Martes, 24 de octubre.
Antonio Morales*
La última semana y media en Canarias ha sido algo nunca visto. El Gobierno tuvo que suspender las clases por calor en pleno mes de octubre como consecuencia de varios desmayos y problemas de salud entre el alumnado y el profesorado. Se han producido muertes por calor, se ha reactivado varias veces el incendio de Tenerife debido a lo extremo de las condiciones meteorológicas… Sin duda un recordatorio bastante alarmante de las consecuencias del cambio climático en las islas. Y seguirá así y peor durante las próximas décadas: viviremos precipitaciones intensas, fenómenos metereológicos tropicales adversos, aparición de nuevas enfermedades, desaparición de playas, avance de la desertización en un 80% de nuestro territorio…
Pocos días antes del inicio de este último episodio de calor y calima, el Papa Francisco hacía pública la Laudate Deum, una exhortación apostólica dirigida «A todas las personas de buena voluntad sobre la crisis climática». En el inicio de la exhortación, Su Santidad asegura que «por más que se pretendan negar, esconder, disimular o relativizar, los signos del cambio climático están ahí, cada vez más patentes. Nadie puede ignorar que en los últimos años hemos sido testigos de fenómenos extremos, períodos frecuentes de calor inusual, sequía y otros quejidos de la tierra que son sólo algunas expresiones palpables de una enfermedad silenciosa que nos afecta a todos».
Leer estas palabras con una temperatura cercana a los 40 grados, calima y unas condiciones meteorológicas que prácticamente imposibilitan cualquier actividad, tiene un significado especial. Y es extraordinariamente relevante que una figura de una indiscutible autoridad moral para miles de millones de creyentes haga unas afirmaciones de tamaña rotundidad.
En realidad este texto actualiza una encíclica de hace 8 años en la que Bergoglio ya venía a alertar sobre este tema. En 2015 escribí un artículo sobre el texto papal (Razón y fe para salvar la Tierra) en el que alabé la determinación y valentía de una circular en la que se mojaba y acusaba a empresas, multinacionales y gobiernos del «uso desproporcionado de los recursos», defendía a los movimientos ecologistas y criticaba duramente la pasividad tradicional de su Iglesia y a la Iglesia más reaccionaria.
Este nuevo texto no es menos osado que el anterior. El Santo Padre carga duramente contra los negacionistas y contra quienes lo intentaron ridiculizar por la anterior encíclica, así como contra los que confunden el debate público con datos falsos o manipulaciones. El Papa Francisco niega que las políticas de reducción de combustibles fósiles vayan a hacer perder puestos de trabajo (como afirma la derecha neoliberal), más bien al contrario, pone sobre la mesa a las personas que están perdiendo su trabajo y modo de vida (pescadores, agricultores etc.) como consecuencia del cambio climático y a las posibilidades de empleo que otorga la nueva economía.
Me resulta especialmente interesante la crítica que hace al paradigma tecnocrático, porque es profundamente humanista y democrática. Para Francisco este paradigma consiste en pensar «como si la realidad, el bien y la verdad brotaran espontáneamente del mismo poder tecnológico y económico». Como lógica consecuencia, «de aquí se pasa fácilmente a la idea de un crecimiento infinito o ilimitado, que ha entusiasmado tanto a economistas, financistas y tecnólogos».
Frente a esto alerta del riesgo de concentración del poder (especialmente el de las grandes tecnológicas), y aboga por «repensar entre todos la cuestión del poder humano, cuál es su sentido, cuáles son sus límites. Porque nuestro poder ha aumentado frenéticamente en pocas décadas. Hemos hecho impresionantes y asombrosos progresos tecnológicos, y no advertimos que al mismo tiempo nos convertimos en seres altamente peligrosos, capaces de poner en riesgo la vida de muchos seres y nuestra propia supervivencia».
El texto es largo y de una gran profundidad y, por tanto, imposible de resumir en un artículo de opinión, pero sí hay dos aspectos que me resultan especialmente relevantes. La encíclica plantea el problema de la debilidad de la política internacional (que dificulta la toma de acuerdos para combatir el cambio climático) y aboga por reformular las relaciones internacionales con un multilateralismo «desde abajo» en el que los movimientos de la sociedad civil tengan su espacio y capacidad de decisión, en una clara y abierta apuesta por la «democratización» en el ámbito global.
La segunda idea que quiero destacar son sus previsiones sobre la próxima Cumbre del Clima que se celebrará en Dubai. En este aspecto el Papa no deja lugar a la duda: «Terminemos de una vez con las burlas irresponsables que presentan este tema como algo sólo ambiental, «verde», romántico, frecuentemente ridiculizado por los intereses económicos. Aceptemos finalmente que es un problema humano y social en un variado arco de sentidos». Y añade: «Si hay un interés sincero en lograr que la COP28 sea histórica, que nos honre y ennoblezca como seres humanos, entonces sólo cabe esperar formas vinculantes de transición energética que tengan tres características: que sean eficientes, que sean obligatorias y que se puedan monitorear fácilmente».
Finalmente concluye «Ojalá quienes intervengan puedan ser estrategas capaces de pensar en el bien común y en el futuro de sus hijos, más que en intereses circunstanciales de algunos países o empresas. Ojalá muestren así la nobleza de la política y no su vergüenza. A los poderosos me atrevo a repetirles esta pregunta: ¿Para qué se quiere preservar hoy un poder que será recordado por su incapacidad de intervenir cuando era urgente y necesario hacerlo?»
Como vemos, la encíclica es un texto de un profundo humanismo y sensibilidad ecologista. En estos momentos es de vital importancia que una de las figuras más influyentes de nuestro mundo se comprometa de manera tan nítida con uno de los grandes problemas de nuestro tiempo.
Como escribí en mi anterior texto, el primer Programa Global de Sostenibilidad tuvo su origen en el Consejo Mundial de Iglesias que nació de la encíclica Populorum Progressio y planteó que los tres grandes ejes de la nueva evangelización debían ser la justicia, la paz y la preservación de la naturaleza. También el Movimiento Católico por el Clima, conformado por religiosos, laicos, teólogos, científicos y activistas de distintos lugares del mundo, se constituyó hace ya años por católicos de distintas naciones, continentes y clases sociales, conscientes de que el cambio climático antropogénico «pone en peligro la creación de Dios y de todos nosotros, especialmente los pobres»… La Iglesia Católica ha contado con abanderados de esta lucha como Leonardo Boff o Desmond Tutu…, pero también el ecumenismo mundial. En 2009, 30 religiones se reunieron en Inglaterra en la Conferencia climática religiosa «Muchos cielos, una única tierra». Hace apenas un año el Consejo Mundial de Iglesias emitió una declaración sobre la cumbre climática de Naciones Unida llamando a la necesidad de garantizar un mañana sostenible libre de combustibles fósiles, de financiar adecuadamente la lucha contra el calentamiento global y proteger a los países y las personas más vulnerables -porque el desarrollo tiene que beneficiar a las poblaciones más pobres y débiles- de poner fin a un crecimiento sin límites y a un consumo insaciable…
Necesitamos una amplia alianza para afrontar este reto. Necesitamos altura de miras porque nunca la humanidad había tenido que hacer frente a un reto semejante. La exhortación apostólica del Papa Francisco marca un camino que va más allá de los creyentes y que atañe a «todas las personas de buena voluntad». La fe, para los creyentes, la razón, la esperanza y la solidaridad son herramientas imprescindibles para transitar ese camino.
*Antonio Morales es Presidente del Cabildo de Gran Canaria. (www.antoniomoralesgc.com)