres humanos, que a pesar de la vida no darle hijos, fueron afortunados al tener una gran cantidad de sobrinos. Narrando con otras letras, mientras pudieron ayudar a los demás eran tíos y amigos de muchos, pero cuando llegó el balance de la pesa de la vida y empezaron a ser ellos quiénes necesitaban de ayuda, cada vez eran menos los sobrinos y los amigos que casi desaparecieron por completo, pero así haya sido, gracias a Dios, se pudieron dar con un canto en el pecho que hasta la última hora siempre tuvieron a alguien que les sonrieran y les acompañasen. Ojalá todos pudiéramos sentir o contar lo mismo. De verdad, que durante muchos años fueron historia viva de este lugar. Con el trajín de sus vidas nos recordaban tiempos de antaño, muy añejo, pero lo que a ellos les hacían bastante grande era la humildad.
Si narramos un poco la vida de tío Felipe recordaremos a un ser de muy buen corazón, un tanto exagerado para contar sus historias, batallas o algunas versiones y dichos de los de él un tanto ocurrente. Muy alegre y divertido, con mucho sentido del humor. Era muy humano, si podía te ayudaba con esas benditas manos que tenía, tanto para la arboleda cuando había que limpiarla o injertarla, así como para la plantación en general o para el resto de la faena del campo, incluso tenía el don que sabía algunos remedios caseros, a su manera, con bastante éxito. Entre otras muchas cosas, por su forma de actuar, lo hacían un ser diferente. Era muy cariñoso para los niños y el resto, eso sí pícaro como el primero. Cuando veía alguna dama su cara dibujaba un poema y miraba con aquella mirada tan inocente de yo no fui, de nunca haber roto un plato, pero, eso sí, siempre con mucho respeto. ¡Ay Felipe! quién hubiera tenido la fortuna de haber podido hacer un recorrido por tu mente, aunque sólo fuesen unos segundos.
Tía Antonia, una mujer con un temple de la vida, diferente. Era un ser que muy cariñoso, tanto para los niños, que eran su debilidad, como para el resto de la humanidad. Siempre tenía un saber estar muy especial. Mujer para hacer un queso, trabajar la cestería, realizar bordados o zurcidos, tanto a mano como a máquina, y así como para todas las faenas del campo. Muy prudente. Sabía que si dejaba el gallinero abierto el lobo entraría y se comería las gallinas, por lo tanto, había algunos días de su vida en que tuvo que dormir con los ojos abiertos, como nos ha pasado a todos. ¿Quién no ha tenido algún día su cielo azul con nubarrones?, pero sin lugar a dudas, Antonia, al ser una mujer muy precavida, sabía que volaban buitres por los altos de las montañas del barranco. Pero qué triste es cuando todos quieren hacer leña del árbol caído.
Les recordaré cómo ellos eran. Realizando sus faenas de montaña, de Montaña las Tierras a Zamora, de las Cabezadas a Montaña las Tierras y sin dejar de recordar las duras y pesadas caminatas barranco arriba, montaña abajo en aquellas madrugadas o al peso del día, precisamente en esa hora en la que el perro no sigue al amo, hiciera buen o mal tiempo.  Aquellos recuerdos de mi niñez cuando estaban de mudanza en las Cabezadas que cogía tía Antonia, mujer muy decidida, la yegua que tenía y le echaba las cestas de carga y se escarranchada arriba de ella, venía de las Cabezadas a La Pasadilla a hacer la compra en la tienda de Don Tomás López Suárez. Coincidía que cuando tía Antonia hacía estos recorridos mis padres también se encontraban de mudanza en La Pasadilla y no vean ustedes las caras que se les ponía a las hermanas y sobrinos cuando se realizaba ese encuentro, que a veces pasaba algún tiempo.  Esas caras de emoción y alegría, parecía que el cielo se estrellaba, aunque fuese por el mediodía… ¡Qué bonito!... ¡Qué tiempos aquellos! La tristeza es que no se volverán a repetir jamás.
Cuando menciono a estos dos admirables seres, no es que pretenda invocarles, sólo pretendo recordarles con esos buenos gestos que tuvieron para el resto. Con sus buenas obras y con sus defectos, como todos, que santos son los que están en el cielo. Pero de verdad, cada vez que me reunía con ellos me traía nuevas historias, nuevos recuerdos. Esos días, cuando me iba a acostar, recordaba ese viejo dicho: “nunca te acostarás sin saber algo más”, pero nada, cada uno responsable con sus hechos y el que sabe lo que siembra no tiene por qué temer a su cosecha.  La verdad que la siembra de ellos fue bastante buena. No diría yo que la cosecha al final fue tanto, pero como todos sabemos unas veces se siembra en tierra buena y otras en magarzo, pero nada, la de ellos sabemos cómo fue y la nuestra sabe Dios cómo será.
No puedo dar fin a este pequeño relato sin antes plasmar alguno de los dichos de estos inolvidables seres humanos. Con el de Felipe me quedo con su dicho habitual cuando algo quería exagerar: “vaya cosa jemplosa, caballero”. Con el de Antonia: “Mi madre siempre decía: fíjate lo que hacen de otro para que sepas lo que hacen de ti”. Y qué verdad es queridos lectores. Pero nada, hoy día, gracias a Dios sus restos mortales descansan en Ingenio, en el campo sagrado. En ese lugar donde el rico no se avergüenza de tener al pobre a su lado, eso sí, juntos como siempre quisieron estar, acompañados de padres y suegros. El resto de recuerdos y vivencias que tengo de ellos, permítanme que me las guarde para mí o para tiempos venideros, si Dios nos da vida que ojalá que así sea.
Muchas gracias a todos los lectores y para ellos un buen y eterno descanso en la gloria. Que descansen en paz para siempre.