Jueves, 28 de marzo.
Victoriano Santana*
1.2. CON LIBRO: JALANDO DE HILOS | Y en esto que llega a nuestras manos uno de los 250 mil ejemplares que afirma Penguin Random House que tirará de la novela; y, con ello, se siente la proximidad del juicio, ese hallarse delante del texto nuevo procurando que la piedra que portamos como bagaje de lecturas y conocimientos estilísticos del autor no nos condicione. Por eso, no conviene entrar de lleno en el fortín de las musas; hay que circundar la ciudadela para ver qué prejuicios se consolidan y cuáles se diluyen; y por eso, además, lo mejor es cabalgar de entrada sobre el paratexto de la novela, que para esta ocasión he circunscrito a la cubierta/forro; el prólogo, que firman los hijos del autor, Rodrigo y Gonzalo; y una nota del responsable de la edición, Cristóbal Pera.
1.2.1. Hilo primero: la cubierta. / «Premio Nobel de Literatura». Ahí, el primer fogonazo. No lo es la hermosa imagen de David de las Heras que envuelve el objeto con exquisita delicadeza cromática; tanta, que no hay papel de regalo que supere en belleza lo hecho por el ilustrador bilbaíno. Repito: no es el precioso cuadro lo que orienta mis atenciones, sino la mención al premio. «¿Hace falta?», me pregunto. Reviso las ediciones que tengo en casa (las obras completas del autor por duplicado, y algunos títulos repetidos en varias versiones), avaladoras de mi gabofilia —¿o debería decir gabolatría?—, y en ningún tomo veo la anotación, no ya en la cubierta, sino incluso en la portada. ¿Por qué? ¿Qué lectores desconocen que el colombiano obtuvo este reconocimiento en 1982, con 55 años? Por las características del personaje y su deambular siempre en el centro de atención de los marcos literarios, periodísticos y políticos (más bien ideológicos), el galardón supuso de algún modo el convertirlo en paradigma de la categoría: es al de Literatura lo que al de Física Marie Curie y Albert Einstein. Su nobel me recuerda siempre al comienzo del Quijote: puede que nunca hayas leído la novela cervantina, pero todo el mundo (o una buena porción de seres humanos anteriores a la Generación Alfa y, si me apuran mucho, incluso a la Generación Z) sabe de dónde procede el célebre «En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…». Con Gabo asumo una analogía más o menos idéntica: saber que recibió el premio de la Academia Sueca está al mismo nivel que estar al tanto de que es el autor de Cien años de soledad.
Mas ¿es en realidad tan notorio lo que estoy afirmando como obvio? ¿No puedo estar incurriendo en una inadmisible desatención hacia un nuevo colectivo de lectores desconocedor de la obra del colombiano y, en consecuencia, liberado de la imagen icónica de Gabo y del recuerdo de sus múltiples e intensos vaivenes en forma de textos de las más variadas naturalezas (discursos, entrevistas, artículos, noticias…) que, reproducidos en un sinfín de medios de comunicación durante décadas, fueron componiendo la figura del escritor hasta su fallecimiento? ¿A ellos se dirige la mención explícita del premio en un sitio tan destacado del volumen, como es la cubierta y la portada? En Gabo y Mercedes: una despedida (2021), compuesto por el primogénito, se aborda una escena que sucede en uno de los principales hospitales universitarios del país donde está ingresado su padre, ya muy enfermo:
«Temprano en la primera mañana aparece un médico con una docena de internos. Se agrupan al pie de la cama y escuchan mientras el médico revisa la condición y el tratamiento del paciente; y es evidente para mi hermano que los jóvenes médicos no tenían idea de quién es la habitación a la que acaban de entrar».
¿Ana Magdalena Bach? En la contracubierta del forro se lee: «Cada mes de agosto, Ana Magdalena Bach toma el transbordador…». ¿Se llama la que parece ser la protagonista de la novela igual que la que fuera última esposa de Johann Sebastian Bach (1685-1750)? Ese es el segundo fogonazo. Los que hemos acompañado al colombiano durante mucho tiempo sabemos de su inmenso amor a la música; de ahí que sea inevitable plantear la existencia de una intención oculta en esta nominación. Una visita sucinta a Wikipedia y de la que fuera una existencia llena de luces al principio y sombras al final, una vida que se apagó antes de llegar a los sesenta años, extraigo un párrafo que, entre todos, ha pujado con éxito por captar mi atención, pues consolida su significación en la condición de mujer de la biografiada en una etapa como fue la primera mitad del siglo XVIII y junto a uno de los compositores más conocidos y venerados de todos los tiempos:
«El matrimonio Bach fue uno de los pocos en los cuales ambos cónyuges, marido y mujer, trabajaban en lo que les gustaba y para lo cual estaban dotados, cobraban su propio sueldo y eran reconocidos por lo que valían. Magdalena ayudó regularmente al compositor a transcribir su música».
