Martes, 13 de septiembre.
Antonio Morales*
El pasado 15 de julio el Colegio Oficial de Médicos de Las Palmas organizó un Congreso sobre la incidencia del calentamiento global en la salud, con la participación de distintos expertos y representantes institucionales y en el marco de la Alianza Médica Contra el Cambio Climático. Una extraordinaria iniciativa. Es absolutamente imprescindible la implicación de la sociedad civil para afrontar uno de los mayores retos a los que se ha enfrentado la humanidad en toda su historia: luchar, mitigar y adaptarse al cambio climático.
Nos encontramos en un momento decisivo. En menos de un año el Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPPC) ha emitido tres informes extraordinariamente preocupantes sobre el cambio climático y sus consecuencias para el planeta. En el informe hecho público en los primeros días del mes de abril de este año, los expertos de Naciones Unidas nos trasladan con firmeza que las emisiones deben tocar techo antes de 2025 y luego caer drásticamente para evitar la catástrofe climática. Al presentar la memoria anual de esta organización, António Guterres, Secretario General de la ONU, es tajante a la hora de sintetizar el documento presentado: “Es hora de que dejemos de quemar nuestro planeta porque ha comenzado la cuenta atrás y nos encaminamos hacia una catástrofe”. Los incendios, las olas de calor o las inundaciones que hemos padecido en este mes de agosto confirman los pronósticos.
Todas las fórmulas posibles pasan por eliminar gran parte de los combustibles fósiles como el petróleo, el gas y el carbón de la generación de energía. La comunidad científica afirma que “todos los modelos incluyen pasar de esos combustibles a fuentes renovables” y hace especial hincapié en que el coste por megavatio de la energía solar ha caído un 85% y el de la eólica un 55%, desde 2010. La Agencia Internacional de la Energía plantea que al menos dos tercios de los combustibles fósiles deben permanecer sin extraer. Según Hoesung Lee, responsable del Panel internacional que he mencionado, nos encontramos en una encrucijada: “De las decisiones que tomemos ahora depende conseguir un futuro vivible”. Para Jim Skea, codirector de la investigación, “es ahora o nunca” cuando se deben precipitar las decisiones. Para la OCDE estamos ante la disyuntiva de “o fósiles bloqueados o planeta bloqueado”.
A pesar de las ingentes cantidades empleadas por el capitalismo más salvaje para negar la evidencia y a pesar de los negacionistas ligados a sectores conservadores o ultraconservadores, son cada vez menos los que hoy niegan que este planeta está realmente enfermo y que hay que precipitar la búsqueda de soluciones. Cada tonelada de carbono añadida está empeorando la situación. La temperatura en la Tierra podría aumentar cuatro grados situando en riesgo la vida en el planeta tal y como la conocemos y poniendo en riesgo a la humanidad.
Las energías renovables y la eficiencia y el ahorro energéticos son vectores estratégicos para hacer frente a la crisis climática mundial. Dos tercios de las emisiones de gases de efecto invernadero en el planeta están ligadas a la quema de combustibles fósiles. En Europa los procesos energéticos convencionales producen un 78% de las emisiones totales. Según un estudio de Greenpeace y el CREA, la contaminación por petróleo, carbón y gas causan 4,5 millones de muertes al año (40.000 son de niños menores de cinco años) y supone una pérdida de 8.000 millones de dólares al día.
El cambio climático es, según la ONU, la mayor amenaza sanitaria mundial. Según el informe GEO, alrededor del 25% de las muertes y las enfermedades mundiales se deben a las condiciones ambientales. La contaminación ambiental causa anualmente 800.000 muertes prematuras en Europa. En el planeta el número de muertes por polución es de 8,8 millones. Es la causa de uno de cada cinco fallecimientos en el mundo. Otros estudios apuntan que el 15% de los fallecimientos en el mundo se debe a causas climáticas. La contaminación y el calentamiento global son los causantes principales del avance en la Tierra de la desertificación, la sequía y la escasez de agua, la destrucción de hábitats, el deshielo de los polos, la polución del aire, los tifones y huracanes violentos en lugares inusuales, la aparición de epidemias y pandemias, la destrucción de ecosistemas marinos, la extinción de especies…
El Atlas de Mortalidad y Pérdidas Económicas, elaborado por la Organización Meteorológica Mundial, afirma que entre los diez peores desastres del último medio siglo, las sequías han provocado 650.000 muertes, las tormentas, más de 577.000 y las inundaciones, más de 58.000. Según la revista Nature, el incremento de la mortalidad es evidente en todos los continentes. Solo en Europa los desastres climáticos registrados entre 1970 y 2019 han producido unas pérdidas de 400.000 millones de euros. El Índice Planeta Vivo nos dice que la población del mundo de peces, aves, anfibios, mamíferos y reptiles disminuyó en un 58% entre 1970 y 2012. Según la OCDE, en 2050 se reducirá un 10% en Asia, Europa y Sudáfrica.
Y todo está profundamente interrelacionado. Solo un ejemplo: si las abejas desaparecieran de nuestro planeta, la mitad de las especies de plantas y el 75% de los productos que consumen los humanos (incluida la carne) desaparecerían.
