Jesús Vega*
Por pura casualidad, la semana pasada coincidí en Madrid con
la violenta manifestación del 25 S en la Carrera de San Jerónimo. Allí, en el modesto
Hostal Centrosol se hospedaban unos amigos y cuando quise visitarles, no era
posible el acceso. Mientras esperaba, intenté escuchar lo que algunos hablaban
en los corrillos, los gritos e insultos que otros proferían contra la policía o
los movimientos de las fuerzas de seguridad para impedir que nadie se acercarse
al Congreso de los diputados.
Mientras ocurrían los enfrentamientos físicos o verbales
entre los dos bandos, pensaba: ¿Dónde está el enemigo? Los policías que impiden
la manifestación están sufriendo los mismos males que los manifestantes
denuncian. Los que, con palabras o pancartas, culpaban a los políticos de la
difícil situación económica y social que vivimos, se peleaban con trabajadores
como ellos. Cada grupo, intentando salvar su derecho. Unos el derecho a
expresarse y otros el derecho a trabajar. Era una “guerra” de víctimas contra
víctimas. Aquí hubiese valido lo del humorista Gila que llamaba por teléfono al
“enemigo” y se ponían de acuerdo en cuándo atacaría uno y cuándo el otro.
Lo malo es que “guerras” de este estilo suceden muy a
menudo. A mí me estafa por ejemplo la compañía de teléfonos y yo pongo verde al
empleado que tiene que dar la cara y que no tiene ninguna culpa de lo que
ocurre. Simplemente está allí para defender a la compañía estafadora, que es
quien le paga el sueldo a final de mes. Otras veces hay quien la toma con la Iglesia y se mete con el
cura del pueblo que tal vez está haciendo una excelente labor y nada tiene que
ver con otras realidades que ocurren muy lejos y muy ajenas a él.
He visto que en algunos pueblos hay diferentes colectivos
con fines parecidos y que están enfrentados entre sí. Dos asociaciones de
vecinos, por ejemplo, que en teoría están, una y otra, para ayudar al progreso
del mismo pueblo, pero que gastan energías en acusaciones inútiles porque
sienten mermado su protagonismo. O las riñas tontas e infantiles, con perdón de
los niños, entre miembros de un mismo grupo político o religioso. Como si los
éxitos de uno molestasen al otro.
En el Evangelio de Marcos se cuenta que Juan el apóstol, una
buena persona que curaba a enfermos y ayudaba a gente con problemas, dijo a
Jesús que él y sus compañeros habían querido impedir que otro hiciera también
curaciones. Pensaba el pobre Juan que el otro era su enemigo… porque también
ayudaba y le quitaba protagonismo, claro. Y Jesús se lo dejó claro con unas
palabras lapidarias:
-El que no está contra nosotros, está a nuestro favor.
Cuando en la manifestación de Madrid veía los palos y oía
los insultos, caí en la cuenta de que, en casi todas las confrontaciones, los
que se pelean no son enemigos entre sí. Policías y manifestantes peleándose
como si fueran enemigos. Y el enemigo sin embargo, estaba en otro sitio. O muy
lejos, sin dejarse ver, o muy cerca porque, en muchas ocasiones, el enemigo
está dentro mismo de nosotros. Pero es más fácil dar palos al otro.
*Jesús Vega es párroco de Cruce de Arinaga y Playa de Arinaga.