Antonio Morales*
El pasado 27 de julio escribí un artículo en este medio, lo titulé "Fútbol y especulación", en el que hacía referencia al desmadre que se está produciendo en los deportes de masas, especialmente en el balompié, donde el mercado, el capital, se ha adueñado del juego para convertirlo en un mero elemento especulativo sin que los aficionados, los ciudadanos de este país, de manera mayoritaria, cuestionen el modo instalado en el deporte rey.
Así, hablaba de las enormes, y "obscenas", cantidades pagadas por los fichajes de jugadores como Kaká y Cristiano Ronaldo, y ahora también por Ibrahimovic y tantos otros (en total más de cincuenta mil millones de pesetas); de cómo la gran banca, sí, la misma que nos ha llevado a la situación de crisis que vivimos y que se niega a financiar a las pymes y a las familias, presta sin pudor casi doscientos millones de euros para estas operaciones, de las que participan también de una manera u otra; de cómo los clubes españoles de primera división deben más de cien mil millones de pesetas a la Hacienda pública y casi mil a la Seguridad Social; de cómo la deuda del primer fútbol supera los más de cuatro mil millones de euros; de cómo se han fabricado leyes exprofeso para bajar los tipos de interés de los jugadores foráneos; de cómo todos asumimos la deuda del fútbol, tras varias amnistías, para volver otra vez al lugar de siempre… Todo esto, en medio de una situación de extrema fragilidad social, con más de cuatro millones de españoles en paro, con ocho millones de ciudadanos viviendo por debajo del umbral de la pobreza, etc.
Cuatro días después, el viernes 31 de julio, el crítico musical de Canarias 7, Javier Moreno, me daba una réplica cordial, serena y plena de contenido, con una reflexión sobre el fútbol y la política.
Antes que nada, debo confesar que este tipo de debate, en realidad cualquier debate respetuoso y riguroso, me parece muy necesario en cualquier ámbito de la sociedad en que participemos y, por otra parte, debo decir también que no siendo un profesional del periodismo, probablemente no dejé del todo claro en mi anterior escrito que yo no tengo nada , absolutamente nada, más bien todo lo contrario, en contra del deporte y más en concreto del fútbol, y era además con esta afirmación con la que empezaba mi artículo. Creo firmemente que el componente lúdico, cultural, científico y de cohesión social del deporte en general, y del fútbol en particular, es extraordinario. Es más, en una reciente publicación del Gobierno de Canarias se afirmaba que Agüimes era el municipio con más metros cuadrados de instalaciones deportivas por habitante en este archipiélago y en los últimos años hemos recibido varios premios, desde la administración y desde organizaciones sociales, a la mejor gestión deportiva de los recursos públicos.
Ahora bien, dicho todo esto, otra cosa es el deporte como espectáculo manipulado; el deporte como negocio y especulación pura y dura; el deporte como escenificación de la superficialidad y la impiedad del mercado; el deporte como medio para el blanqueo de dinero sucio por parte de las mafias de turno. Y es a eso a lo que me refería en mi artículo. Ni en el fútbol ni en la política puede ser lícita ni aceptada la corrupción ni el derroche; ni en la política ni en el fútbol se debe aceptar, aunque nos hayamos acostumbrado a ello, la manipulación del ciudadano de a pié, con la excusa de una causa suprema fabricada ad hoc.
El genial escritor y casi mayor futbolero, Vázquez Montalbán, dejó un libro póstumo ("El fútbol: una religión en busca de Dios") que aporta interesantes reflexiones sobre todo esto. Precisamente, en un artículo publicado hace unos años en El País, titulado "Liga de traficantes", este escritor culé afirmaba que "el público no tiene alternativa, porque los partidos políticos están obsoletos y las religiones no se han puesto al día en marketing teologal de masas, así que no hay mejor comunión de los santos que ser del Madrid o del Barcelona o del Mérida o del Recreativo de Huelva, aunque sea a costa de un serio retroceso en el largo viaje de la inteligencia humana".
