17 de diciembre de 2022

Opinión: El derecho a no ser religioso (5 de 5)

 Sábado, 17 de diciembre.                                                                                                       

José Armas Barber

Los términos del debate se modificarán a partir de la Reforma gracias al lugar que ésta concede al individuo. Si un simple campesino ha sabido hablar a Dios, puede tener razón frente al papa, que después de todo no está exento de la herejía. En un primer momento Lutero piensa que el soberano temporal debe respetar el ámbito inviolable de lo que los teólogos llaman “actos inmanentes”, es decir, la relación con Dios, la vida interior, la conciencia. Hace aquí su aparición una tercera fuerza que altera la anterior oposición entre el poder temporal y poder espiritual: la del individuo que controla él solo su comunicación con Dios, y que en un segundo estadio podría apropiarse del control de otros dominios sometidos al dominio de los antiguos poderes.
La historia europea  moderna, desde el Renacimiento hasta la Ilustración, de Erasmo a Rousseau, es la historia tanto de la consolidación de la separación de las instituciones públicas respecto de las tradiciones religiosas como del aumento progresivo de la libertad individual. El poder temporal de la Iglesia se debilita, aunque no queda abolido. En 1756 Rousseau le escribe lo siguiente a Voltaire: Me indigna, como a usted, que la fe de cada uno no goce de total libertad, y que el hombre se atreva a controlar las conciencias internas que no sería capaz de entender.
Segmentos enteros de la sociedad empiezan a reclamar la retirada de la tutela religiosa y el derecho a la autonomía. Una de las reivindicaciones más significativas es la de Cesare Beccaria, autor del tratado De los delitos y las penas, en el que formula con claridad la distinción entre pecado y delito, que permite sustraer la acción de los tribunales del ámbito religioso. Los pecados no caen bajo el peso de la ley. Derecho y teología dejan de confundirse. Las leyes sólo se ocupan de las relaciones humanas en la ciudad; transgredirlas nada tiene que ver con la doctrina religiosa. 
(Del libro “El espíritu de la Ilustración”. Tzvetan Todorov. Galaxia Gutenberg.
Como dice Mark Lilla, vivimos tiempos en los que la religión intenta con ahínco volver a gobernar territorios hace tiempo conquistados por la política. No es un afán novedoso, pero resulta preocupante cómo algunas democracias aceptan ver mermada la laicidad por la que lucharon. La mayoría de las civilizaciones nacieron y se desarrollaron en torno a un mito fundacional que servía para organizar las vidas de sus miembros al tiempo que aislaba el hecho político, dejándolo en un segundo plano siempre tutelado por la divinidad. (“El dios que no nació”. Editorial Debate).
Esos mitos fundacionales se ondean como una razón, en el caso de los seguidores del catolicismo de manera cada vez más radical, suficiente como para que la tradición se imponga a la novedad, a la evolución.
Como dice Diderot en la Enciclopedia, el pensamiento autónomo, basado en la realidad y en la capacidad de razonamiento son los elementos que deben presidir la vida de las personas. La capacidad para arrinconar la dependencia externa del ser humano, es la que garantiza nuestra supervivencia intelectual. Lo otro sería dar la razón a una de las teorías que más me han llamado la atención últimamente sobre la evolución humana: la mantenida por Pino Aprile, con respecto al retroceso de la inteligencia humana, en su libro “Elogio del imbécil”, en Temas de hoy. Nada sería, siguiendo la terminología de Aprile, más esclarecedor de la imbecilidad creciente del ser humano, que el hecho de renunciar a su propia capacidad para explicarse las cosas. Mientras que para unos esto sería un acto de prepotencia y soberbia, para otros, yo entre ellos, solo muestra el interés por ser coherentes con lo que somos, seres capaces de preguntar y responder a las preguntas. O, al menos, intentarlo.
