Jesús Vega*
No me gustaría ser pesimista y lo voy a intentar.
Este domingo pasado, día de Corpus, vi, igual que muchos de ustedes, el
desfile de niños con su todavía
inmaculado traje de primera comunión. Iban en la procesión, muy modositos, detrás de la custodia y el Santísimo. Una procesión llena de ternura, que es,
presuntamente, expresión de la fe que se está despertando en los niños. Los
chiquillos han estado dos o tres años participando en catequesis y en muchas
misas y en muchos otros actos relacionados con la vida cristiana. Durante este
tiempo han sido la atención constante de los catequistas y, por supuesto, también
de los padres. Hasta ayer, los templos se llenaban cada domingo con la
presencia simpática y alegre de estos niños. Pero, a partir de ahora, ¿qué?
Quisiera decir
que, lógicamente, los niños seguirán participando en la vida parroquial y que
esos mismos catequistas seguirán acompañando a los niños en su proceso de fe. Y
que los padres que han estado reuniéndose con asiduidad durante varios años
continuarán ayudando al despertar religioso de sus hijos y seguirán llevándolos
cada domingo a la parroquia y cada semana a la catequesis que, a partir de la primera comunión, se llama “Síntesis de fe”, aunque si
fuera por mí le cambiaría el nombre por otro más comprensible y atractivo.
No me gustaría
decir, líbreme Dios, lo que he leído por ahí de que todo esto de la primera
comunión es hipocresía, de que sólo
es un acto social. O que después de estas fechas ni los niños ni los padres
volverán a pisar una iglesia hasta
que otro convencionalismo les obligue porque lo que importaba era el trajecito, los recordatorios, las
fotos, el banquete y los regalos. Y que, como eso ya se consiguió, el curso que
viene interesará únicamente que el niño o la niña practique un deporte, vaya a
clases de música o de baile y que aprenda idiomas, que al fin y al cabo es lo
que sirve para intentar conseguir un trabajito en el futuro.
Y tienen razón.
Ni la catequesis, ni la primera comunión, ni siquiera la confirmación sirven para el currículo. Y si uno quiere
ser “práctico”, en el fútbol puede
haber más posibilidades. Lo que me extraña es que los curas y los catequistas
sigan, erre que erre, participando en este juego. Por eso no creo yo que sea
cierto que haya niños que hace unos días hicieron su última comunión
coincidiendo, qué casualidad, con la primera. Si fuera así me gustaría que en
la Iglesia se replanteara seriamente el tema. Y que los catequistas que han
estado con los niños hasta ahora se ofrezcan a continuar con ellos, aunque
hayan hecho la primera comunión. Y que los padres fueran conscientes de que hay
determinados valores, por ejemplo los religiosos, que vale la pena cultivar aunque no tengan una productividad
material. Aunque, según las encuestas, los creyentes son más felices que los
que no lo son. Por algo será.
La procesión
del Corpus, ya ven, me dio
optimismo. Estoy seguro de que buena parte de esos niños que cantaban o
caminaban en silencio detrás de la custodia seguirán madurando su fe si
encuentran el empuje y el ánimo necesario de parte de la familia y de la
Iglesia, en especial de los catequistas. Estoy seguro de que, si fuera así, el curso que viene estarán de nuevo siendo
parte de la vida parroquial. Y contagiando risas y jovialidad. Que recordarán siempre su primera
eucaristía, no como “la comunión”, sino como la primera. Y que, antes de la última,
habrá muchísimas más. Todo es cuestión de entusiasmo, de esperanza y de
esfuerzo. Para que la primera no
sea nunca la última.
*Jesús Vega es párroco de Cruce de Arinaga y Playa de Arinaga. (www.parroquiasdearinaga.com)