Antonio Morales*
Sumidos como estamos en la mayor crisis económica mundial de los últimos cincuenta años, los casi 500 millones de ciudadanos de los 27 países que conforman la Unión Europea, parecen dar la espalda a un proyecto que, a pesar de su trascendencia e influencia en la vida cotidiana de cada uno de nosotros, jamás ha logrado sintonizar con el sentir prioritario de los europeos.
Si en 2004 la participación en las urnas apenas llegó a un 45%, los resultados del último eurobarómetro, del pasado mes de abril, señalan que serán únicamente un 34% los ciudadanos europeos que acudan a las urnas a elegir a sus setecientos representantes. En el caso español los datos son aún más pesimistas ya que indican que sólo un 27% esta dispuesto a votar por sus cincuenta diputados.
En estos momentos en los que, más que nunca, los hombres y mujeres de este continente deben asumir las riendas de su destino para hacer posible un modelo de desarrollo socioeconómico rupturista con el pasado, capaz de poner sobre la mesa alternativas reales a un sistema neoliberal que ha situado a este planeta, su medio natural y sus habitantes, al borde del caos, el euroescepticismo, la desidia, la apatía y el pasotismo se han adueñado del sentir colectivo.
En la actualidad, casi el 60% del Parlamento Europeo está constituido por diputados representantes de los partidos de la derecha y no llega al 40% la representación diversa de la izquierda. Una participación masiva y decidida de los votantes podría variar esta situación que tanto condiciona la praxis política para los próximos años. Pero esto a los partidos conservadores no les interesa, y por eso, en la mayoría de los casos, centran su campaña en los problemas locales y huyen de hacer una llamada a la participación decidida en el proceso europeo. Es la misma jugada que la de los sectores económicos estratégicos: cuanto menos control público, más capacidad para la barbarie.
Al margen de la importancia que ha tenido para España y Canarias su participación en el proyecto europeo (los Fondos de Cohesión son el ejemplo más palpable), hoy nadie cuestiona que aproximadamente un 80% de las leyes de cada país vienen enmarcadas en lo que se ha legislado previamente en la Eurocámara, lo que condiciona enormemente su día a día, sus proyectos de futuro y su convivencia.
En el caso específico de Canarias, su consideración como Región Ultraperiférica ha posibilitado, y permitirá seguir haciéndolo, medidas especiales en el campo del transporte, la agricultura, la pesca, la fiscalidad, la investigación… Nos ha proporcionado instrumentos como el POSEICAN, el REA, la fiscalidad específica del AIEM, el IGIC y ayudas al transporte de personas y mercancías, entre otras. La autorización europea para que Canarias reciba ayudas públicas del Estado, independientemente de su nivel de renta, permitirá mantener el REF, la RIC, la deducción por inversiones y la Zona Especial Canaria. Sólo las ayudas del REF suponen medidas fiscales para este archipiélago que ascenderán a 7.135 millones de euros desde 2007 a 2013. Otra cosa es lo que se haga con esos instrumentos, pero ese es otro cantar.
He citado en distintas ocasiones que la estrategia central del neoliberalismo ultraconservador pasa por el descrédito de lo público y por obstaculizar la participación plural de la ciudadanía en la toma de decisiones. La corrupción es una de las principales armas de las que echa mano para sembrar el desapego y para propiciar el control de los ámbitos del poder democrático. Desistir de la participación en las elecciones europeas del próximo día 07 de junio, es renunciar a nuestra capacidad de cambiar las cosas, es permitir que las opciones más conservadoras tomen las riendas de un futuro al que la izquierda y la ciudadanía no pueden renunciar en estos momentos.
Se nos vienen encima profundos cambios que sólo desde las opciones de progreso pueden sustentar el modelo alternativo que anhelamos. No podemos permitir que los que han convertido este planeta en un lugar en peligro y con enormes desigualdades, consigan coartar un sentimiento colectivo de transformación social y económica.
Es irrenunciable, en estos momentos, crear espacios para que los trabajadores europeos no pierdan ninguno de los derechos alcanzados en tantos siglos de sangre, sudor y lágrimas; es imprescindible que lo peor del racismo y la xenofobia, que tantos duelos y crímenes han propiciado en esta tierra, no sean los que controlen las políticas a realizar en materia de inmigración e integración. El nuevo modelo energético que apueste por las renovables, democratice la energía e impida que se siga poniendo en riesgo el futuro de la tierra, no puede estar en sus manos; los logros sociales alcanzados en los últimos años no pueden ser puestos en riesgo aventurándonos a que un modelo economicista sustituya a una política de solidaridad con los más desprotegidos. Sólo una gestión progresista puede proponer un proyecto en el que el consumo desaforado y el agotamiento de los recursos no sea el modelo económico a seguir. Las políticas coloniales de la vieja Europa deben abrirse a un proceso de comunicación y búsqueda de actuaciones de desarrollo igualitarias con los países más empobrecidos; las políticas de investigación, de educación y de nuevas tecnologías deben adquirir una dimensión democrática, sustentadas en valores éticos y no puramente de mercado…
Todo esto y mucho más que no podemos hacer sólo desde España, porque cualquier decisión interna esta fuertemente condicionada por lo legislado en Europa, porque así lo decidimos todos, no puede dejarse al criterio sesgado de unos pocos. Es la hora de mirar más allá de nuestras fronteras, de votar a la izquierda, de apostar por un continente conformado por personas capaces de velar con celo por espacios ciudadanistas de libertad; por personas capaces de apostar por un modelo nuevo de sociedad y de desarrollo económico. Por lo menos debemos intentarlo. Que no nos pueda la desidia.