Si todo  está contestado de antemano, ¿cuál es la necesidad de tener esas capacidades? Es más, ¿qué sentido tendría que el supuesto creador del ser humano lo crease con esas capacidades, si luego le va a pedir que no las use? Porque decir que el ser humano debe plegarse a una verdad revelada, tanto en la concepción del mundo como en los comportamientos cotidianos, solo puede significar una renuncia a nuestra inteligencia. Los comportamientos referentes a la moral son una especie de decreto. Relativismo igual a degeneración. Nos imaginamos a los individuos que viven alejados de la palabra de alguno de los dioses que nos proponen las religiones más importantes cayendo dentro de las llamas del infierno, del que sea.
Hace poco escuché a un tertuliano de una emisora de televisión conservadora decir que los seres humanos estábamos equivocados al plantear la felicidad como un derecho. En concreto, decía algo así como ¿quién ha dicho que la felicidad es un derecho? Y luego afirmaba con rotundidad, la felicidad no es un derecho, no se tiene derecho a la felicidad.
En realidad, dado el nivel intelectual de la persona (era profesor universitario) que lo dijo, no dudo que haya leído aquello  que dijo un tal Aristóteles sobre que el fin último hacia el que tendemos es la felicidad. Pero al margen de que lo dijera Aristóteles, no parece muy lógico que alguien diga tamaña barbaridad. Bueno, no parece muy lógico si no tenemos en cuenta la tendencia católica de ese apóstol de la infelicidad.
En general, las religiones nos remiten siempre a otros mundos para conseguir ser felices. De hecho, la religión postula la mayor de las infelicidades en este mundo, ya que en el otro disfrutaremos de la mayor de las felicidades. Recordemos aquello de FELICES LOS QUE TIENEN EL ESPÍRITU DEL POBRE, PORQUE DE ELLOS ES EL REINO DE LOS CIELOS. Eso es, pásalo mal, que ya lo pasarás requetebién cuando te mueras. A mí, desde luego, no me gustaría ser hijo de ese señor. Ni de su religión.
Analizando la frasecita felices los que…, lo que se refleja es justamente esa pretensión tan horrible que se resume en la manía de las religiones por meter a los seres humanos en el agujero de la inhumanidad. O sea, decirle a las personas que dejen de serlo. No pienses, sométete, que así serás eternamente dichoso; eso sí, en esa otra vida de la que desconocemos en qué consiste. Por cierto, no puedo entender que se pueda hablar de algo que se desconoce absolutamente. ¿Quién ha estado anteriormente en ese mundo perfecto? Por cierto, si no cumplimos los que no somos miembros de, por ejemplo el cristianismo católico, ¿qué nos pasará, en caso de que  no podamos entrar en ese mundo porque me empeño en ser feliz en este (el famoso valle de lágrimas), pongamos por caso? ¿Hay otro mundo para los que no cumplimos los preceptos estipulados? Espero que no sea el infierno, creo que sería injusto pagar eternamente ese monstruoso precio por ser libre. O sea, espero que no nos vayamos al infierno por ser seres humanos con todas las consecuencias: pensar por uno mismo. Los esquemas de las dictaduras más tremendas no alcanzarían ni de lejos a esta forma de decirte que obedezcas.
Como dice Eduardo Punset en el prólogo de su libro “El viaje a la felicidad”. Editorial Destino, “… cuando en Europa, hace poco más de un siglo, la esperanza de vida era de treinta años, solamente culminábamos el proceso que era el de aprender a sobrevivir y culminar el propósito evolutivo de reproducirnos. No había futuro ni, por lo tanto, la posibilidad de plantearse un objetivo tan insospechado  como el de ser felices.
El conocimiento científico ha desatado una verdadera revolución y ha desatado el cambio más importante de toda la historia de la evolución: la prolongación de la esperanza de vida en los países desarrollados, que ha generado más de cuarenta años redundantes, en términos evolutivos. La humanidad tiene futuro y se plantea, lógicamente, cómo ser feliz aquí y ahora”.
También es cierto, tal como resalta Punset, que hay amenazas  para culminar el viaje a la felicidad. La incertidumbre acerca de cómo acabará es patente: el viaje a la felicidad acaba de empezar, y su final es incierto.
En cualquier caso, la felicidad es un objetivo del ser humano. Conseguirlo o no es, casi, lo menos relevante. Lo importante es iniciar los caminos, justo los que nosotros decidimos. Sin jefes ni intermediarios. No seamos religiosos, seamos protagonistas de nuestro destino. Al menos que los que queramos tengamos esa posibilidad, sin ser estigmatizados por ello.
Por cierto, ¿qué es eso de la felicidad?