El nombre del personaje, pues, no puede dejarnos indiferentes porque arrastra consigo una connotación ineludible; una imagen que es muy específica, muy concreta, muy dirigida hacia un punto desde el que podríamos trazar analogías entre ambas que ayuden a entender la manera de actuar de la protagonista.
1.2.2. Hilo segundo: el prólogo. / Las 357 palabras que componen el prólogo son prodigiosas, y no porque al conjunto lo envuelvan excelencias lingüísticas y poéticas que conmueven el ánimo, sino porque logra erigirse en el sustento para alcanzar el sentido último de la publicación: gracias al preliminar se entiende el porqué de la aparición de la novela; y también la razón de ser de la nota del editor, que además actúa como complemento perfecto a lo señalado en el referido prefacio por los hermanos García Barcha. Ellos, con su “autoinculpación” (ese ya señalado «acto de traición» que declaran haber cometido), asumen el enfoque doméstico del problema y, anteponiendo —así lo exponen— «el placer de sus lectores a todas las demás consideraciones», cargan a sus espaldas las consecuencias del producto: convertirse en el epicentro de posibles ataques hacia su ética o respeto a la voluntad última de su padre cuando reconocen con explicitud cuál había sido «la sentencia final de Gabo: “Este libro no sirve. Hay que destruirlo”».
La «frustración desesperante» en la que vivía el escritor por culpa de sus problemas de memoria («es a la vez mi materia prima y mi herramienta. Sin ella, no hay nada», afirmaba), que se traducía en inmensas dificultades para escribir y leer, pudo empujarle a dictar una sentencia (la eliminación de la novela) que sus vástagos relativizaron en la consideración de que las incapacidades lectoescritora y memorística paternas traían consigo otra muy relevante para que adquiriera el fundamento debido la condena: la imposibilidad de juzgar la calidad de un libro, como vino a señalar Rodrigo en la ya mentada presentación del 5 de marzo en el Instituto Cervantes; y con ello, como dicen los prologuistas, el «no darse cuenta de lo bien que estaba, a pesar de sus imperfecciones» la obra. El «desvanecimiento de sus facultades mentales», como señalan los hijos, frenó el avance del libro y, por fortuna, de alguna manera, el adverso final que le esperaba. Menos mal que la enorme inversión de horas y energías que fraguaron en un título acabado, aunque no pulido, no se desbarataron con la obediencia filial, a pesar de que ello implicara depositarlo sine die en los “sarcófagos” 1 y 2 del autor, custodiados por la citada universidad austinesa, «con la esperanza que el tiempo decidiera qué hacer con él», como se lee en el prólogo.
Esa decisión “del tiempo” adquirió las formas de una efeméride: el décimo aniversario de su óbito, que se celebrará el próximo 17 de abril (aunque el libro se haya presentado el día de su 97º cumpleaños); una fecha redonda que, la verdad, yo no hubiese ocupado con esta publicación —sobre todo tratándose de lo ultimísimo de Gabo—, pues en 2027, o sea, dentro de tres años, el planeta entero brincará con el primer centenario de su nacimiento. Desconozco el porqué de sacar ahora la novela y no esperar a la anunciada fiesta del primer siglo; mas no puedo evitar pensar que estamos ante razones que van más allá de las cualidades positivas del texto y el tratamiento de temas actuales, y de los «muchísimos y muy disfrutables méritos» que apuntan los mentados Rodrigo y Gonzalo, de 64 y 60 años, respectivamente.
Pienso en Mercedes Barcha Pardo, la madre de los prologuistas, la mujer de Gabo, que murió en 2020 y que ahora, con la distancia y ante los hechos, la percibo como la única autoridad del círculo privado que representaba el hogar que quizás se hubiese negado tajantemente a que viera la luz la novela; no en vano, Gonzalo declaró, en la presentación del 5 de marzo, que la ausencia de su madre «fue sin duda un factor en retomar la idea de publicarlo». Quizás se trate de la misma influencia que movió al primogénito a no sacar a la luz su Gabo y Mercedes… hasta que La Madre Santa, como la conocían en casa, no acabara sus días; y con su fin, además, como si de un seísmo se tratara, llegara el de toda una generación próxima, cercana, afín, compuesta por amigos y familiares de García Márquez que compartieron con él experiencias vitales y literarias.
*Victoriano Santana es Doctor en Filología Española, profesor de Secundaria, escritor y editor.