El deporte y la política son nobles y deseables ejercicios ciudadanos perfectamente compatibles, y deben aprender, uno del otro, que los dos se deben ejercer desde las bases sin que se adueñen de ellos los grandes mercaderes que lo contaminan todo. De ahí el espectáculo penoso en muchos aspectos del fútbol de élite. De ahí el penoso espectáculo, en muchos aspectos, de la política, alejada de la sociedad, convertida en casta y sometida a los grandes oligopolios financieros.
Johan Huizinga, una autoridad mundial en la sociología del deporte, autor de "Homo ludens", afirma tajantemente que la verdadera cultura nace en forma de juego. No hay nada más emocionante que ver a miles de niños, jóvenes y mayores practicando deporte cada día en los pabellones, piscinas, terreros de lucha, campos de fútbol (eso sí, ahora tiene que ser de césped artificial por lo menos), o los parques biosaludables instalados en los distintos rincones del municipio. No hay nada más triste que ver a un juvenil de un club de categoría regional cualquiera negándose a fichar si no se le paga una cantidad importante de dinero. Según José María Cacigal, quizás el más reputado especialista español en teoría y filosofía del deporte, "el hombre deportivo, como el hombre musical, consiste más en una disposición, en una prontitud a integrar deportivamente (o musicalmente) su conducta, que en una erudición o tecnificación o capacitación física". Pura socialización y rito ancestral que valoro y, además, ejerzo.
A eso me refería en mi anterior artículo. No critico, de ninguna manera, el ritual de siglos de amar y seguir a un deporte con pasión. Lo que cuestiono es que el aficionado no pase a la trastienda del fútbol, como no pasa a la trastienda en la política. Critico que, en los dos casos, los ciudadanos se conformen con hacer la ola y no sean capaces de abrir espacios reales de democracia participativa. En los dos casos son cuestionables y poco democráticos los comités de competición, los consejos generales de los poderes judiciales, las federaciones y los funcionamientos de instituciones como el Parlamento, por ejemplo.
Necesitamos que el juego, la competición y las instituciones democráticas funcionen limpiamente. Y vuelvo a repetir que en los dos casos, en la política y en el fútbol, que a veces se mezclan y se utilizan peligrosamente. Como dice Vázquez Montalbán en otro artículo publicado en el diario de Prisa, titulado esta vez como "El fútbol: otra droga de diseño", "los clubes se remodelan según los cánones de poderosos centros financieros y mediáticos".
Estoy de acuerdo en que el deporte puede formar en valores a los niños, para la vida y para la política, desde la disciplina, el juego en equipo, el respeto al contrario, en la aceptación de la derrota y en saber administrar la victoria…, cuando son estos, y no otros, los valores que predominan.
Para Cacigal, se está produciendo una fuerte desnaturalización del deporte,"claro que el impulso hacia la ambición de dominio, abierto por la comercialización, ha facilitado el trueque".
Para el profesor Pedro Ángel Latorre, "el deporte amateur ha sucumbido ante el saqueo capitalista. El deportista es el instrumento de la ganancia y el espectador el gran consumidor arengado mediante estímulos patrióticos y sectarios", y cita a Barreau y Morne, especialistas en antropología del deporte, que afirman que "los esfuerzos de Coubertein para crear una pedagogía deportiva humanista han fracasado", y a Manuel Vizuete, que habla expresamente de los tiburones del deporte, que "hacen presencia en la vida pública controlando el deporte espectáculo, organizan empresas, relaciones, influencias…, lo que les permite manejar grandes cantidades de dinero en beneficio propio, a través de un complejo entramado de relaciones de servilismo, relaciones políticas y de la vida de los negocios". Y aquí, en Canarias, hasta con la participación de determinados jueces.
Y es que una cosa es el deporte, el juego, la formación, la creación y por tanto la cultura, y otra la manipulación y la complicidad displicente.