Si en 2004 la participación en las urnas apenas llegó a un 45%, los resultados del último eurobarómetro, del pasado mes de abril, señalan que serán únicamente un 34% los ciudadanos europeos que acudan a las urnas a elegir a sus setecientos representantes. En el caso español los datos son aún más pesimistas ya que indican que sólo un 27% esta dispuesto a votar por sus cincuenta diputados.
En estos momentos en los que, más que nunca, los hombres y mujeres de este continente deben asumir las riendas de su destino para hacer posible un modelo de desarrollo socioeconómico rupturista con el pasado, capaz de poner sobre la mesa alternativas reales a un sistema neoliberal que ha situado a este planeta, su medio natural y sus habitantes, al borde del caos, el euroescepticismo, la desidia, la apatía y el pasotismo se han adueñado del sentir colectivo.
En la actualidad, casi el 60% del Parlamento Europeo está constituido por diputados representantes de los partidos de la derecha y no llega al 40% la representación diversa de la izquierda. Una participación masiva y decidida de los votantes podría variar esta situación que tanto condiciona la praxis política para los próximos años. Pero esto a los partidos conservadores no les interesa, y por eso, en la mayoría de los casos, centran su campaña en los problemas locales y huyen de hacer una llamada a la participación decidida en el proceso europeo. Es la misma jugada que la de los sectores económicos estratégicos: cuanto menos control público, más capacidad para la barbarie.
Al margen de la importancia que ha tenido para España y Canarias su participación en el proyecto europeo (los Fondos de Cohesión son el ejemplo más palpable), hoy nadie cuestiona que aproximadamente un 80% de las leyes de cada país vienen enmarcadas en lo que se ha legislado previamente en la Eurocámara, lo que condiciona enormemente su día a día, sus proyectos de futuro y su convivencia.
En el caso específico de Canarias, su consideración como Región Ultraperiférica ha posibilitado, y permitirá seguir haciéndolo, medidas especiales en el campo del transporte, la agricultura, la pesca, la fiscalidad, la investigación… Nos ha proporcionado instrumentos como el POSEICAN, el REA, la fiscalidad específica del AIEM, el IGIC y ayudas al transporte de personas y mercancías, entre otras. La autorización europea para que Canarias reciba ayudas públicas del Estado, independientemente de su nivel de renta, permitirá mantener el REF, la RIC, la deducción por inversiones y la Zona Especial Canaria. Sólo las ayudas del REF suponen medidas fiscales para este archipiélago que ascenderán a 7.135 millones de euros desde 2007 a 2013. Otra cosa es lo que se haga con esos instrumentos, pero ese es otro cantar.
He citado en distintas ocasiones que la estrategia central del neoliberalismo ultraconservador pasa por el descrédito de lo público y por obstaculizar la participación plural de la ciudadanía en la toma de decisiones. La corrupción es una de las principales armas de las que echa mano para sembrar el desapego y para propiciar el control de los ámbitos del poder democrático. Desistir de la participación en las elecciones europeas del próximo día 07 de junio, es renunciar a nuestra capacidad de cambiar las cosas, es permitir que las opciones más conservadoras tomen las riendas de un futuro al que la izquierda y la ciudadanía no pueden renunciar en estos momentos.
Se nos vienen encima profundos cambios que sólo desde las opciones de progreso pueden sustentar el modelo alternativo que anhelamos. No podemos permitir que los que han convertido este planeta en un lugar en peligro y con enormes desigualdades, consigan coartar un sentimiento colectivo de transformación social y económica.
Es irrenunciable, en estos momentos, crear espacios para que los trabajadores europeos no pierdan ninguno de los derechos alcanzados en tantos siglos de sangre, sudor y lágrimas; es imprescindible que lo peor del racismo y la xenofobia, que tantos duelos y crímenes han propiciado en esta tierra, no sean los que controlen las políticas a realizar en materia de inmigración e integración. El nuevo modelo energético que apueste por las renovables, democratice la energía e impida que se siga poniendo en riesgo el futuro de la tierra, no puede estar en sus manos; los logros sociales alcanzados en los últimos años no pueden ser puestos en riesgo aventurándonos a que un modelo economicista sustituya a una política de solidaridad con los más desprotegidos. Sólo una gestión progresista puede proponer un proyecto en el que el consumo desaforado y el agotamiento de los recursos no sea el modelo económico a seguir. Las políticas coloniales de la vieja Europa deben abrirse a un proceso de comunicación y búsqueda de actuaciones de desarrollo igualitarias con los países más empobrecidos; las políticas de investigación, de educación y de nuevas tecnologías deben adquirir una dimensión democrática, sustentadas en valores éticos y no puramente de mercado…
Todo esto y mucho más que no podemos hacer sólo desde España, porque cualquier decisión interna esta fuertemente condicionada por lo legislado en Europa, porque así lo decidimos todos, no puede dejarse al criterio sesgado de unos pocos. Es la hora de mirar más allá de nuestras fronteras, de votar a la izquierda, de apostar por un continente conformado por personas capaces de velar con celo por espacios ciudadanistas de libertad; por personas capaces de apostar por un modelo nuevo de sociedad y de desarrollo económico. Por lo menos debemos intentarlo. Que no nos pueda la desidia.
*Antonio Morales es Alcalde de Agüimes.