Personas a las que conozco bien están en
esta movida desde que fueron muy jóvenes. Les importaba el mundo en que vivían
y decidieron participar en él. Eso si, entonces, si calculaban mal y sus cosas
no gustaban, las que hacían o las que decían, podían acabar molidos a palos,
en la cárcel, desterrados, o vaya usted a saber.
No habían especiales casos de corrupción
que denunciar. El Estado, desde sus entrañas, era corrupto por definición.
Corrupto y cruel. Y no había tiempo para entretenerse en minucias.
Inteligencia, idealismo, astucia y elevadas dosis de coraje eran condiciones
imprescindibles para embarcarse en la aventura, intentar romper las cadenas y
ganar la libertad.
Algunos, desgraciadamente los más, se
fueron quedando en el camino. El cansancio, las comodidades de una burguesía
estrenada casi de puntillas, o tal vez la falta de convicciones éticas o ideológicas
profundas, acabaron convirtiéndoles en tristes juguetes rotos.
Pero otros, no pocos, continuaron con
sus sueños y su rebeldía, y se vistieron con camisetas verdes, blancas, rojas y
amarillas... y ocuparon las calles, y empuñaron pancartas, y llenaron el aire
de cólera, de eslóganes de indignación, de cantos de rabia y de sueños. Y se
encadenaron con otros ciudadanos a las puertas de hogares desesperados... y
gritaron: ¡Stop a los desahucios! y a la corrupción y a la vergüenza.
Cuando al fin las mareas barran tanta
porquería y el sol caliente a todos sin distinción, me encantaría descubrir que
la historia les ha reservado un lugar importante en nuestra memoria colectiva.
*Antonio Cerpa es natural de Telde, estudió Sociología, fue sacerdote en Temisas y, actualmente, reside en Madrid.
*Antonio Cerpa es natural de Telde, estudió Sociología, fue sacerdote en Temisas y, actualmente, reside en Madrid.