Andamos tan huérfanos de referencias, que muchas veces no resistimos la tentación de asirnos a identificaciones colectivas, sin ningún tipo de cuestionamientos. Me refería a eso precisamente cuando hablaba del fútbol y la especulación. Ha sido un placer.
Así, hablaba de las enormes, y "obscenas", cantidades pagadas por los fichajes de jugadores como Kaká y Cristiano Ronaldo, y ahora también por Ibrahimovic y tantos otros (en total más de cincuenta mil millones de pesetas); de cómo la gran banca, sí, la misma que nos ha llevado a la situación de crisis que vivimos y que se niega a financiar a las pymes y a las familias, presta sin pudor casi doscientos millones de euros para estas operaciones, de las que participan también de una manera u otra; de cómo los clubes españoles de primera división deben más de cien mil millones de pesetas a la Hacienda pública y casi mil a la Seguridad Social; de cómo la deuda del primer fútbol supera los más de cuatro mil millones de euros; de cómo se han fabricado leyes exprofeso para bajar los tipos de interés de los jugadores foráneos; de cómo todos asumimos la deuda del fútbol, tras varias amnistías, para volver otra vez al lugar de siempre… Todo esto, en medio de una situación de extrema fragilidad social, con más de cuatro millones de españoles en paro, con ocho millones de ciudadanos viviendo por debajo del umbral de la pobreza, etc.
Cuatro días después, el viernes 31 de julio, el crítico musical de Canarias 7, Javier Moreno, me daba una réplica cordial, serena y plena de contenido, con una reflexión sobre el fútbol y la política.
Antes que nada, debo confesar que este tipo de debate, en realidad cualquier debate respetuoso y riguroso, me parece muy necesario en cualquier ámbito de la sociedad en que participemos y, por otra parte, debo decir también que no siendo un profesional del periodismo, probablemente no dejé del todo claro en mi anterior escrito que yo no tengo nada , absolutamente nada, más bien todo lo contrario, en contra del deporte y más en concreto del fútbol, y era además con esta afirmación con la que empezaba mi artículo. Creo firmemente que el componente lúdico, cultural, científico y de cohesión social del deporte en general, y del fútbol en particular, es extraordinario. Es más, en una reciente publicación del Gobierno de Canarias se afirmaba que Agüimes era el municipio con más metros cuadrados de instalaciones deportivas por habitante en este archipiélago y en los últimos años hemos recibido varios premios, desde la administración y desde organizaciones sociales, a la mejor gestión deportiva de los recursos públicos.
Ahora bien, dicho todo esto, otra cosa es el deporte como espectáculo manipulado; el deporte como negocio y especulación pura y dura; el deporte como escenificación de la superficialidad y la impiedad del mercado; el deporte como medio para el blanqueo de dinero sucio por parte de las mafias de turno. Y es a eso a lo que me refería en mi artículo. Ni en el fútbol ni en la política puede ser lícita ni aceptada la corrupción ni el derroche; ni en la política ni en el fútbol se debe aceptar, aunque nos hayamos acostumbrado a ello, la manipulación del ciudadano de a pié, con la excusa de una causa suprema fabricada ad hoc.
El genial escritor y casi mayor futbolero, Vázquez Montalbán, dejó un libro póstumo ("El fútbol: una religión en busca de Dios") que aporta interesantes reflexiones sobre todo esto. Precisamente, en un artículo publicado hace unos años en El País, titulado "Liga de traficantes", este escritor culé afirmaba que "el público no tiene alternativa, porque los partidos políticos están obsoletos y las religiones no se han puesto al día en marketing teologal de masas, así que no hay mejor comunión de los santos que ser del Madrid o del Barcelona o del Mérida o del Recreativo de Huelva, aunque sea a costa de un serio retroceso en el largo viaje de la inteligencia humana".