Esta situación es especialmente grave contemplada desde Canarias, ya que somos uno de los territorios que más y con mayor intensidad está sufriendo y va a sufrir los efectos del cambio climático. El estudio del IPPC deja muy claro, también, que la incidencia del cambio climático en territorios insulares como el nuestro será aún mayor. Y los efectos empiezan a ser notables. Llevo insistiendo en ello desde hace muchos años y en la necesidad de combatirlo.
Y se pueden conseguir avances extraordinarios: en tres décadas, la capa de ozono se ha recuperado, evitando que se precipite la catástrofe del calentamiento global. Pero la realidad es la que es. En la lucha contra el cambio climático no se está avanzando de la misma manera, no se está avanzado prácticamente nada. Es más, se están dando pasos atrás preocupantes como la aprobación de la taxonomía europea que declara como verdes al gas y las nucleares poniendo en riesgo las inversiones reales en renovables porque las inversiones se derivarán para garantizar el suministro de gas. Es lo que está haciendo ahora la UE con los proyectos de gasoductos para unir España con Francia y con Italia para el envío de gas. Y es fruto de no haberse hecho bien la transición energética y seguir dependiendo, por tanto, de países como Rusia u otros lugares inestables y poco respetuosos con los derechos humanos. También de las presiones de los grandes lobbies ligados al petróleo, el carbón y el gas. Realmente hoy estamos viviendo una auténtica guerra civil global, no solo entre democracias y autoritarismos sino entre fósiles y renovables.
Mientras, en este archipiélago anclado en medio del Atlántico, los alisios se desvían hacia el este lo que puede hacer variar sustancialmente nuestro clima y el aumento del nivel del mar y la pérdida de metros en las playas se hacen cada día más visibles. Un reciente estudio apunta que desaparecerán 147 playas en nuestras islas en este siglo. Igualmente están aumentando los periodos de sequías (nuestras presas están casi todas vacías) y los momentos de precipitaciones intensas; el océano se calienta y en algunas épocas del año se están acercando hasta nosotros huracanes y tormentas tropicales; nuestro mar se acidifica lo que provocará la desaparición de especies y la alteración por completo del ecosistema; nos enfrentamos a la aparición de nuevas enfermedades tropicales, muchas de origen zoonótico, consecuencia en ocasiones de la entrada de nuevas especies en nuestros ecosistemas. Ha estado merodeando el mosquito de la malaria en diferentes islas en los dos últimos años; las calimas, cada vez más frecuentes y persistentes, empeoran gravemente las afecciones respiratorias y el aumento de la temperatura es letal para personas con cuadros de hipertensión, obesidad o problemas cardiacos; el avance de la desertización afecta a un 80% de Gran Canaria; los riesgos de incendios de sexta generación son cada vez mayores; los fenómenos costeros adversos serán cada vez más frecuentes…
Todos estos efectos tienen un impacto muy grave sobre la salud física y psíquica de las personas que vivimos en estas islas. Pero también está en juego nuestra seguridad. El aumento exponencial del riesgo de incendios forestales, cada vez más graves e incontrolables, las lluvias torrenciales, inundaciones y escorrentías, el aumento del nivel del mar con su consiguiente afección a las infraestructuras costeras… son todos factores que suponen un riesgo altísimo para la seguridad, la salud e incluso la vida de los hombres y mujeres de esta tierra.
Por ese motivo, porque estamos hablando de un peligro real, concreto e inminente para el progreso y el bienestar de la población de Gran Canaria, ha sido fundamental para el gobierno insular, desde 2015, establecer, como prioridad estratégica, políticas de lucha para prevenir y atenuar los efectos del cambio climático. Ese objetivo coincide con nuestra pretensión de avanzar progresivamente, pero sin atajos, hacia la plena descarbonización a través de la triple conquista de la soberanía energética, hídrica y alimentaria.
Es más, en octubre del pasado año presentamos la Estrategia Insular de Mitigación y Adaptación al Cambio Climático e Impulso de una Economía Baja en Carbono en Gran Canaria, lo que convierte al Cabildo en la primera, y por el momento única institución de Canarias, que cuenta con un plan de este tipo. Gran Canaria tiene un plan. Una estrategia que plantea hasta 39 soluciones concretas adaptadas al territorio, cuantificadas económicamente y con una programación clara de aquí a 2030. También el Consejo Insular de la Energía lidera igualmente el proyecto Interreg Mac-Clima en el que se realizan estudios para desarrollar políticas de adaptación al cambio climático en el ámbito de la Macaronesia. Todos los ayuntamientos de la isla disponen de un Plan de Acción para el Clima y la Energía Sostenible en el marco de la iniciativa europea del Pacto de las Alcaldías. Cada Plan de Acción lleva incorporado un análisis de riesgos y vulnerabilidades frente al cambio climático.
Estas iniciativas y numerosas actuaciones transversales con el conjunto de las áreas de gobierno -dentro del marco de la Ecoísla- es lo que ha hecho posible que la UE haya seleccionado al Cabildo de Gran Canaria para formar parte del grupo de regiones que liderarán la resiliencia al clima y la adaptación al cambio climático para 2030, dentro de la Misión Europea de Adaptación al Cambio Climático y que se nos haya invitado a la Conferencia Internacional de la Alianza Climática. Es un reto extraordinario el que asumimos. No daremos ni un paso atrás.