El deporte y la política son nobles y deseables ejercicios ciudadanos perfectamente compatibles, y deben aprender, uno del otro, que los dos se deben ejercer desde las bases sin que se adueñen de ellos los grandes mercaderes que lo contaminan todo. De ahí el espectáculo penoso en muchos aspectos del fútbol de élite. De ahí el penoso espectáculo, en muchos aspectos, de la política, alejada de la sociedad, convertida en casta y sometida a los grandes oligopolios financieros.
Johan Huizinga, una autoridad mundial en la sociología del deporte, autor de "Homo ludens", afirma tajantemente que la verdadera cultura nace en forma de juego. No hay nada más emocionante que ver a miles de niños, jóvenes y mayores practicando deporte cada día en los pabellones, piscinas, terreros de lucha, campos de fútbol (eso sí, ahora tiene que ser de césped artificial por lo menos), o los parques biosaludables instalados en los distintos rincones del municipio. No hay nada más triste que ver a un juvenil de un club de categoría regional cualquiera negándose a fichar si no se le paga una cantidad importante de dinero. Según José María Cacigal, quizás el más reputado especialista español en teoría y filosofía del deporte, "el hombre deportivo, como el hombre musical, consiste más en una disposición, en una prontitud a integrar deportivamente (o musicalmente) su conducta, que en una erudición o tecnificación o capacitación física". Pura socialización y rito ancestral que valoro y, además, ejerzo.
A eso me refería en mi anterior artículo. No critico, de ninguna manera, el ritual de siglos de amar y seguir a un deporte con pasión. Lo que cuestiono es que el aficionado no pase a la trastienda del fútbol, como no pasa a la trastienda en la política. Critico que, en los dos casos, los ciudadanos se conformen con hacer la ola y no sean capaces de abrir espacios reales de democracia participativa. En los dos casos son cuestionables y poco democráticos los comités de competición, los consejos generales de los poderes judiciales, las federaciones y los funcionamientos de instituciones como el Parlamento, por ejemplo.
Necesitamos que el juego, la competición y las instituciones democráticas funcionen limpiamente. Y vuelvo a repetir que en los dos casos, en la política y en el fútbol, que a veces se mezclan y se utilizan peligrosamente. Como dice Vázquez Montalbán en otro artículo publicado en el diario de Prisa, titulado esta vez como "El fútbol: otra droga de diseño", "los clubes se remodelan según los cánones de poderosos centros financieros y mediáticos".
Estoy de acuerdo en que el deporte puede formar en valores a los niños, para la vida y para la política, desde la disciplina, el juego en equipo, el respeto al contrario, en la aceptación de la derrota y en saber administrar la victoria…, cuando son estos, y no otros, los valores que predominan.
Para Cacigal, se está produciendo una fuerte desnaturalización del deporte,"claro que el impulso hacia la ambición de dominio, abierto por la comercialización, ha facilitado el trueque".
Para el profesor Pedro Ángel Latorre, "el deporte amateur ha sucumbido ante el saqueo capitalista. El deportista es el instrumento de la ganancia y el espectador el gran consumidor arengado mediante estímulos patrióticos y sectarios", y cita a Barreau y Morne, especialistas en antropología del deporte, que afirman que "los esfuerzos de Coubertein para crear una pedagogía deportiva humanista han fracasado", y a Manuel Vizuete, que habla expresamente de los tiburones del deporte, que "hacen presencia en la vida pública controlando el deporte espectáculo, organizan empresas, relaciones, influencias…, lo que les permite manejar grandes cantidades de dinero en beneficio propio, a través de un complejo entramado de relaciones de servilismo, relaciones políticas y de la vida de los negocios". Y aquí, en Canarias, hasta con la participación de determinados jueces.
Y es que una cosa es el deporte, el juego, la formación, la creación y por tanto la cultura, y otra la manipulación y la complicidad displicente.
Andamos tan huérfanos de referencias, que muchas veces no resistimos la tentación de asirnos a identificaciones colectivas, sin ningún tipo de cuestionamientos. Me refería a eso precisamente cuando hablaba del fútbol y la especulación. Ha sido un placer.
*Antonio Morales es Alcalde de Agüimes.